lunes, 20 de junio de 2011

El diario de Sam [Parte 1]

Vigésimo cuarto día:
Hace días que no encontramos agua. Anne ha vuelto a enfermar y  necesita medicamentos. El grupo parece comenzar a dividirse. Hugo y los hermanos Whon quieren ir al norte; están muy alterados; piensan que la zona estará limpia. Oímos en la radio un mensaje del ejército, que conminaba a los supervivientes a dirigirse al campamento de salvación, en la zona de Arinton. Jonah no confía en que sea un mensaje actual. Piensa que el norte, al igual que el resto del país, está condenado. Los demás estamos con Jonah. Después de ver el estado de las ciudades por las que hemos pasado, no creemos que el norte sea una excepción. No sabemos qué harán Hugo y los Whon, pero deseo que nos quedemos juntos. Es mucho más seguro.

Vigesimoquinto día:
Hugo y los hermanos se han marchado sin avisar. Cuando nos hemos despertado se habían llevado la caravana y la mayoría de los víveres. Ahora no tenemos prácticamente nada con lo que alimentarnos. Ni modo de viajar. Jonah nos ha reunido por la mañana para tratar de buscar soluciones. Estaba muy nervioso, y eso me asusta. Jonah no tiene miedo. Es un hombre fuerte. Valiente. Pero esta mañana su voz parecía temblar. Parece que vamos a seguir con el plan original de mantenernos ocultos en el bosque; Jonah y Max bajarán al pueblo para intentar buscar víveres. Anne está peor.

Vigesimosexto día:
Jonah y Max bajaron a Ciudad Río al medio día, con la mayor cantidad de luz posible. Cuando volvieron, traían consigo alimentos y algo de agua. No es mucha cantidad, pero nos mantendrá con vida al menos algunas semanas. Estamos exhaustos, pero parece que hay esperanza. Jonah dice que bajarán de nuevo a la ciudad cada pocos días para traer más víveres. También han conseguido algo de medicina para Anne.  Confiamos en que se ponga mejor. Hoy Dola nos ha contado que tiene una hija, y que siente que aún sigue viva, en algún lugar. Es la primera vez que nos habla de su vida. Se ha estado encargando de Anne. Yo creo que le recuerda a su hija.

Vigesimoséptimo día:
Al atardecer la enterramos. Las medicinas no surtieron efecto. Estamos exhaustos. Cansados.  Jonah y Max no han bajado a la cuidad. El día ha transcurrido silencioso. Dola ha vuelto a su mutismo habitual. No hemos derramado ni una sola lagrima. Creo que estamos perdiendo la capacidad de sentir.

Vigesimoctavo día:
Jonah y Max han bajado a por víveres a medio día. Aún no han vuelto. Estamos asustados. Aunque siempre apagamos la hoguera para evitar que nos vean en la oscuridad, hoy la hemos dejado encendida. Si no, Jonah y Max  no nos encontrarán. Tengo miedo.

-Idiotas.-maldijo Hugo en silencio, mientras cerraba el diario ensangrentado de Sam.  Recorrió con la mirada los restos del campamento donde se habían escondido durante semanas sus compañeros. Las tiendas de campaña aún seguían en pie, indemnes. Sacos con alimentos putrefactos, agua, e incluso medicinas. Habían conseguido víveres para aguantar unas cuantas semanas más. Pero los habían encontrado.  Los restos de aquellos que durante un corto periodo de tiempo se convirtieron en su única familia, se esparcían diseminados por la zona.  La identificación resultaba imposible. No podían ni siquiera darles sepultura.  

Hugo  se alejó unos pasos de la escena, los suficientes como para poder retirar el pañuelo con el que tapaba su nariz y respirar aire. Vomitó. Apoyó la espalda contra un árbol, y despacio, se dejó caer hasta quedar sentado, sin fuerzas. Desconsolado, trató de contener las lágrimas. Había esperanza- se dijo- el norte estaba limpio. No habían encontrado ni uno sólo de aquellos malditos seres por la zona. El ejército controlaba las ciudades más importantes. Había agua, alimentos, y medicinas. Y había supervivientes. Muchos. Se estaban organizando, y cada día ganaban terreno a aquellas demoniacas criaturas.  El mundo podía volver a comenzar.  A pesar de la oposición de los soldados, habían vuelto a por sus amigos. Tarde. Demasiado tarde. 

-¡Hugo!-gritó Yuon, mientras corría hacia el, muy agitado -¡ven! ¡tienes que ver esto! No… no puedo creerlo… Hugo… -se paró a mitad de camino, haciendo señas a Hugo para que le siguiera.

Hugo se levantó veloz, y corrió hacia donde se encontraba el pequeño de los Whon. Cuando llegó a su lado, éste, con un gesto, le indico un lugar en la espesura del bosque.
-¡ven conmigo! 

Corrieron durante un buen rato, Yuon al frente, sin mediar palabra.  Tras lo que a Hugo, le pareció una eternidad, Yuon frenó su febril carrera.

Se encontraban en un pequeño claro, rodeado de enormes árboles y frondosa maleza. Yuon dirigió su mirada hacia uno de aquellos árboles. Hugo le imitó, siguiendo la dirección de la mirada de su amigo. 

Bajo el árbol se encontraban dos cuerpos inertes. Los reconoció enseguida. Jonah y Max. 

-Están muertos, Hugo- dijo Yuon. –disparos.

-¿qué? ¿Disparos? Pero…eso es… ¡joder! Jonah era un jodido poli. Iba armado hasta los dientes. ¿Quién iba a…? –dijo, confuso Hugo, mientras observaba los agujeros de bala.

-Hugo –le interrumpió Yuon.-mira esto. 

Yuon se acercó al cuerpo sin vida de Jonah , y se agacho a su lado. Miró a Hugo y señaló un papel que el cadáver sostenía en la mano. 

Hugo se aproximó despacio y, tras hacer acopio de valor, cogió el papel de la mano de Jonah.  Era una de las hojas del diario de Sam. Comenzó a leer.

Vigesimonoveno día:
Nos han encontrado. He conseguido escapar, aunque no se por cuánto tiempo. Dola fue la primera en caer. Vi como uno de esos monstruos desgarraba su garganta de un zarpazo. Y después los demás. Uno por uno. Soy un jodido cobarde. Pude haber ayudado a la pequeña Ino pero salí corriendo. Escuché un grito. Sólo uno. Joder ¡Dios!. Que alguien me ayude. Estoy en el bosque, escondido, pero creo que alguno me ha seguido. Estoy aterrado. Me van a encontrar. Estoy llorando como un puto crío. ¡Joder! No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir. No […]

Las desquiciadas palabras de Sam se detenían allí. Su letra, fiel imagen de su estado mental, reflejaba el terror que había sentido el joven. Aquello sólo podía significar una cosa. 

Hugo gravó inconscientemente aquellas frases en su mente y continuó leyendo. La sorpresa se dibujó en su rostro.

 La letra que aparecía a continuación no era de Sam.

CAPÍTULO XIII. UN PUZZLE POR RECOMPONER


Tardé unos instantes en recobrar la compostura. Respira… respira… respira. Aun temeroso, cerré la puerta del cuarto de baño; a pesar de que las manos no dejaban de temblarme, conseguí comenzar a secar mi cuerpo y mi cabello.

Mientras lo hacía, no paraba de pensar: en Alina y en sus terroríficos ojos; en Saya y la noche apasionada que había pasado con ella; en la conversación entre Alina y Sebastián; en las intenciones de Dermott… .Aquellos pensamientos llenaban mi cabeza, inconexos. La confusión hizo que me quedara paralizado. Lo que más había odiado desde que tenía uso de razón, era precisamente la irracionalidad de los actos, las supersticiones vacías de hipótesis verificables.
Y sobre todo, aquello que no alcanzaba a explicar atendiendo a la lógica. 

Sin embargo, me encontraba en una situación totalmente absurda, disparatada. Y era, contra todo pronóstico, real. 

No tenía tiempo para pensar, todo estaba pasando demasiado rápido. Las últimas horas parecían haber adquirido un ritmo vertiginoso, tanto, que no era capaz de asimilar lo que estaba ocurriendo. Aun con la toalla en la cabeza, intenté razonar como siempre lo había hecho, como mi padre me había enseñado. Erick, lo que tienes ante ti es un gran puzzle, formado por hechos y acciones. Todos los hechos tienen una causa y una consecuencia. Todo en esta vida tiene un por qué, una razón de ser. Un antes, y un después. Sólo tienes que ordenar las piezas y podrás ver el resultado mucho más claro… . solía decirme cuando me quedaba atascado en algún problema o situación.

Tenía en mi cabeza los hechos, desordenados. Las piezas de aquel extraño puzle. Era hora de esclarecer un poco la situación. Inicié un rápido recorrido mental de todo lo que había ocurrido hasta ahora. Desde el principio. La llegada a la Casa de los C… ¡no! Un momento…todo empezó antes, la primera relación con los Cordel fue cuando Sebastián me entregó la invitación personalmente. Sebastián. Aquella fue la primera vez que le vi. Pero aquel hombre no se parecía en nada al que acababa de discutir con Alina, ni con el preocupado mayordomo que acompañó a Saya de vuelta al salón de baile. Sus modales, exquisitos en extremo. Delicado, serio, educado y servicial. Así habría descrito en un principio a Sebastián. Pero… cuando le escuché hablar con Alina… era… otro hombre, completamente diferente. Enérgico, impetuoso, violento e incluso sarcástico…  Ahí estaba la primera cuestión. Sebastián. Quizá se debiera a que estaba hablando con otra persona del servicio, pero… había algo más. Algo ¿maligno? … ya estaba desvariando de nuevo…

Sacudí inconscientemente la cabeza. Necesitaba deshacerme de todos aquellos pensamientos que no me ayudaban, que no tenían lógica ni razón alguna. Lo que estaba claro y era un hecho constatable, era que Sebastián estaba realmente furioso con Alina, y que ésta había fallado en su cometido. ¿Qué cometido? ¿Cuál era su tarea o su misión? . Esa era la segunda cuestión que me vino a la cabeza. Averiguar qué quería Alina de mí. Y quizá más importante ¿por qué? Y ¿para qué?.

La primera cuestión, claro está, era el porqué estaba un simple librero en la Fiesta de la Luna, en la casa de los Cordell. Pero estaba convencido de que tenía que estar todo relacionado, así que decidí seguir el orden de los acontecimientos hasta encontrar el lazo entre ellos.

Después de recibir la invitación, la imagen del salón de baile de la Casa de los Cordell se representó en mi mente, y dentro de ella, estaba Saya. Saya era otra incógnita. Otra gran, compleja y sensual incógnita. 

De nuevo la irracionalidad y lo absurdo invadieron mi mente. Era ilógico que una dama de la alta sociedad se acercase a un simple librero en una fiesta del hombre más importante de la zona; pero yo tildaría de quimérico el hecho de que tras una sola noche, esa misma dama se acostara con él. En realidad sería ya increíble simplemente el hecho de que se acostara con él.

Suspiré. Y regresé al presente. Aún no había terminado de secarme. El tiempo parecía haberse detenido dentro de mi cabeza. Alina debía de estar impacientándose de nuevo y no quería por nada del mundo volver a estar a solas con ella en aquel cuarto de baño. 

Terminé de secarme y me acerqué al espejo que colgaba por encima del lujoso lavamanos. No pude evitar observar con preocupación mi propio reflejo. Inconscientemente, mis ojos se desviaron hacia la marca que supuestamente Saya había dejado en mi pecho la noche anterior.  La angustia me envolvió en ese momento. Tuve que cerrar los ojos y respirar profundo para intentar calmar de nuevo la ansiedad. Estaba apoyado en el lavamanos; le estaba apretando con tanta fuerza que las manos comenzaron a dolerme. Estaba cansado de toda aquella situación. Abrí los ojos y me enfrenté de nuevo a mí mismo. Tienes que encontrar la lógica de todo esto – le dije a aquella angustiada imagen que me devolvía el espejo-Erick, piensa. Se listo. No puedes caer.

-Señor, ¿me ha llamado? ¿Necesita algo?- preguntó de repente Alina desde el otro lado de la puerta.

-Eh… no, Alina –respondí, al darme cuenta de que había expuesto aquellos pensamientos en voz alta- salgo enseguida.

-Bien, señor. Se hace tarde. 

No había tiempo. Terminé de secarme y me cubrí la parte inferior del cuerpo con una toalla. Me acerqué a la puerta y me apoyé en ella. Seguía nervioso, tenso y angustiado; sin embargo, una pequeña parte de mi comenzaba a luchar por la supervivencia. El escaso tiempo que había tenido para reflexionar me había dado algo de valor. Razonar siempre me calmaba; pero las piezas del puzle seguían revueltas en mi mente. Respiré profundamente y abrí la puerta.  

Alina estaba frente a mí, sujetando delicadamente un elegante traje, que supuse, sería mi nuevo atuendo para ir a ver a Dermott. 

-Señor, debe ponerse ésta ropa. Le sentará bien- dijo Alina. No me miraba a los ojos. Ahora mismo Alina era una tímida empleada del Conde. No había rastro de aquella peligrosa y cautivadora mujer que hacía unos minutos me había hecho perder la cabeza. 

Me acerqué a ella y cogí el traje. Me aproximé de nuevo al gran espejo que había en la habitación y comencé a vestirme. Al cabo de unos minutos, el hombre que aparecía frente a mí en el espejo parecía otro. Aquel aristocrático y refinado traje me había transformado en otra persona.  Un elegante y atractivo joven. Si me viesen ahora mis amigos… pensé, divertido, por primera vez en mucho tiempo.

-Señor, si está listo, déjeme acompañarle hasta los aposentos del Conde.

-De acuerdo Alina. Podemos irnos ya.

Alina se dirigió a la puerta, y antes de agarrar el pomo, un par de golpes en ella, resonaron en la habitación. Cuando abrió la puerta, su rostro palideció. Se giró hacia mi dirigiéndome una temerosa mirada.

-Sebastián –dijo, en voz apenas audible.

-Alina, querida, vengo a buscar al señor Theodor. Tengo ordenes del Conde de llevarle ante él–el tono de voz de Sebastián había cambiado desde la última vez que le escuché. Volvía a ser el educado y complaciente mayordomo que yo había conocido en mi tienda. 

-Ssi…si, el señor ya está preparado- repuso Alina, e inmediatamente, me hizo un gesto para que me dirigiera hacia la puerta. 

Cuando llegué al umbral de la misma me giré hacia Alina. Estaba… ¿asustada?. Estaba claro que algo había cambiado en aquella mujer. Nuestras miradas se cruzaron y, aunque no podría asegurarlo, juraría que me estaba enviando una mirada de súplica. 

-Señor, si es tan amable de acompañarme-dijo de repente Sebastián, sacándome de mis pensamientos.

Tendría que estar aliviado, pero inconscientemente, sentí una extraña sensación de preocupación por Alina. Después de todo, tenía que estar volviéndome loco, si tras lo ocurrido, no deseaba poner distancia entre aquella mujer y yo… 

Sebastian inició su caminata hacia los aposentos del Conde, donde me comentó, de manera muy educada, que nos dirigíamos.

Le seguí por los pasillos de la mansión Cordell, tratando de no perder el ritmo acelerado del mayordomo. Mientras caminaba, iba memorizando cada rincón de aquellos pasillos; cada recoveco; cada objeto colocado de manera ornamental… al fin y al cabo, cualquier detalle podría ayudarme después a… ¿a qué? pensé, de repente… ¿a escapar?.

Al cabo de un rato, que me pareció eterno, Sebastián por fin, paró frente a una puerta doble. Aquella debía ser la habitación de Dermott. Pero… ¿de qué me sonaba aquella puerta? Y el pasillo… En realidad se diferenciaba de las demás en la forma del marco, labrado según parecía, de manera artesanal. En la parte superior, tenía talladas dos figuras que reconocí con rapidez. De nuevo tenía frente a mí a la Diosa Lianna y al demonio Crefes; sin embargo, ésta vez era Crefes quien degollaba sin piedad a la Diosa. 

Me quedé paralizado. ¿Qué demonios era eso…? ¿Por qué alguien decoraría la entrada a sus aposentos con una escena tan extraña?.
 
Antes de poder pensar nada más, la puerta se abrió. Ni si quiera fui consciente de que Sebastian llamara. 

Frente de a mí, apareció mi “amigo” Dermott, cubierta únicamente con un elegante –y corto- batín de seda negra, ribeteado con bordados dorados. Por lo visto, acababa de darse un baño, ya que tenía el pelo totalmente mojado, y le caía desordenado alrededor del rostro, cubriéndole los hombros. De nuevo tuve aquella extraña sensación, exactamente igual a cuando le conocí. Dermott parecía un héroe de cuento de hadas. Aterradoramente atractivo, fuerte y musculoso, y con aquella sonrisa en los labios. Sin lugar a dudas, cualquier mujer se derretiría sólo con verle.

De pronto, no una, sino dos mujeres asomaron tras Dermott, y cruzaron la puerta entre risas y miradas cómplices; Dermott, sin embargo, no pareció hacerles mucho caso. Se dedicaba a observar mi reacción.

Y yo no podía salir de mi asombro. 

Aquellas mujeres iban cubiertas únicamente con diminutas toallas, que dejaban ver la mayor parte de sus femeninos encantos.

-¡Erick!  ¡Amigo! –Exclamó de repente Dermott, divertido –llegas tarde.

viernes, 27 de mayo de 2011

Te devuelvo tu alma.

 leer con "Forgiven" de Within Temptation
http://www.youtube.com/watch?v=3EloEMyAWXA

Agachas la cabeza; piensas que has cometido un error. Te arrepientes. No deberías estar allí. No deberías haber ido. La nieve lo cubre casi todo. El color blanco parece querer adueñarse del paisaje que tienes ante ti. Pero no lo consigue. Hoy su lucha es en vano. Se rinde. Resulta irónico –tu también dejaste de luchar- piensas.

Parada frente a las enormes y antiguas puertas de forja, ves cómo un río de personas ataviadas con negros ropajes serpentea hacia el interior, ganándole poco a poco la batalla al blanco invernal con su oscuridad. Cada vez son más. Pasan a tu lado sin apenas notar tu presencia. Puedes ver gestos de dolor y lágrimas; puedes escuchar lamentos y sollozos llenos de desolación. Abrazos, besos y frases de consuelo. El contacto parece ayudarles.  Tú ya no recuerdas lo que supone el tacto de otra piel. De su piel.

Ya no puedes verle. Se arremolinan a su alrededor, ocultándole ante tus ojos. –Como siempre- piensas- siempre ocultándote de mí-

Te aferras con fuerza a los barrotes de las puertas que tienes delante, con la intención de sentir. Lo que sea; cualquier cosa. Necesitas sentir algo. Has perdido la capacidad de hacerlo. Hace tiempo. Desde aquel instante. Aquel fatídico día. 

El tiempo pasa lento, entre canticos y plegarias a las que no unes tu voz. El sol se está ocultando frente a ti. Poco a poco, aquellas personas se van marchando, dejándote a solas con él. El momento ha llegado. Respiras hondo y comienzas a caminar. Recorres lentamente el trecho que os separa, mientras infinidad de recuerdos acuden a tu mente. La primera vez que le viste; aquella sonrisa pícara en sus labios; sus hermosos ojos grises; vuestra primera misión; vuestro primer fracaso; la primera reprimenda del Capitán;  el primer beso; la primera vez que hicisteis el amor… Te detienes –demasiadas primeras veces- piensas. Te das cuenta de que las lágrimas están rodando silenciosas por tus mejillas. Pero sigues sin sentir nada. No hay dolor que acompañe a esas lágrimas. Ningún sentimiento. Deseas que la tristeza te invada; que la pena y la desolación te llenen, que tu alma se desgarre. Lo deseas desesperadamente.

Desde tu posición puedes verle. Frente a ti, a escasos metros, descansa para toda la eternidad.  Como deseaba. Al final cumplió su deseo, escapar de lo que él llamaba la noche perpetua. Su huída no te pilló por sorpresa. Llevaba años desapareciendo. Cada día más lejano; más etéreo; más invisible. No pudo hacer frente a sus demonios; ni si quera contigo a su lado. Su deseo de venganza fue más fuerte. Le llevó al otro lado. A la frontera del bien y del mal. Pero no sientes culpa; no puedes sentirla. Intentaste detenerle. Cobijarle entre tus brazos; darle calor con tus labios. Protegerle de aquel mundo que no podía enfrentar.

No tienes valor para continuar. El helado viento revuelve tu cabello y te acaricia el rostro. Quiere congelar tus lágrimas, convertirlas en evidencia de aquellas emociones que no puedes expresar; ni sentir. Tienes frío. Metes tus manos en los bolsillos del abrigo, intentando hacerlas entrar en calor. Algo metálico roza tus dedos y un escalofrío recorre tu cuerpo. No recordabas llevarlo contigo. Lo aprietas con fuerza. Hasta que se te entumece la mano.  Con lentitud, lo sacas y diriges tu mirada hacia el cerrado puño. Tienes miedo de abrir la mano y que realmente haya desaparecido. Como él. 

Por primera vez en mucho tiempo, tu corazón te envía una señal. Temor. Apenas recuerdas esa sensación. Retazos del pasado inundan ahora tu mente con aquella sensación. Miedo. A perderle. A dejar de sentirle a tu lado. A no poder salvarle.  A no poder perdonarle.

A pesar de aquel vago sentimiento de temor en tu interior, sonríes. Vuelves a sentir. Vuelves a notar que tu corazón palpita. Que la sangre corre por tus venas.  Pero… ¿por qué temor? Ahora ya no puedes temerle a nada. No hay nada que perder. Nada por lo que luchar. Nadie a quien salvar; no a él.
 
Abres lentamente la mano, separando con delicadeza tus dedos; como si temieses dañar aquel objeto. Tus ojos observan la cadena de plata que siempre llevaba consigo. Un pequeño colgante con una significativa frase y una fecha grabadas, la acompaña.  Nunca se separó de ella desde que se la regalaste. Era su amuleto. Su tesoro más preciado.-Aquí está mi alma –solía decirte, mientras la acariciaba con ternura. Ahora tienes su alma en tus manos. Una vez más. 

Sientes una extraña sensación en el pecho. Opresión. ¿Dolor?. No consigues reconocer aquel sentimiento. No te importa. Vuelves a sentir. Aquello te da fuerzas suficientes para volver a caminar hacia él. Cada paso aumenta la sensación en tu pecho. Te falta la respiración. Te tiemblan las manos. Cuando llegas a su eterno lecho, te das cuenta de que no puedes detener las lágrimas que brotan de tus ojos. Esta vez acompañadas de un punzante sentimiento de ira. 

Ira. Todos tus músculos se tensan al unísono y dejas escapar tu, hasta ahora, silenciada voz. Lloras. Tu llanto por fin puede escucharse. Por primera vez brota de tu interior. Tu herida está abierta ahora. Profunda. Penetrante. No puedes controlar aquella lacerante emoción. Gritas. Te sorprendes al escuchar tu propia voz. Ya no recordabas su sonido. Vuelves a gritar. Su nombre. Tantas veces le habías nombrado; en susurros; en sueños; entre sonrisas; entre lágrimas. Ahora le nombras con dolor. Con ira. Con temor a volver a perder la voz. 

Las fuerzas te abandonan y caes de rodillas. A sus pies. 

Recuerdas sus últimos momentos. Su mirada sin reproches. Llena de agradecimiento. Llena de amor. Con tu espada atravesándole el pecho. Tuvo fuerza para levantar la mano y acariciar tu perturbado rostro. Gracias, amor. Ahora soy libre. Cayó frente a ti con una sonrisa en sus delicados labios cubiertos de sangre. 

Tus pensamientos se amontonan desorientados. Sin orden. Sin lógica. Sientes que se lo debes. Le debes una última despedida.

Siempre te he amado. Nunca imaginé un amor así. Tan profundo. Tan poderoso. Tan irreal. No había límites para nosotros. No hubo un principio ni habrá un final. Te amé cuando estabas a mi lado; te amé cuando te marchaste; te amé en tu traición; te amé cuando elegiste la venganza en lugar de mis besos; te amé a pesar de las personas; a pesar de la vergüenza; te ame… tanto... Me dejaste atrás; me obligaste a apartarte de mí para siempre. A romper nuestro eterno lazo. A dejar de sentir.
Ahora… ahora te perdono. Por mostrarme la gloria en tus brazos. Por enseñarme el horror de la soledad. Te perdono. Porque te amo. Y te amaré siempre. 

Tus lágrimas detienen su recorrido. Te levantas y observas la cruz que preside su tumba. Alargas la mano y dejas la cadena sobre uno de los brazos de la cruz. Acaricias por última vez aquel tesoro y tratas de memorizar el contacto metálico. Te devuelvo tu alma, amor.

Tras unos breves instantes, te das la vuelta y te marchas. Al llegar a las puertas del cementerio sientes la tentación de mirar hacia atrás. Pero no lo haces. Temes volver a perderte en las tinieblas. 

La blanca nieve cae de nuevo, purificando tus pensamientos. Cubriéndolo todo a tu alrededor. Ya no hay sombras negras que presenten batalla.  Todo está silencioso, vacio.  Sonríes con tristeza mientras observas los copos de nieve caer. Esta vez lo conseguirá.


jueves, 26 de mayo de 2011

De vuelta

Hola!


He estado "perdida" durante una termporadita larga... y lo siento mucho! no sólo por no haber podido escribir, que es mi gran pasión y mi vía de escape; sino porque no he podido seguir vuestros blogs... pero aquí estoy de nuevo, deseando ponerme al día con vuestros relatos e historias!!!.

Un abrazo muy muy fuerte para tod@s!

Nore.

viernes, 22 de abril de 2011

Volver a escuchar el rugido de una pantera



Tu salvaje rugido se escucha desde la lejanía. Estás asustada. Tus músculos se tensan, y te agazapas buscando la protección de la Madre Tierra. Aquellas extrañas criaturas te tienen acorralada. No encuentras escapatoria. 

No sabes cómo te han descubierto. Eres cauta y silenciosa, una sombra, un fantasma. Y aun así, están allí, frente a ti. Leones, tigres, gigantescas serpientes o peligrosos cocodrilos. Te has enfrentado a un sinfín de enemigos, pero no reconoces ningún rasgo en los seres que te desafían.  Lo único que sabes es que son hostiles. Cazan en grupo. Se comunican entre ellos con extraños sonidos.  La piel que les recubre es desconocida para ti. Se mueven lentos sobre sus patas traseras. Portan objetos que despiden reflejos metálicos que el instinto te hace temer.  

Huelen a peligro. A muerte. 

Una de ellas se acerca sigilosa hacia ti. Tienes que huir. Vuelves a rugir, esta vez con más fuerza. La criatura se detiene. Es el momento. No vas a tener más oportunidades. Preparas tu cuerpo.  Visualizas tu objetivo, tras aquella criatura que ahora se mantiene quieta. 

Saltas. 

 Tan alto y tan lejos como puedes. Tus poderosas patas te impulsan dejando paralizados por el asombro a tus enemigos. Consigues encaramarte al tronco de un enorme árbol, y haciendo gala de tu innata habilidad trepas hasta las ramas más altas. Las criaturas se han reunido bajo el árbol y te observan con detenimiento. Parecen enfadadas.  El sol las ilumina y de nuevo los reflejos metálicos te hacen temblar.De pronto escuchas un extraño ruido. No tienes tiempo de reaccionar. Notas un dolor insoportable en tu pata delantera. De nuevo el ruido. Esta vez el dolor recorre una de tus patas traseras. Pierdes el equilibrio.

Caes. 

No puedes moverte. El dolor te paraliza. Sientes terror. Angustia. Las criaturas emiten sonidos que tú reconoces aunque no entiendas su forma de comunicarse. Victoria. Ellos han ganado la batalla. Se acabó. Te rindes. Es la ley de la Jungla. La ley del más fuerte. 

Dos de aquellas terroríficas criaturas se acercan a ti. Pero, de repente, vuelves a escuchar aquel estremecedor ruido de antes. Suena lejano.  Las criaturas se detienen y se comunican entre ellas. Parecen enfadadas, y a la vez, asustadas. 

Huyen. 

Se alejan de ti.  Una tentadora oscuridad te envuelve. Sabes que vas a reunirte con la Madre Tierra.Despiertas. Apenas sientes dolor. Ves de nuevo a dos de aquellas criaturas sobre ti. Parece que una de ellas trata de comunicarse contigo. Notas que te acaricia suavemente el pelaje. Sientes su calidez. Huele a compasión. A respeto. Dejas de tener miedo y vuelves a sumergirte en la oscuridad.

Despiertas de nuevo, con vida. Reconoces el olor y tratas de incorporarte. Tus extremidades están entumecidas, pero puedes moverte. Aquella criatura se acerca y puedes sentir su alegría. Tienes comida y agua. Pero estás encerrada. No puedes salir de allí. Eso te enfurece. Las criaturas se acercan a diario. Te sacan de la jaula y hacen que duermas. Cuando despiertas vuelves a estar encerrada. Los días pasan y vas recobrando las fuerzas.No sabes cómo, pero las heridas se cierran más rápido de lo habitual. Aquellas criaturas están ayudándote. Ya no atacas cuando se acercan a ti. No tienes miedo. Ellas tampoco. Ya no te hacen dormir. Te curan las heridas y te tratan con calidez. Acarician tu pelaje. Incluso intentan jugar. Sientes respeto por ellas. Tras un tiempo viviendo con aquellas criaturas, te devuelven a tu hogar.

Sientes la brisa en tu piel. La libertad.Esa misma noche, cuando el sol se oculta, tu salvaje rugido vuelve a escucharse en la lejanía.  

El rugido de una pantera

IMÁGENES



Dejaste de correr entre las sombras. La huída se te antojó inútil en aquel momento. En pocos minutos estarían allí. No tendrían piedad contigo. Pensabas que no necesitabas su maldita compasión. A pesar de ello tenías un miedo atroz a lo que estaba a punto de suceder. Sabías que no había escapatoria para ti. No habría un final feliz para tu historia. No lo merecías. 

Tragaste por última vez saliva y avanzaste lentamente hacia la luz. Temblabas. Nunca habías sentido un terror similar. Jamás te habrías imaginado en aquella situación.

Dicen que cuando vas a morir, ves pasar tu vida en imágenes. Tú sólo tenías una en la mente. Él.  Al fin y al cabo Él era tu vida.

Cuando por fin te encontraron, tú ya habías dado el paso. Habías comenzado a desaparecer entre las llamas. La intensa luz del mediodía estaba acabando con tu inmortal existencia. 

En el último instante de tu doloroso final viste su rostro, anegado en lágrimas. Amante y verdugo. Supiste que el dolor que tú sentías quedaría en su memoria para siempre. Supiste que a pesar de todo, cuando él muriese sólo tendría una imagen en su mente. Tu. Al fin y al cabo, Tú fuiste su vida.

Despierta

Muerto. Estaba muerto. No me lo podía creer.

Estaba convencido de que en cualquier momento despertaría de aquella terrorífica pesadilla y nos reiríamos juntos de la situación.

Pero esperaba, esperaba y esperaba y no despertaba. Llantos, abrazos de compasión, gestos de dolor y sufrimiento. Negro. Todo estaba negro. El ambiente, las personas, incluso yo. Quise llorar también, pero no me salían las lágrimas. Quise abrazarle, pero no podía moverme. Quise gritar, pero mi voz se negaba a salir.

El tiempo pasaba y aquellos rostros, muchos de ellos conocidos fueron desapareciendo por momentos. Al rato sólo quedaba él. 

Su pálido rostro me recordó a aquella ocasión en que, de niños, nos colamos en el huerto del Señor Hundon para robar unas manzanas.  Cuando el viejo salió corriendo tras nosotros con la escopeta de la mano, tenía el mismo aspecto.

¡Despierta! ¡Despierta de una vez!

Sólo cuando se levanto de la silla y, compungido dejó una flor junto a mi inerte cuerpo en el ataúd, comprendí que no despertaría nunca. 

Muerto. Estaba muerto. No me lo podía creer.

jueves, 7 de abril de 2011

CAPÍTULO XII. AROMA PERTURBADOR


El aroma de Alina penetraba en mí con fuerza. Y no solo a través de la nariz. Parecía que podía respirar su perfume con todos los poros de mi cuerpo. Aquel sensual e incitante olor hacía que mi mente quedara totalmente embotada. No podía pensar con claridad. Tan sólo deseaba estar cada vez más cerca de aquella tentadora mujer. Tocar su piel. Besar sus labios. Hacerla mía, o… ser totalmente suyo.  Sus ojos ya no me producían temor. Al contrario, la sensación de que tenía frente a mí a la criatura más perfecta y deliciosa, era cada vez más poderosa en mi interior.

No podía retirar mi mirada de sus ojos. En aquel momento, me parecían extremadamente bellos. Seductores. Arrebatadores. No pude evitar dejar escapar un pequeño gemido de placer cuando Alina me lamió provocativamente el cuello. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Cada centímetro de mí suplicaba por más. Mas. Mucho más. Deseo. Placer. Lujuria. Sólo podía pensar en eso. 

-Eres bello, Erick-dijo, con su seductora voz, mientras acariciaba con pasión mi pecho – joven y bello. Un dulce muy apetecible… tierno… sabroso…-volvió a decir, mientras se acercaba peligrosamente a mis labios- delicioso, asombrosamente exquisito- una de sus manos descendió por mi pecho, desapareciendo bajo el agua - me perteneces, Erick. 

No podía responder. Realmente deseaba pertenecerle. Ser suyo. ¿Ser suyo?. Ese pensamiento aclaró por unos instantes mi turbada mente. Yo… ya pertenecía a alguien… esa sensación… aquel olor… no era su olor… Saya. Algo se rompió en mi interior; la cadena ilusoria que me unía a Alina.  Algo que hizo que fuera totalmente consciente de la situación en la que me encontraba.  Algo que hizo que me topara de nuevo con los terroríficos ojos de Alina. Con su aterradora sonrisa. Con la maldad de su mirada.

Me retiré de ella con rapidez y violencia. Me liberé de sus garras y me levanté, poniéndome en pié en la tina, girándome para poder observarla.  Alina seguía arrodillada frente a mí, con sus brazos metidos en el agua. Totalmente sorprendida, me miraba con una expresión de estupor en su rostro.  El tiempo pareció detenerse. Ninguno de los dos reaccionaba. 

-¿cómo… lo has hecho…? ¿Cómo has conseguido liberarte…?-comenzó a articular con trémula voz.

No pude contestar. Unos golpes en la puerta de la habitación hicieron que ambos mirásemos en aquella dirección. Alina reaccionó primero.  Se puso en pié y se dirigió veloz hacia la puerta del cuarto de baño. Agarró el pomo y antes de cruzar el umbral, se giró hacia mí y me dirigió una mirada asesina, llena de ira y rabia. Aquel furioso rostro se me quedó grabado en la mente. 

Sentí, por primera vez, la maldad en su estado más puro. 

Desnudo, y de pié en la tina, recordé las advertencias que yo mismo me había hecho sobre Alina, y con terror, reconocí que mi lucha había sido en vano. Alina había hecho de mí un títere. Un juguete. Una simple marioneta. Pero… ¿Cómo lo había hecho...? en ese momento, pensé en su olor. Cuando se acercó a mí, aquel olor me había nublado el pensamiento. 
Quizá… me había hechizado con su aroma? Pero… ¿qué tonterías estaba pensando? Lo próximo sería pensar en que era una criatura sobrenatural. ¿Un demonio? Estupideces.
Sacudí la cabeza para librarme de tales pensamientos. Yo era un hombre cabal. No era supersticioso ni creía en ese tipo de asuntos oscuros. Además, esas ideas no me servían de ayuda.  

Respiré profundo y aclaré mi mente. Salí de la tina y envolví la parte inferior de mi cuerpo con una toalla que se encontraba encima de un mueble cercano. Me acerqué a la puerta con sigilo. Alina la había cerrado al salir. Pegué mi cara a la puerta y me dispuse a escuchar. Tenía buen oído. Quizá fuera de nacimiento, o quizá las largas horas en la silenciosa librería habían ayudado a que mi sentido del oído se agudizase, haciendo que pudiera escuchar sin dificultad cualquier murmullo lejano.

Alina estaba hablando con alguien. Debía haber abierto la puerta de la habitación y estaba teniendo una conversación con… un hombre. El tono grave de su voz me decía que era un hombre. Pero no era Dermott. Reconocería su voz en cualquier momento, en cualquier situación y en cualquier lugar. Sin lugar a dudas, era otra persona. Y creía saber quién, aunque sin verle, no podía asegurarme. Sebastián. El mayordomo del Conde. Ya le había visto y oído en dos ocasiones. La primera, en la librería, cuando fue personalmente a entregarme la invitación a la Fiesta. La segunda, cuando se llevó a Saya de vuelta al Salón de Baile.
Y ahora estaba hablando con Alina. Traté de concentrarme en la conversación. Al instante, ya estaba inmerso en ella.

-… hacerlo, criatura- dijo Sebastián con severidad.

-puedo hacer eso, y mucho más, estúpido. No sabes hasta dónde puedo llegar, pedazo de…
-¡cállate! Entiende tu lugar, criatura- cortó Sebastián, esta vez, dejando entrever el enfado en sus palabras. –eres un ser vil. Un ser vil y estúpido. Te dejé instrucciones claras sobre tu trabajo y no has hecho caso de ellas. No sirves para nada. 

-¡¿instrucciones?! ¡¿De qué estás hablando, escoria?!- gritó Alina –yo no sigo instrucciones de nadie más que de mi Señor, y tú no eres más que un…

-¡escúchame bien, zorra!- cortó Sebastián- Sólo lo diré una vez. Cuando todo esto termine, te marcharás y no volverás por aquí. No te acercarás al Señor. Ya no le eres útil, estúpida. Sólo sirves para una cosa y ni si quiera puedes hacerlo bien –la voz de Sebastián comenzaba a resultar realmente amenazadora. –Él ya no te necesita. Has fracasado. ¿No te has dado cuenta? ¿Acaso tus sucios trucos han funcionado? Maldita inútil. 

-¿qué…? ¿Por qué…? El señor me dijo que sólo yo… que podía ayudarle a… -sollozó Alina.-no sé por qué no ha hecho efecto… él… - Su tono de voz había cambiado por completo. La fuerza de sus palabras se había desvanecido. Ahora susurraba las palabras con temor. Con pesar. –nunca… nunca antes había fallado… Mi Señor me necesita…

-eso era antes de que ella llegase. Ahora no tienes poder frente a ella. En este momento no eres rival para esa mujer. Se te adelantó, estúpida. Se te adelantó. 

-Que… ¿se me adelantó? No… no es posible…pero… ¿Cómo pudo entrar? Como pudo… llegar hasta él… ese… ese… -Alina comenzó a subir el tono de voz. La furia comenzó a brotar de nuevo a través de sus palabras- ese… ¡ese era tu jodido trabajo, maldito! ¡Impedir que se acercara a él! ¡Eres tu quién ha fallado! ¡No te atrevas a decirme…!

Un estrepitoso golpe frenó el iracundo discurso de Alina.

-¡Te he dicho que te calles, furcia! Termina tu labor aquí y no se te ocurra hacer cosas por tu cuenta. Si vuelves a cometer un error… no habrá vuelta atrás. El Señor está muy descontento contigo, Alina –Sebastián pronunció su nombre con falsa amabilidad. Pura ironía - ¿Quién sabe lo que pensará hacer contigo después?

El silencio se apoderó de la sala. No escuché más palabras. Tan sólo el sonido de la puerta de la habitación al cerrarse. 

De nuevo me invadió un terror irracional. ¿Qué demonios acababa de pasar en la habitación de al lado? ¿Qué tipo de conversación había sido esa? Multitud de preguntas comenzaron a poblar mi mente. Alina… ¿había fracasado? ¿En qué? No era rival… ¿para quién?... estaban hablando de… Imposible. 

No tuve tiempo de pensar en nada más. El pomo de la puerta del cuarto de baño se giró y en un instante, Alina estaba entrando.

Me retiré instintivamente de la puerta, y contuve la respiración, esperando ver de nuevo aquellos terroríficos ojos. Pero no los encontré. 

Frente a mí se encontraba una desvalida y delicada mujer, que me dirigía una mirada de súplica. No había rastro de aquella sangrienta mirada, ni de la sonrisa aterradora.  Alina comenzó a caminar hacia mí con lentitud. 

-Señor, debería terminar de secarse. ¿Necesita ayuda?

Tuve que hacer un gran esfuerzo para contestar. Mis palabras se habían quedado atascadas en la garganta.

-N…no… Muu.. muchas gracias Alina. Lo haré solo. 

-Está bien, Señor. Cuando termine, salga y le daré la ropa. Ya está lista.

-Si… si.

Alina dio la vuelta y se marchó. Cerró la puerta tras de sí y me dejó solo. En silencio. Perplejo. Aturdido.