lunes, 20 de junio de 2011

El diario de Sam [Parte 1]

Vigésimo cuarto día:
Hace días que no encontramos agua. Anne ha vuelto a enfermar y  necesita medicamentos. El grupo parece comenzar a dividirse. Hugo y los hermanos Whon quieren ir al norte; están muy alterados; piensan que la zona estará limpia. Oímos en la radio un mensaje del ejército, que conminaba a los supervivientes a dirigirse al campamento de salvación, en la zona de Arinton. Jonah no confía en que sea un mensaje actual. Piensa que el norte, al igual que el resto del país, está condenado. Los demás estamos con Jonah. Después de ver el estado de las ciudades por las que hemos pasado, no creemos que el norte sea una excepción. No sabemos qué harán Hugo y los Whon, pero deseo que nos quedemos juntos. Es mucho más seguro.

Vigesimoquinto día:
Hugo y los hermanos se han marchado sin avisar. Cuando nos hemos despertado se habían llevado la caravana y la mayoría de los víveres. Ahora no tenemos prácticamente nada con lo que alimentarnos. Ni modo de viajar. Jonah nos ha reunido por la mañana para tratar de buscar soluciones. Estaba muy nervioso, y eso me asusta. Jonah no tiene miedo. Es un hombre fuerte. Valiente. Pero esta mañana su voz parecía temblar. Parece que vamos a seguir con el plan original de mantenernos ocultos en el bosque; Jonah y Max bajarán al pueblo para intentar buscar víveres. Anne está peor.

Vigesimosexto día:
Jonah y Max bajaron a Ciudad Río al medio día, con la mayor cantidad de luz posible. Cuando volvieron, traían consigo alimentos y algo de agua. No es mucha cantidad, pero nos mantendrá con vida al menos algunas semanas. Estamos exhaustos, pero parece que hay esperanza. Jonah dice que bajarán de nuevo a la ciudad cada pocos días para traer más víveres. También han conseguido algo de medicina para Anne.  Confiamos en que se ponga mejor. Hoy Dola nos ha contado que tiene una hija, y que siente que aún sigue viva, en algún lugar. Es la primera vez que nos habla de su vida. Se ha estado encargando de Anne. Yo creo que le recuerda a su hija.

Vigesimoséptimo día:
Al atardecer la enterramos. Las medicinas no surtieron efecto. Estamos exhaustos. Cansados.  Jonah y Max no han bajado a la cuidad. El día ha transcurrido silencioso. Dola ha vuelto a su mutismo habitual. No hemos derramado ni una sola lagrima. Creo que estamos perdiendo la capacidad de sentir.

Vigesimoctavo día:
Jonah y Max han bajado a por víveres a medio día. Aún no han vuelto. Estamos asustados. Aunque siempre apagamos la hoguera para evitar que nos vean en la oscuridad, hoy la hemos dejado encendida. Si no, Jonah y Max  no nos encontrarán. Tengo miedo.

-Idiotas.-maldijo Hugo en silencio, mientras cerraba el diario ensangrentado de Sam.  Recorrió con la mirada los restos del campamento donde se habían escondido durante semanas sus compañeros. Las tiendas de campaña aún seguían en pie, indemnes. Sacos con alimentos putrefactos, agua, e incluso medicinas. Habían conseguido víveres para aguantar unas cuantas semanas más. Pero los habían encontrado.  Los restos de aquellos que durante un corto periodo de tiempo se convirtieron en su única familia, se esparcían diseminados por la zona.  La identificación resultaba imposible. No podían ni siquiera darles sepultura.  

Hugo  se alejó unos pasos de la escena, los suficientes como para poder retirar el pañuelo con el que tapaba su nariz y respirar aire. Vomitó. Apoyó la espalda contra un árbol, y despacio, se dejó caer hasta quedar sentado, sin fuerzas. Desconsolado, trató de contener las lágrimas. Había esperanza- se dijo- el norte estaba limpio. No habían encontrado ni uno sólo de aquellos malditos seres por la zona. El ejército controlaba las ciudades más importantes. Había agua, alimentos, y medicinas. Y había supervivientes. Muchos. Se estaban organizando, y cada día ganaban terreno a aquellas demoniacas criaturas.  El mundo podía volver a comenzar.  A pesar de la oposición de los soldados, habían vuelto a por sus amigos. Tarde. Demasiado tarde. 

-¡Hugo!-gritó Yuon, mientras corría hacia el, muy agitado -¡ven! ¡tienes que ver esto! No… no puedo creerlo… Hugo… -se paró a mitad de camino, haciendo señas a Hugo para que le siguiera.

Hugo se levantó veloz, y corrió hacia donde se encontraba el pequeño de los Whon. Cuando llegó a su lado, éste, con un gesto, le indico un lugar en la espesura del bosque.
-¡ven conmigo! 

Corrieron durante un buen rato, Yuon al frente, sin mediar palabra.  Tras lo que a Hugo, le pareció una eternidad, Yuon frenó su febril carrera.

Se encontraban en un pequeño claro, rodeado de enormes árboles y frondosa maleza. Yuon dirigió su mirada hacia uno de aquellos árboles. Hugo le imitó, siguiendo la dirección de la mirada de su amigo. 

Bajo el árbol se encontraban dos cuerpos inertes. Los reconoció enseguida. Jonah y Max. 

-Están muertos, Hugo- dijo Yuon. –disparos.

-¿qué? ¿Disparos? Pero…eso es… ¡joder! Jonah era un jodido poli. Iba armado hasta los dientes. ¿Quién iba a…? –dijo, confuso Hugo, mientras observaba los agujeros de bala.

-Hugo –le interrumpió Yuon.-mira esto. 

Yuon se acercó al cuerpo sin vida de Jonah , y se agacho a su lado. Miró a Hugo y señaló un papel que el cadáver sostenía en la mano. 

Hugo se aproximó despacio y, tras hacer acopio de valor, cogió el papel de la mano de Jonah.  Era una de las hojas del diario de Sam. Comenzó a leer.

Vigesimonoveno día:
Nos han encontrado. He conseguido escapar, aunque no se por cuánto tiempo. Dola fue la primera en caer. Vi como uno de esos monstruos desgarraba su garganta de un zarpazo. Y después los demás. Uno por uno. Soy un jodido cobarde. Pude haber ayudado a la pequeña Ino pero salí corriendo. Escuché un grito. Sólo uno. Joder ¡Dios!. Que alguien me ayude. Estoy en el bosque, escondido, pero creo que alguno me ha seguido. Estoy aterrado. Me van a encontrar. Estoy llorando como un puto crío. ¡Joder! No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir. No […]

Las desquiciadas palabras de Sam se detenían allí. Su letra, fiel imagen de su estado mental, reflejaba el terror que había sentido el joven. Aquello sólo podía significar una cosa. 

Hugo gravó inconscientemente aquellas frases en su mente y continuó leyendo. La sorpresa se dibujó en su rostro.

 La letra que aparecía a continuación no era de Sam.

CAPÍTULO XIII. UN PUZZLE POR RECOMPONER


Tardé unos instantes en recobrar la compostura. Respira… respira… respira. Aun temeroso, cerré la puerta del cuarto de baño; a pesar de que las manos no dejaban de temblarme, conseguí comenzar a secar mi cuerpo y mi cabello.

Mientras lo hacía, no paraba de pensar: en Alina y en sus terroríficos ojos; en Saya y la noche apasionada que había pasado con ella; en la conversación entre Alina y Sebastián; en las intenciones de Dermott… .Aquellos pensamientos llenaban mi cabeza, inconexos. La confusión hizo que me quedara paralizado. Lo que más había odiado desde que tenía uso de razón, era precisamente la irracionalidad de los actos, las supersticiones vacías de hipótesis verificables.
Y sobre todo, aquello que no alcanzaba a explicar atendiendo a la lógica. 

Sin embargo, me encontraba en una situación totalmente absurda, disparatada. Y era, contra todo pronóstico, real. 

No tenía tiempo para pensar, todo estaba pasando demasiado rápido. Las últimas horas parecían haber adquirido un ritmo vertiginoso, tanto, que no era capaz de asimilar lo que estaba ocurriendo. Aun con la toalla en la cabeza, intenté razonar como siempre lo había hecho, como mi padre me había enseñado. Erick, lo que tienes ante ti es un gran puzzle, formado por hechos y acciones. Todos los hechos tienen una causa y una consecuencia. Todo en esta vida tiene un por qué, una razón de ser. Un antes, y un después. Sólo tienes que ordenar las piezas y podrás ver el resultado mucho más claro… . solía decirme cuando me quedaba atascado en algún problema o situación.

Tenía en mi cabeza los hechos, desordenados. Las piezas de aquel extraño puzle. Era hora de esclarecer un poco la situación. Inicié un rápido recorrido mental de todo lo que había ocurrido hasta ahora. Desde el principio. La llegada a la Casa de los C… ¡no! Un momento…todo empezó antes, la primera relación con los Cordel fue cuando Sebastián me entregó la invitación personalmente. Sebastián. Aquella fue la primera vez que le vi. Pero aquel hombre no se parecía en nada al que acababa de discutir con Alina, ni con el preocupado mayordomo que acompañó a Saya de vuelta al salón de baile. Sus modales, exquisitos en extremo. Delicado, serio, educado y servicial. Así habría descrito en un principio a Sebastián. Pero… cuando le escuché hablar con Alina… era… otro hombre, completamente diferente. Enérgico, impetuoso, violento e incluso sarcástico…  Ahí estaba la primera cuestión. Sebastián. Quizá se debiera a que estaba hablando con otra persona del servicio, pero… había algo más. Algo ¿maligno? … ya estaba desvariando de nuevo…

Sacudí inconscientemente la cabeza. Necesitaba deshacerme de todos aquellos pensamientos que no me ayudaban, que no tenían lógica ni razón alguna. Lo que estaba claro y era un hecho constatable, era que Sebastián estaba realmente furioso con Alina, y que ésta había fallado en su cometido. ¿Qué cometido? ¿Cuál era su tarea o su misión? . Esa era la segunda cuestión que me vino a la cabeza. Averiguar qué quería Alina de mí. Y quizá más importante ¿por qué? Y ¿para qué?.

La primera cuestión, claro está, era el porqué estaba un simple librero en la Fiesta de la Luna, en la casa de los Cordell. Pero estaba convencido de que tenía que estar todo relacionado, así que decidí seguir el orden de los acontecimientos hasta encontrar el lazo entre ellos.

Después de recibir la invitación, la imagen del salón de baile de la Casa de los Cordell se representó en mi mente, y dentro de ella, estaba Saya. Saya era otra incógnita. Otra gran, compleja y sensual incógnita. 

De nuevo la irracionalidad y lo absurdo invadieron mi mente. Era ilógico que una dama de la alta sociedad se acercase a un simple librero en una fiesta del hombre más importante de la zona; pero yo tildaría de quimérico el hecho de que tras una sola noche, esa misma dama se acostara con él. En realidad sería ya increíble simplemente el hecho de que se acostara con él.

Suspiré. Y regresé al presente. Aún no había terminado de secarme. El tiempo parecía haberse detenido dentro de mi cabeza. Alina debía de estar impacientándose de nuevo y no quería por nada del mundo volver a estar a solas con ella en aquel cuarto de baño. 

Terminé de secarme y me acerqué al espejo que colgaba por encima del lujoso lavamanos. No pude evitar observar con preocupación mi propio reflejo. Inconscientemente, mis ojos se desviaron hacia la marca que supuestamente Saya había dejado en mi pecho la noche anterior.  La angustia me envolvió en ese momento. Tuve que cerrar los ojos y respirar profundo para intentar calmar de nuevo la ansiedad. Estaba apoyado en el lavamanos; le estaba apretando con tanta fuerza que las manos comenzaron a dolerme. Estaba cansado de toda aquella situación. Abrí los ojos y me enfrenté de nuevo a mí mismo. Tienes que encontrar la lógica de todo esto – le dije a aquella angustiada imagen que me devolvía el espejo-Erick, piensa. Se listo. No puedes caer.

-Señor, ¿me ha llamado? ¿Necesita algo?- preguntó de repente Alina desde el otro lado de la puerta.

-Eh… no, Alina –respondí, al darme cuenta de que había expuesto aquellos pensamientos en voz alta- salgo enseguida.

-Bien, señor. Se hace tarde. 

No había tiempo. Terminé de secarme y me cubrí la parte inferior del cuerpo con una toalla. Me acerqué a la puerta y me apoyé en ella. Seguía nervioso, tenso y angustiado; sin embargo, una pequeña parte de mi comenzaba a luchar por la supervivencia. El escaso tiempo que había tenido para reflexionar me había dado algo de valor. Razonar siempre me calmaba; pero las piezas del puzle seguían revueltas en mi mente. Respiré profundamente y abrí la puerta.  

Alina estaba frente a mí, sujetando delicadamente un elegante traje, que supuse, sería mi nuevo atuendo para ir a ver a Dermott. 

-Señor, debe ponerse ésta ropa. Le sentará bien- dijo Alina. No me miraba a los ojos. Ahora mismo Alina era una tímida empleada del Conde. No había rastro de aquella peligrosa y cautivadora mujer que hacía unos minutos me había hecho perder la cabeza. 

Me acerqué a ella y cogí el traje. Me aproximé de nuevo al gran espejo que había en la habitación y comencé a vestirme. Al cabo de unos minutos, el hombre que aparecía frente a mí en el espejo parecía otro. Aquel aristocrático y refinado traje me había transformado en otra persona.  Un elegante y atractivo joven. Si me viesen ahora mis amigos… pensé, divertido, por primera vez en mucho tiempo.

-Señor, si está listo, déjeme acompañarle hasta los aposentos del Conde.

-De acuerdo Alina. Podemos irnos ya.

Alina se dirigió a la puerta, y antes de agarrar el pomo, un par de golpes en ella, resonaron en la habitación. Cuando abrió la puerta, su rostro palideció. Se giró hacia mi dirigiéndome una temerosa mirada.

-Sebastián –dijo, en voz apenas audible.

-Alina, querida, vengo a buscar al señor Theodor. Tengo ordenes del Conde de llevarle ante él–el tono de voz de Sebastián había cambiado desde la última vez que le escuché. Volvía a ser el educado y complaciente mayordomo que yo había conocido en mi tienda. 

-Ssi…si, el señor ya está preparado- repuso Alina, e inmediatamente, me hizo un gesto para que me dirigiera hacia la puerta. 

Cuando llegué al umbral de la misma me giré hacia Alina. Estaba… ¿asustada?. Estaba claro que algo había cambiado en aquella mujer. Nuestras miradas se cruzaron y, aunque no podría asegurarlo, juraría que me estaba enviando una mirada de súplica. 

-Señor, si es tan amable de acompañarme-dijo de repente Sebastián, sacándome de mis pensamientos.

Tendría que estar aliviado, pero inconscientemente, sentí una extraña sensación de preocupación por Alina. Después de todo, tenía que estar volviéndome loco, si tras lo ocurrido, no deseaba poner distancia entre aquella mujer y yo… 

Sebastian inició su caminata hacia los aposentos del Conde, donde me comentó, de manera muy educada, que nos dirigíamos.

Le seguí por los pasillos de la mansión Cordell, tratando de no perder el ritmo acelerado del mayordomo. Mientras caminaba, iba memorizando cada rincón de aquellos pasillos; cada recoveco; cada objeto colocado de manera ornamental… al fin y al cabo, cualquier detalle podría ayudarme después a… ¿a qué? pensé, de repente… ¿a escapar?.

Al cabo de un rato, que me pareció eterno, Sebastián por fin, paró frente a una puerta doble. Aquella debía ser la habitación de Dermott. Pero… ¿de qué me sonaba aquella puerta? Y el pasillo… En realidad se diferenciaba de las demás en la forma del marco, labrado según parecía, de manera artesanal. En la parte superior, tenía talladas dos figuras que reconocí con rapidez. De nuevo tenía frente a mí a la Diosa Lianna y al demonio Crefes; sin embargo, ésta vez era Crefes quien degollaba sin piedad a la Diosa. 

Me quedé paralizado. ¿Qué demonios era eso…? ¿Por qué alguien decoraría la entrada a sus aposentos con una escena tan extraña?.
 
Antes de poder pensar nada más, la puerta se abrió. Ni si quiera fui consciente de que Sebastian llamara. 

Frente de a mí, apareció mi “amigo” Dermott, cubierta únicamente con un elegante –y corto- batín de seda negra, ribeteado con bordados dorados. Por lo visto, acababa de darse un baño, ya que tenía el pelo totalmente mojado, y le caía desordenado alrededor del rostro, cubriéndole los hombros. De nuevo tuve aquella extraña sensación, exactamente igual a cuando le conocí. Dermott parecía un héroe de cuento de hadas. Aterradoramente atractivo, fuerte y musculoso, y con aquella sonrisa en los labios. Sin lugar a dudas, cualquier mujer se derretiría sólo con verle.

De pronto, no una, sino dos mujeres asomaron tras Dermott, y cruzaron la puerta entre risas y miradas cómplices; Dermott, sin embargo, no pareció hacerles mucho caso. Se dedicaba a observar mi reacción.

Y yo no podía salir de mi asombro. 

Aquellas mujeres iban cubiertas únicamente con diminutas toallas, que dejaban ver la mayor parte de sus femeninos encantos.

-¡Erick!  ¡Amigo! –Exclamó de repente Dermott, divertido –llegas tarde.