viernes, 27 de mayo de 2011

Te devuelvo tu alma.

 leer con "Forgiven" de Within Temptation
http://www.youtube.com/watch?v=3EloEMyAWXA

Agachas la cabeza; piensas que has cometido un error. Te arrepientes. No deberías estar allí. No deberías haber ido. La nieve lo cubre casi todo. El color blanco parece querer adueñarse del paisaje que tienes ante ti. Pero no lo consigue. Hoy su lucha es en vano. Se rinde. Resulta irónico –tu también dejaste de luchar- piensas.

Parada frente a las enormes y antiguas puertas de forja, ves cómo un río de personas ataviadas con negros ropajes serpentea hacia el interior, ganándole poco a poco la batalla al blanco invernal con su oscuridad. Cada vez son más. Pasan a tu lado sin apenas notar tu presencia. Puedes ver gestos de dolor y lágrimas; puedes escuchar lamentos y sollozos llenos de desolación. Abrazos, besos y frases de consuelo. El contacto parece ayudarles.  Tú ya no recuerdas lo que supone el tacto de otra piel. De su piel.

Ya no puedes verle. Se arremolinan a su alrededor, ocultándole ante tus ojos. –Como siempre- piensas- siempre ocultándote de mí-

Te aferras con fuerza a los barrotes de las puertas que tienes delante, con la intención de sentir. Lo que sea; cualquier cosa. Necesitas sentir algo. Has perdido la capacidad de hacerlo. Hace tiempo. Desde aquel instante. Aquel fatídico día. 

El tiempo pasa lento, entre canticos y plegarias a las que no unes tu voz. El sol se está ocultando frente a ti. Poco a poco, aquellas personas se van marchando, dejándote a solas con él. El momento ha llegado. Respiras hondo y comienzas a caminar. Recorres lentamente el trecho que os separa, mientras infinidad de recuerdos acuden a tu mente. La primera vez que le viste; aquella sonrisa pícara en sus labios; sus hermosos ojos grises; vuestra primera misión; vuestro primer fracaso; la primera reprimenda del Capitán;  el primer beso; la primera vez que hicisteis el amor… Te detienes –demasiadas primeras veces- piensas. Te das cuenta de que las lágrimas están rodando silenciosas por tus mejillas. Pero sigues sin sentir nada. No hay dolor que acompañe a esas lágrimas. Ningún sentimiento. Deseas que la tristeza te invada; que la pena y la desolación te llenen, que tu alma se desgarre. Lo deseas desesperadamente.

Desde tu posición puedes verle. Frente a ti, a escasos metros, descansa para toda la eternidad.  Como deseaba. Al final cumplió su deseo, escapar de lo que él llamaba la noche perpetua. Su huída no te pilló por sorpresa. Llevaba años desapareciendo. Cada día más lejano; más etéreo; más invisible. No pudo hacer frente a sus demonios; ni si quera contigo a su lado. Su deseo de venganza fue más fuerte. Le llevó al otro lado. A la frontera del bien y del mal. Pero no sientes culpa; no puedes sentirla. Intentaste detenerle. Cobijarle entre tus brazos; darle calor con tus labios. Protegerle de aquel mundo que no podía enfrentar.

No tienes valor para continuar. El helado viento revuelve tu cabello y te acaricia el rostro. Quiere congelar tus lágrimas, convertirlas en evidencia de aquellas emociones que no puedes expresar; ni sentir. Tienes frío. Metes tus manos en los bolsillos del abrigo, intentando hacerlas entrar en calor. Algo metálico roza tus dedos y un escalofrío recorre tu cuerpo. No recordabas llevarlo contigo. Lo aprietas con fuerza. Hasta que se te entumece la mano.  Con lentitud, lo sacas y diriges tu mirada hacia el cerrado puño. Tienes miedo de abrir la mano y que realmente haya desaparecido. Como él. 

Por primera vez en mucho tiempo, tu corazón te envía una señal. Temor. Apenas recuerdas esa sensación. Retazos del pasado inundan ahora tu mente con aquella sensación. Miedo. A perderle. A dejar de sentirle a tu lado. A no poder salvarle.  A no poder perdonarle.

A pesar de aquel vago sentimiento de temor en tu interior, sonríes. Vuelves a sentir. Vuelves a notar que tu corazón palpita. Que la sangre corre por tus venas.  Pero… ¿por qué temor? Ahora ya no puedes temerle a nada. No hay nada que perder. Nada por lo que luchar. Nadie a quien salvar; no a él.
 
Abres lentamente la mano, separando con delicadeza tus dedos; como si temieses dañar aquel objeto. Tus ojos observan la cadena de plata que siempre llevaba consigo. Un pequeño colgante con una significativa frase y una fecha grabadas, la acompaña.  Nunca se separó de ella desde que se la regalaste. Era su amuleto. Su tesoro más preciado.-Aquí está mi alma –solía decirte, mientras la acariciaba con ternura. Ahora tienes su alma en tus manos. Una vez más. 

Sientes una extraña sensación en el pecho. Opresión. ¿Dolor?. No consigues reconocer aquel sentimiento. No te importa. Vuelves a sentir. Aquello te da fuerzas suficientes para volver a caminar hacia él. Cada paso aumenta la sensación en tu pecho. Te falta la respiración. Te tiemblan las manos. Cuando llegas a su eterno lecho, te das cuenta de que no puedes detener las lágrimas que brotan de tus ojos. Esta vez acompañadas de un punzante sentimiento de ira. 

Ira. Todos tus músculos se tensan al unísono y dejas escapar tu, hasta ahora, silenciada voz. Lloras. Tu llanto por fin puede escucharse. Por primera vez brota de tu interior. Tu herida está abierta ahora. Profunda. Penetrante. No puedes controlar aquella lacerante emoción. Gritas. Te sorprendes al escuchar tu propia voz. Ya no recordabas su sonido. Vuelves a gritar. Su nombre. Tantas veces le habías nombrado; en susurros; en sueños; entre sonrisas; entre lágrimas. Ahora le nombras con dolor. Con ira. Con temor a volver a perder la voz. 

Las fuerzas te abandonan y caes de rodillas. A sus pies. 

Recuerdas sus últimos momentos. Su mirada sin reproches. Llena de agradecimiento. Llena de amor. Con tu espada atravesándole el pecho. Tuvo fuerza para levantar la mano y acariciar tu perturbado rostro. Gracias, amor. Ahora soy libre. Cayó frente a ti con una sonrisa en sus delicados labios cubiertos de sangre. 

Tus pensamientos se amontonan desorientados. Sin orden. Sin lógica. Sientes que se lo debes. Le debes una última despedida.

Siempre te he amado. Nunca imaginé un amor así. Tan profundo. Tan poderoso. Tan irreal. No había límites para nosotros. No hubo un principio ni habrá un final. Te amé cuando estabas a mi lado; te amé cuando te marchaste; te amé en tu traición; te amé cuando elegiste la venganza en lugar de mis besos; te amé a pesar de las personas; a pesar de la vergüenza; te ame… tanto... Me dejaste atrás; me obligaste a apartarte de mí para siempre. A romper nuestro eterno lazo. A dejar de sentir.
Ahora… ahora te perdono. Por mostrarme la gloria en tus brazos. Por enseñarme el horror de la soledad. Te perdono. Porque te amo. Y te amaré siempre. 

Tus lágrimas detienen su recorrido. Te levantas y observas la cruz que preside su tumba. Alargas la mano y dejas la cadena sobre uno de los brazos de la cruz. Acaricias por última vez aquel tesoro y tratas de memorizar el contacto metálico. Te devuelvo tu alma, amor.

Tras unos breves instantes, te das la vuelta y te marchas. Al llegar a las puertas del cementerio sientes la tentación de mirar hacia atrás. Pero no lo haces. Temes volver a perderte en las tinieblas. 

La blanca nieve cae de nuevo, purificando tus pensamientos. Cubriéndolo todo a tu alrededor. Ya no hay sombras negras que presenten batalla.  Todo está silencioso, vacio.  Sonríes con tristeza mientras observas los copos de nieve caer. Esta vez lo conseguirá.


jueves, 26 de mayo de 2011

De vuelta

Hola!


He estado "perdida" durante una termporadita larga... y lo siento mucho! no sólo por no haber podido escribir, que es mi gran pasión y mi vía de escape; sino porque no he podido seguir vuestros blogs... pero aquí estoy de nuevo, deseando ponerme al día con vuestros relatos e historias!!!.

Un abrazo muy muy fuerte para tod@s!

Nore.