martes, 29 de marzo de 2011

CAPÍTULO XI. REFLEJOS



El espejo parecía enseñarme una parte desconocida de mi mismo. Allí de pie, con la camisa del pijama abierta, y una expresión de sorpresa en mi rostro, observaba confuso la prueba de que la apasionada noche con Saya había sido real.

De pronto, las rodillas comenzaron a temblarme. Apenas podía mantenerme en pie. Era imposible. Saya y yo... Si aquello era cierto, había muchas cuestiones que responder. La primera era ¿por qué? ¿Acaso Saya se sentía atraída por mí?  Imposible –pensaba- yo era un simple librero; y era la primera vez que nos veíamos… de nuevo imposible. Entonces debía existir otra razón para que Saya… ¿otra razón?. Me estaba volviendo loco delante de mi propio reflejo. Saya… necesitaba verla. Escuchar de sus labios el por qué. Y el cómo. ¿Cómo había llegado Saya a aquella habitación? No parecía tener una buena relación con el Conde; y siendo tan grande la Mansión de los Cordell, necesitaría saber exactamente donde me encontraba…  Y que la permitieran entrar… Saya…

-Señor… ¿se encuentra bien? –dijo una femenina voz a mi espalda, sacándome de mi ensimismamiento.

-Ohh.. A..Alina, no te preocupes, estoy bien. Un poco cansado…

-Debe apresurarse, Señor. Le prepararé la tina para que pueda bañarse; mientras, puede irse desnudando. 

-Si, ahora mismo, Alina. Gracias –dije, girándome para observarla. Alina seguía en la parte más alejada de la habitación. Tras comprobar que yo comenzaba a despojarme de la camisa, se dirigió hacia el cuarto de baño que se encontraba en la misma habitación. Al instante, escuché el ruido del agua que llenaba la tina. 

Yo seguía delante del espejo. Terminé de quitarme la camisa, e hice lo mismo con los pantalones del pijama. Para mi sorpresa, no llevaba ropa interior. Inconscientemente, me quedé observando durante unos instantes mi imagen reflejada en el espejo. Totalmente desnudo; no había lugar para engaños. ¿Era aquel cuerpo el que deseaba Saya?. Nunca había pensado demasiado en mujeres; había pasado la mayor parte del tiempo dedicado a estudiar y a ayudar a mi padre en la Librería. Mis dos mejores amigos, Jonah y “Zote” siempre andaban persiguiendo a las chicas de la aldea y, sobre todo Jonah, con muy buenos resultados. Pero yo nunca había tenido un interés especial por ninguna. Ninguna podía compararse con Saya. Ni de lejos. Además, tampoco ellas habían demostrado interés por mi; sin embargo, Kara, la única mujer a la que yo podía considerar como una de mis mejores amigas, no paraba de decirme que podría conseguir a cualquier chica que me propusiera, siempre y cuando saliera de la librería y dejara unos minutos de estudiar . Sonreí divertido, al recordar a Kara mientras me decía que tenía que salir más de casa. Por un momento volví a ser Erick, el librero, en la Aldea de Zor, en un día cualquiera, en un momento ordinario de mi anónima vida.  

La imagen que me devolvía el espejo representaba a un joven alto y delgado, con una complexión media, músculos fibrosos y marcados, pero sin desarrollar. Un cuerpo “intelectual”, como solía decir Kara, para diferenciar mi aspecto del de Zote, que trabajaba desde niño en la herrería con su padre.  Mi cabello, corto y ligeramente ondulado, era de un color castaño claro, que combinaba casualmente con el color miel de mis ojos. Al prestar atención a mis facciones, pensé que me parecía mucho a mi madre. Rasgos delicados y unas largas pestañas; labios no muy grandes y una nariz pequeña y recta.  De pequeño, solían decirme que parecía un ángel. ¿De verdad aquel cuerpo, aquel rostro, habían cautivado a Saya? ¿Hasta el punto de pasar la noche conmigo?...¿nada más conocernos? Aun no podía creerlo.

Un leve y casi imperceptible movimiento tras de mí, se reflejó en el espejo. Mis pensamientos se congelaron, dejando a Saya y a mis dudas en un segundo plano. Alina.  Noté su extrema cercanía en mi espalda. Sonreía. Pero su sonrisa no era del todo agradable. Me miraba con intensidad, recorría con sus rasgados ojos cada parte de mi anatomía. Sentí en ese momento un escalofrío que hizo que mi vello se erizara. A través del reflejo del espejo, nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos. Su mirada era fría. Siniestra. Aterradora. Y… el color de sus pupilas… había cambiado. Rojo… rojo sangre. Sin dejar de mirarme, abrió levemente sus labios y dejando salir su lengua… se relamió. 

Aquella mirada me dejó petrificado.  Más aún que aquel gesto aterrador. 

Me giré en redondo y me quedé paralizado frente a ella. No había rastro de su inquietante gesto, y sus labios se curvaban, esta vez en una pícara sonrisa. Sus ojos volvían a tener su color original. Estaba realmente confuso. Aquella mujer parecía tener dos caras, dos personalidades.  

-Señor-dijo, con su sensual tono de voz- ya puede bañarse. Todo está listo. 

Alina me observó divertida, dirigiendo deliberadamente su mirada hacia mis partes más intimas. Al darme cuenta de ello, traté desesperadamente de taparme con las manos, encogiendo inconscientemente mi cuerpo. Qué ridículo –pensaba, mientras intentaba mantener una pizca de dignidad, a pesar de la postura y de la situación. Por un instante olvidé el terror que había invadido mi cuerpo hacía unos segundos.

-Señor –volvió a hablar Alina, ésta vez, haciendo un gesto con la mano, indicándome que entrara en el cuarto de baño-por favor, si es tan amable de pasar al baño…

No pude contestar. Aun tenía en la mente la imagen de Alina lamiendo provocativamente sus labios. Su mirada. Su terrorífica mirada. El color sangriento de sus ojos. Con la mayor rapidez posible teniendo en cuenta que aún intentaba ocultar mínimamente mi cuerpo, o por lo menos, aquella parte que yo creía más importante, me dirigí al cuarto de baño. 

Apenas era consciente de la situación.  Hacía unos minutos me había dado cuenta de que el sueño del que no hubiera querido despertar jamás, se había convertido en un hecho real; algo tangible; y tenía una prueba de ello en mi propio cuerpo. Sin embargo, aquel descubrimiento y todo lo que me había hecho sentir se había esfumado gracias a aquel gesto de Alina. Y a su mirada. A su aterradora mirada. No podía sacármela de la cabeza. Mientras me adentraba en el cuarto de baño, miraba de reojo hacia atrás, esperando encontrarme de nuevo con aquellos ojos. Aquello no ocurrió. Estaba completamente solo. Me giré hacia la puerta y pude ver que, a lo lejos, en la habitación, Alina se dedicaba a retirar la ropa de cama. No me estaba prestando atención.

Cerré la puerta del cuarto de baño y tuve que apoyar mi espalda en ella. El corazón me latía tan deprisa que tuve miedo de perder el conocimiento. Las piernas me temblaban. Por segunda vez aquella mañana creí que mis piernas cederían ante la presión y caería al suelo sin remedio.  Traté de calmarme y respirar hondo. Necesitaba tranquilizarme y pensar con claridad. Aquello tenía que ser… mentira. Como todo lo que estaba viviendo desde la noche anterior. Parecía que habían pasado meses desde que entré en la Casa del Conde. Y sin embargo, hacía apenas unas horas que había pisado por primera vez la Casa de los Cordell.
Intenté concentrarme en mi respiración. Tengo que respirar más despacio… más despacio… Poco a poco lo fui consiguiendo. Con ello, mi corazón también frenó su desbocado latir. Mi mente comenzaba a aclararse.  Tengo que centrarme. Estaba en el cuarto de baño. Alina me esperaba fuera, para ayudarme a vestirme. Después tendría una reunión con Dermott.  Los ojos de Alina volvieron a mi mente. Su gesto. En esa ocasión me sentí como… una presa a punto de ser devorada. Sacudí la cabeza. No podía permitirme perder el control de nuevo. No conseguiría nada con ello. La única salida posible era olvidar lo ocurrido, al menos por el momento, darme un baño y hablar lo más tranquilo posible con el Conde. Escuchar su propuesta de negocio y poder dar una respuesta lógica y argumentada. 

Volví a coger aire y me retiré de la puerta. Me acerqué a la tina llena de agua y con cuidado, me sumergí en el cálido y transparente líquido. La sensación del agua caliente resbalando por mi piel me relajó aún más. Apoyé mi cabeza en el borde y cerré los ojos, dejando que el agua me cubriera el cuerpo por completo. Intenté abandonarme a la agradable sensación que recorría mi cuerpo, mientras luchaba por desterrar los pensamientos que llegaban violentos a mi mente. Al cabo de un rato, conseguí dejar de pensar. Al menos, en los ojos de Alina.  Sólo me concentraba en sentir. Cada centímetro de mi cuerpo se estaba comenzando a relajar. Mis músculos, desde los pies a la cabeza se destensaban, regalándome una sensación realmente placentera. El silencio llenaba la habitación. 

No sabría calcular el tiempo que pasó; pero fue el suficiente para hacerme recobrar el control de mi cuerpo y de mi mente. Suspiré. Ya más calmado, inicié el ritual de limpieza que desde niño mi madre me había inculcado. Me incorporé, apoyando mi espalda en el borde de la tina, dejando mis manos libres para lavarme el pelo y el resto del cuerpo. Pero no abrí los ojos. Me sentía a gusto en aquella oscuridad, que me alejaba de la visión de la realidad que tenía frente a mí; de la locura en la que estaba inmerso.

Incluso con aquel silencio sepulcral no la escuché entrar. No escuché cómo abría la puerta del cuarto de baño. Tampoco escuché sus pasos mientras se acercaba por detrás hacia mí.
Sólo cuando noté el contacto de su suave piel en mi espalda, me di cuenta de que estaba allí. Abrí los ojos de golpe. Alina me estaba abrazando desde atrás, apretando su pecho contra mi espalda. Estaba desnuda. Podía notar perfectamente el contorno de sus pechos en mi espalda. Notaba su aliento en mi cuello, y el cosquilleo de sus mechones de pelo en mis hombros. Sus manos recorrían mi pecho, con una sensualidad que rápidamente se transformó en una pasión opresiva y desgarradora. Casi literalmente. Sus uñas se clavaban en mi piel, haciendo que de mi boca salieran gemidos de dolor ¿de dolor?.  Mi mente me gritaba sin cesar, me alertaba de la situación, me instigaba a reaccionar ante aquella situación. Pero había algo que me lo estaba impidiendo. Algo mucho más poderoso que yo. Algo que minaba mi espíritu y todo mi ser. Alina despedía un aroma indescriptible. Un aroma tan seductor y provocativo que me extasiaba. Me conminaba a mantenerme quieto, sumiso. Desvié mi mirada hacia ella y allí estaba de nuevo. 

Aquella sangrienta y aterradora mirada. La diferencia era que, lejos de horrorizarme, en esta ocasión me estaba hechizando. Quizá, literalmente.

sábado, 19 de marzo de 2011

CAPÍTULO X. REALIDAD.

Sólo un sueño, me repetía incesante a mí mismo, luchando contra la imperiosa necesidad de creer que aquello había sido real.

Unos suaves golpes en la puerta me sacaron de mis ambiguos pensamientos. De nuevo me encontraba en una situación desconcertante. Intenté hacer memoria de los acontecimientos de la noche anterior, desde que entré en la Casa de los Cordell e intenté devorar la decoración de la mesa de aperitivos. Recorrí velozmente las diferentes escenas; ver por primera vez a Saya; correr tras ella agarrados de la mano; la caída en el silencioso pasillo; su piel…; la llegada del Conde; la reunión con él en la habitación de la chimenea; el cuadro; la historia de Lianna y Crefes…  Cuando llegué a esta última parte me di cuenta de lo que había pasado. El vino. Me había emborrachado por completo. Mis mejillas comenzaron a arder. Qué vergüenza. Borracho delante del Conde. Delante de aquel que iba a proponerme un negocio siguiendo con la tradición familiar… 

Los golpes en la puerta, esta vez más enérgicos, me devolvieron a la realidad. Por lo menos, había tenido un sueño realmente delicioso. Era lo único que tenía que agradecer de aquella extraña noche.  Al menos recordaría a Saya de una manera… especial.  Aunque fuera irreal.

-Si… -contesté, aclarándome la voz.

-Señor Theodor –dijo una cristalina y femenina voz tras la puerta- mi nombre es Alina, y mientras se hospede en la Casa Cordell, estaré a su servicio. ¿Puedo pasar?

¿Pasar? ¿Para qué? Pensé, angustiado. No estaba acostumbrado a tener a nadie “a mi servicio”, por lo que me costó entender que la mujer simplemente hacía su trabajo.

-Eh… Alina, -dije, intentando levantarme de la cama- no… no es necesario… yo… creo que puedo hacerlo solo, pero de todas formas le agradezco su…

-Señor Theodor –dijo, interrumpiéndome desde el otro lado de la puerta- mi trabajo es cuidar de usted mientras esté aquí. Si no baja a reunirse con el Señor Conde en un tiempo prudente, se impacientará.  Por favor, déjeme ayudarle. Traigo ropa limpia para que se cambie.

Maravilloso. Tenía criada. ¿Qué sería lo próximo? –pensé, irónico.

-Está bien, Alina, pase.

El pomo de la puerta giró, y la puerta se abrió despacio. La habitación estaba a oscuras, por lo que apenas pude verla moverse entre las sombras.  Alina entró, se dirigió al ventanal y corrió vigorosamente las cortinas. La luz me cegó. Me tapé los ojos con las manos, mientras luchaba por incorporarme del todo y levantarme de la cama.  Escuché a Alina moverse rápida por la habitación, parecía poner en orden y colocar algunas ropas al fondo de la estancia, a mi espalda. Cuando por fin pude abrir los ojos, aún doloridos por la luminosidad de la mañana, me armé de valor y conseguí levantarme. Todavía mareado, me giré hacia el origen de los sonidos para hablar con Alina y disculparme por mi lamentable aspecto. Pero allí no había nadie. 

-Señor ¿desea algo? –dijo una voz a mi espalda. Sobresaltado, giré de nuevo y me encontré con Alina en el lugar donde un segundo antes no había nada.

Pero… ¿estaba aquí? Eh… ¿Cómo ha podido llegar tan rápido? Es imposible… hace un instante estaba al otro lado de la habitación… Tonterías –pensé- estoy tan mareado que no se ni lo que veo…ni lo que no veo…

Tenía a Alina frente a mí, muy cerca. Demasiado cerca. Más o menos de mi estatura, me miraba con unos rasgados ojos negros rodeados de largas pestañas. Una ligera e inquietante sonrisa se dibujaba en sus carnosos labios. Su oscuro cabello estaba recogido bajo una pulcra y blanca cofia, que dejaba escapar algunos rebeldes mechones. Su rostro, con formas angulosas, parecía de un marfil perfectamente pulido. Era bella. Realmente bella. 

Sin mediar palabra, alzó sus manos y comenzó a desabotonar la camisa de mi pijama. ¿Tenía puesto un pijama? ¿Cuándo…? pensaba, intentando recordar. Instintivamente, sujeté sus manos, haciendo que se detuviera antes de desabrochar el segundo botón. 

-No… no hace falta Alina, puedo hacerlo yo…

La sonrisa en el rostro de aquella mujer se ensanchó. Su cercanía me estaba incomodando, y ahora, con mis manos sobre las suyas, Alina me dedicó una intensa mirada, cuyo significado no fui capaz de descifrar.

-Mi Señor –comenzó con un dulce y sensual tono de voz- este es mi trabajo. El Señor Conde desea que le atienda en todo lo que usted desee. 

Quizá fuera la extraña situación, o mi inmenso dolor de cabeza unido a la sensación de mareo; pero podría haber jurado que aquel “todo” tenía un segundo significado.

Retiré lentamente sus manos de mi pijama, y componiendo a duras penas una sonrisa en mis labios, traté de justificarme.

-Alina, agradezco tu atención, pero creo que me serías más útil si me ayudaras a elegir y preparar la ropa adecuada para reunirme con el Conde. No estoy acostumbrado a estas reuniones, y me siento un poco inseguro. Yo me desvestiré y me daré un baño. ¿Puedes ayudarme entonces?

Aun con sus manos entre las mías, Alina me miró durante un breve instante con una expresión de sorpresa en su rostro. 

-Como usted desee, mi Señor. –dijo, e inmediatamente, se dirigió a la parte posterior de la habitación, donde comenzó a examinar diversas prendas de ropa. 

Suspiré aliviado. La situación era desconcertante. Por lo menos podría quitarme solo la ropa y darme un baño tranquilo. Necesitaba pensar, y con Alina cerca era demasiado difícil. Eché una mirada hacia donde se encontraba mi atenta y efusiva criada y, tras comprobar que se hallaba inmersa en su tarea, me dispuse a desnudarme. Sólo esperaba que no mirase. Me sentía como un niño vergonzoso. Terminé de desabrochar el segundo botón y continué con el tercero, pero me detuve un instante. El roce de la tela del pijama me había provocado una pequeña sensación dolorosa a la altura del pecho.  Intenté descubrir qué había causado aquel dolor, pero era bastante complicado verlo. Me acerqué al gran espejo que había en la estancia y desabroché por completo la camisa. 

 Me aproxime a mi propio reflejo y me sorprendí al descubrir un ligero moratón en el lado izquierdo de mi pecho, a la altura del corazón.

¿Qué demonios…?

De repente, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recordé unas palabras que estuvieron a punto de llevarme a la locura

 “Para que no me olvides” – había dicho Saya la noche anterior, después de obsequiarme con un delicado y sensual mordisco en aquel mismo lugar.

sábado, 12 de marzo de 2011

CAPÍTULO IX. SUEÑOS

<<Se sentó al borde de la cama. Pude advertir su esbelta figura entre las sombras. Permaneció en silencio unos instantes. Después, se giró hacia mí y sonrió. Majestuosa. Sublime. Mi Diosa había regresado. Me rescataría de aquella extraña pesadilla que estaba viviendo.

Inclinándose, se acercó a mi rostro, y adelantando una delicada y estilizada mano, retiró un rebelde mechón de pelo que obstaculizaba mi visión. Su tacto me cortó la respiración.

-Tienes que marcharte de aquí. Estás en peligro. Yo… aún no puedo ayudarte. Erick, no aceptes las palabras del Conde como verdaderas. No trates de negociar con él. Te mentirá. Te engañará. Hará pedazos tu alma. Huye. Antes de que regrese, antes de que sea demasiado tarde para considerar escapar…

-Saya… -intenté articular- yo…deseaba verte… cuando te marchaste quise…

-Lo sé, Erick. Lo sé-dijo, interrumpiéndome. - No quería dejarte sólo. No pude evitarlo. Créeme. Eres… diferente a lo que me había imaginado. A lo que me habían dicho. A todo. Eres… demasiado diferente.

-Saya, yo… se que no estoy a tu altura, soy un simple librero, pero…

-Sssh. Calla. –dijo, poniendo un dedo sobre sus labios- estoy aquí por ti. Por nadie más.

De nuevo tan cerca. Sus hermosos labios, su cálido aliento, su delicada esencia. Sentí el calor de su femenina figura sobre mí. Mi cuerpo reaccionó a su sensual cercanía. Su mano fue descendiendo lentamente hasta llegar a mis labios. Dibujó su contorno con los dedos. Mi cuerpo temblaba de excitación. Se acercó aún más y me besó.

Aquel beso me erizó la piel. Miles de pequeñas descargas eléctricas recorrieron mi cuerpo, despertando en mí un instinto primitivo, irracional. Salvaje.  

Sentí como mis manos se movían agitadas, dibujando el contorno de su cuerpo. Necesitaba tenerla aún más cerca. La apreté con fuerza contra mí. 

Aun tumbada sobre mí, separó sus labios de los míos, y me miró con intensidad.

-Se mío, Erick…

Aquellas palabras. Las había escuchado antes. Pero no recordaba cuando. 

La besé. Al principio con delicadeza; después, con pasión. Ardía por dentro. Nuestros cuerpos se entrelazaron buscándose con impaciencia, con ansia.   La ropa era un obstáculo que rápidamente dejó de interponerse entre nosotros.

 Incluso la piel nos sobraba.

Sentí sus labios bajando por mi desnudo pecho, deteniéndose un instante justo por encima de mi agitado corazón. Una deliciosa punzada de dolor invadió la zona… ¿me había mordido? 

-Para que no me olvides…

Continuó su arrebatador descenso. 

La noche se tornó tórrida, abrasadora. Perdí la noción del tiempo. Y de mi mismo. Solo era consciente de las sensaciones, la sensualidad de su voz, el calor del momento y el olor de su piel.>>






-----------------------------------------


Desperté sobresaltado. Me incorporé rápido en la cama y miré a mi alrededor, angustiado. ¿Dónde estaba?  Me encontraba en una enorme, oscura y desconocida habitación.   La cabeza me daba vueltas y me sentía mareado. Estaba empapado en sudor. Volví a tumbarme con la vana esperanza de que aquella estancia dejara de girar. La cabeza me iba a estallar de dolor. Apreté con fuerza mis sienes con las palmas de las manos mientras cerraba los ojos.

 De repente recordé.

-¡Saya!- grité al aire mientras me incorporaba de nuevo. Aparecieron en mi mente pequeños retazos e imágenes de la noche anterior.  Saya… ¿había estado allí? Pero… ¿Dónde…?.  No era posible. Saya y yo… la noche anterior… habíamos… Mi corazón comenzó a latir con fuerza al revivir aquellas apasionadas escenas. Las imágenes, aunque borrosas, hicieron que mi cuerpo reaccionara como si la tuviera frente a mí.  Pero… aquello era imposible. No había vuelto a ver a Saya desde que me reuní con el Conde, y… ni si quiera recordaba cómo había llegado a aquella habitación.  Los recuerdos que tenía sobre lo que había ocurrido estaban borrosos, confusos. Aquello era… un sueño.

Un simple y delirante sueño. Un sueño que me había robado el alma.


jueves, 10 de marzo de 2011

Premio Cadena de Amistad

Hoy he comenzado la mañana muy muy contenta gracias a Sophie, de Sin Melatonina.


Muuuuuchas gracias por acordarte de mi y darme éste fabuloso premio!!!

Mil besos Sophie!




Este pequeño GRAN premio hace alusión a que gracias a Internet, a los blog y páginas personales, podemos conocer a personas maravillosas que comparten nuestras mismas pasiones, ilusiones y deseos, aunque vivan al otro lado del planeta y durmamos a diferentes horas!


Y como es una cadena y creo que ésta es una de esas que no se deben romper... aquí mando yo unos cuantos regalitos a:


Pensando por escrito
Life, life and life
La biblioteca de Belania
Vivir en la Luz

Porque me ayudais mucho con vuestros comentarios y porque me encantan vuestros blog!!!


(Hay más gente pero he visto que ya han sido premiados, asi que no hay que copar el premio jeje)

sábado, 5 de marzo de 2011

CAPÍTULO VIII. EL EMISARIO.

Tenía que continuar con la historia. No sabía el tiempo que había pasado desde que el Conde me condujo hasta aquella estancia, pero intuía que era más del que yo calculaba.

Dermott seguía mirándome desde su trono. Sí, su trono. Porque la elegante y magnifica apariencia de aquel hombre hacía que cualquier destartalado taburete en el que se sentara, se transformara inmediatamente en un lugar digno de un Rey. 
 
Tras darme cuenta de que llevaba unos segundos mirándolo embobado, aclaré mi garganta, y dándole otro largo trago a la copa de vino, la devolví vacía a la mesa y continué con la historia.

-Se dice que los hombres del Rey Uthor quedaron sorprendidos al ver la apariencia del Emisario del gran Demonio.  Tenían ante ellos a un humano. O por lo menos eso parecía. Iba ataviado con una armadura metálica que cubría prácticamente todo su cuerpo, pero se había quitado el yelmo y dejaba ver un joven rostro humano. Completamente humano. Sin embargo, aquello no apaciguó sus temores; parecía que aquel personaje podía atravesarles el corazón tan solo con su iracunda mirada, sin necesidad de utilizar la gran espada que llevaba sujeta a la cadera. 

-¿tan fiero parecía? –preguntó de repente Dermott

-ehh… bueno, eso dicen los Manuscritos; le describen como un hombre cruel y sanguinario. Cada luna llena, los hombres del Rey Uthor llevaban a tres aterrorizadas muchachas al puente sobre el río Joun. Las jóvenes, con los ojos vendados y atadas de pies y manos, viajaban sobre una carreta tirada por caballos, cuya parte superior se había transformado en una jaula con barrotes de hierro.  La huída era impensable para ellas. Se dice también que sus desesperados gritos se escuchaban en todas las aldeas y pueblos de los alrededores.  Una vez en el puente, los hombres de Uthor, esperaban a que apareciera el Emisario. Cuando le veían llegar, cogían los caballos de la carreta y se alejaban a una distancia prudencial. El Emisario enganchaba la carreta a su enorme y poderoso caballo y se perdía entre las sombras.

-Así que.. ¿Un humano a las órdenes de los demonios? –me interrumpió Dermott –que curioso…- dijo, acompañando sus palabras con una indescifrable mirada.

-Sí, eso se dice, Dermott-comenté- aunque hay varias versiones sobre el tema. Hay quienes dicen que no era un humano, sino un demonio. Y hay quienes aseguran que era tan humano como tú o como yo. 

-como tú o como yo… –repitió Dermott en un susurro. Comenzó a reír. Lo que antes me había parecido una maquiavélica y escandalosa risa, ahora llegaba a mis oídos como un agradable y encantador sonido.

Para aquel entonces, me sentía totalmente tranquilo y relajado en presencia del Conde. Ya no era “El Conde”, era mi amigo Dermott. Estaba contento, deseando agradar a aquella persona que tenía frente a mí. En realidad nunca me había sentido de esa manera. Estaba eufórico, feliz.  Y cada vez más mareado. Pero eso, era lo de menos.

Mi copa estaba de nuevo a rebosar. No había visto a Dermott llenármela, pero teniendo en cuenta que me encontraba bastante confuso, no me pareció extraño. Bebí un sorbo antes de continuar. 

-Fue pasando el tiempo y los humanos comenzaban a impacientarse ante la pasividad de sus líderes. Todas las lunas llenas debían despedir a tres de sus hijas, nietas, sobrinas, hermanas o amigas. Llegó un momento en que muchos de los habitantes comenzaron a huir hacia las montañas, o incluso hacer pasar a sus familiares por varones. Pero nada funcionaba.  Se había dispuesto una estructurada y detallada lista de todas las ciudades, pueblos y aldeas; estableciendo a su vez un calendario de fechas en las que cada uno de estos lugares debía “aportar” su ofrenda particular a Xar.  El modo en el que eligieran a la joven, era indiferente, pero tenían que cumplir con la fecha prevista. 

De nuevo hice una pausa, tenía la boca reseca. Supuse que otro trago más de aquel maravilloso licor me ayudaría a seguir con mi relato. 

-Entonces, cuando parecía que ya estaba todo perdido, apareció la gran Diosa Lianna. Apenada por el sufrimiento de los humanos y haciéndose pasar por uno de ellos, se internó en el Inframundo acompañada de sus fieles y poderosas sacerdotisas, con el objetivo de acabar con los demonios. Se… se… -¿estaba empezando a tartamudear?- dice que tardó años en… en encontrar a alguno de los líderes demoniacos, y en…en su camino, derrotó a miles de demonios. –hice una pausa, y traté de respirar hondo. Me estaba constando continuar con la historia. -Esta última parte de la historia, es la menos detallada, ya que se basa en las cartas que las sacerdotisas de… de… la diosa enviaron a los líderes humanos, de donde provienen los Manuscritos. Al parecer, la Diosa encontró por fin a una de sus presas. El Emisario.

Dermott se levantó de repente de la butaca, y se dirigió hacia la zona oeste de la estancia, donde habíamos estado observando el cuadro. Sin penetrar en la oscuridad, se quedó mirando hacia aquella terrorífica obra, de espaldas a mí, como si su mirada pudiera atravesar las sombras.

En aquel momento volví a sentir el aura oscura de mi anfitrión.  Por un momento, volví a ver “al Conde”, en lugar de aquel a quien, apenas unos instantes antes, había considerado un amigo.

-Continua, Erick –dijo Dermott- no te he pedido que parases ahora.

-Si...

Estaba mareado. Muy mareado. Miré la copa de vino y vi que de nuevo estaba llena. ¿Me había emborrachado el Conde? No… simplemente estaba actuando como un buen anfitrión… no paraba de pensar en aquel momento. Como si me hubiera despertado de una ilusión, descubrí que mi cuerpo no respondía de la forma que yo deseaba. Tenía mucho sueño. Mi visión se volvía borrosa por momentos, y mi lengua, como si fuera de trapo, me complicaba la tarea de seguir con la historia. Quería acabar cuanto antes y marcharme de allí. La euforia desapareció, dejando paso a un renovado y poderoso sentimiento de temor.

-Según los… Manuscritos, la batalla fue atroz. Sanguinaria y cruel. Ninguno de los dos cedía terreno. Aquel Emisario no podía ser humano, ya que poseía una fuerza, inteligencia y poder descomunales-mi voz sonaba cada vez más extraña en mis oídos- Pero al final, tal y como dicen las cartas, la Diosa venció al Emisario cortándole la cabeza. Al Emisario le llamaron Crefes, ya que se desconocía su verdadera identidad… y bueno, Xar, el gran señor dejó en paz a la Tierra al perder a su emisario… no… - la cabeza me daba vueltas- no recuerdo bien… que…pasó…


La oscuridad comenzó a envolverme, tentadora. Observé con dificultad que el Conde se acercaba a mí, sin mostrar emoción alguna en su rostro. Inexpresivo. Frío. Letal. Tras una breve pero intensa lucha conmigo mismo, cerré los ojos, y me abandoné al sueño. 

Tan sólo unas palabras resonaron en mi mente.


-Ahora descansa mi querido Erick. Tenemos mucho trabajo que hacer.