sábado, 19 de marzo de 2011

CAPÍTULO X. REALIDAD.

Sólo un sueño, me repetía incesante a mí mismo, luchando contra la imperiosa necesidad de creer que aquello había sido real.

Unos suaves golpes en la puerta me sacaron de mis ambiguos pensamientos. De nuevo me encontraba en una situación desconcertante. Intenté hacer memoria de los acontecimientos de la noche anterior, desde que entré en la Casa de los Cordell e intenté devorar la decoración de la mesa de aperitivos. Recorrí velozmente las diferentes escenas; ver por primera vez a Saya; correr tras ella agarrados de la mano; la caída en el silencioso pasillo; su piel…; la llegada del Conde; la reunión con él en la habitación de la chimenea; el cuadro; la historia de Lianna y Crefes…  Cuando llegué a esta última parte me di cuenta de lo que había pasado. El vino. Me había emborrachado por completo. Mis mejillas comenzaron a arder. Qué vergüenza. Borracho delante del Conde. Delante de aquel que iba a proponerme un negocio siguiendo con la tradición familiar… 

Los golpes en la puerta, esta vez más enérgicos, me devolvieron a la realidad. Por lo menos, había tenido un sueño realmente delicioso. Era lo único que tenía que agradecer de aquella extraña noche.  Al menos recordaría a Saya de una manera… especial.  Aunque fuera irreal.

-Si… -contesté, aclarándome la voz.

-Señor Theodor –dijo una cristalina y femenina voz tras la puerta- mi nombre es Alina, y mientras se hospede en la Casa Cordell, estaré a su servicio. ¿Puedo pasar?

¿Pasar? ¿Para qué? Pensé, angustiado. No estaba acostumbrado a tener a nadie “a mi servicio”, por lo que me costó entender que la mujer simplemente hacía su trabajo.

-Eh… Alina, -dije, intentando levantarme de la cama- no… no es necesario… yo… creo que puedo hacerlo solo, pero de todas formas le agradezco su…

-Señor Theodor –dijo, interrumpiéndome desde el otro lado de la puerta- mi trabajo es cuidar de usted mientras esté aquí. Si no baja a reunirse con el Señor Conde en un tiempo prudente, se impacientará.  Por favor, déjeme ayudarle. Traigo ropa limpia para que se cambie.

Maravilloso. Tenía criada. ¿Qué sería lo próximo? –pensé, irónico.

-Está bien, Alina, pase.

El pomo de la puerta giró, y la puerta se abrió despacio. La habitación estaba a oscuras, por lo que apenas pude verla moverse entre las sombras.  Alina entró, se dirigió al ventanal y corrió vigorosamente las cortinas. La luz me cegó. Me tapé los ojos con las manos, mientras luchaba por incorporarme del todo y levantarme de la cama.  Escuché a Alina moverse rápida por la habitación, parecía poner en orden y colocar algunas ropas al fondo de la estancia, a mi espalda. Cuando por fin pude abrir los ojos, aún doloridos por la luminosidad de la mañana, me armé de valor y conseguí levantarme. Todavía mareado, me giré hacia el origen de los sonidos para hablar con Alina y disculparme por mi lamentable aspecto. Pero allí no había nadie. 

-Señor ¿desea algo? –dijo una voz a mi espalda. Sobresaltado, giré de nuevo y me encontré con Alina en el lugar donde un segundo antes no había nada.

Pero… ¿estaba aquí? Eh… ¿Cómo ha podido llegar tan rápido? Es imposible… hace un instante estaba al otro lado de la habitación… Tonterías –pensé- estoy tan mareado que no se ni lo que veo…ni lo que no veo…

Tenía a Alina frente a mí, muy cerca. Demasiado cerca. Más o menos de mi estatura, me miraba con unos rasgados ojos negros rodeados de largas pestañas. Una ligera e inquietante sonrisa se dibujaba en sus carnosos labios. Su oscuro cabello estaba recogido bajo una pulcra y blanca cofia, que dejaba escapar algunos rebeldes mechones. Su rostro, con formas angulosas, parecía de un marfil perfectamente pulido. Era bella. Realmente bella. 

Sin mediar palabra, alzó sus manos y comenzó a desabotonar la camisa de mi pijama. ¿Tenía puesto un pijama? ¿Cuándo…? pensaba, intentando recordar. Instintivamente, sujeté sus manos, haciendo que se detuviera antes de desabrochar el segundo botón. 

-No… no hace falta Alina, puedo hacerlo yo…

La sonrisa en el rostro de aquella mujer se ensanchó. Su cercanía me estaba incomodando, y ahora, con mis manos sobre las suyas, Alina me dedicó una intensa mirada, cuyo significado no fui capaz de descifrar.

-Mi Señor –comenzó con un dulce y sensual tono de voz- este es mi trabajo. El Señor Conde desea que le atienda en todo lo que usted desee. 

Quizá fuera la extraña situación, o mi inmenso dolor de cabeza unido a la sensación de mareo; pero podría haber jurado que aquel “todo” tenía un segundo significado.

Retiré lentamente sus manos de mi pijama, y componiendo a duras penas una sonrisa en mis labios, traté de justificarme.

-Alina, agradezco tu atención, pero creo que me serías más útil si me ayudaras a elegir y preparar la ropa adecuada para reunirme con el Conde. No estoy acostumbrado a estas reuniones, y me siento un poco inseguro. Yo me desvestiré y me daré un baño. ¿Puedes ayudarme entonces?

Aun con sus manos entre las mías, Alina me miró durante un breve instante con una expresión de sorpresa en su rostro. 

-Como usted desee, mi Señor. –dijo, e inmediatamente, se dirigió a la parte posterior de la habitación, donde comenzó a examinar diversas prendas de ropa. 

Suspiré aliviado. La situación era desconcertante. Por lo menos podría quitarme solo la ropa y darme un baño tranquilo. Necesitaba pensar, y con Alina cerca era demasiado difícil. Eché una mirada hacia donde se encontraba mi atenta y efusiva criada y, tras comprobar que se hallaba inmersa en su tarea, me dispuse a desnudarme. Sólo esperaba que no mirase. Me sentía como un niño vergonzoso. Terminé de desabrochar el segundo botón y continué con el tercero, pero me detuve un instante. El roce de la tela del pijama me había provocado una pequeña sensación dolorosa a la altura del pecho.  Intenté descubrir qué había causado aquel dolor, pero era bastante complicado verlo. Me acerqué al gran espejo que había en la estancia y desabroché por completo la camisa. 

 Me aproxime a mi propio reflejo y me sorprendí al descubrir un ligero moratón en el lado izquierdo de mi pecho, a la altura del corazón.

¿Qué demonios…?

De repente, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recordé unas palabras que estuvieron a punto de llevarme a la locura

 “Para que no me olvides” – había dicho Saya la noche anterior, después de obsequiarme con un delicado y sensual mordisco en aquel mismo lugar.

1 comentario:

  1. ¡Me ha gustado muuuuuuucho!! Es genial como escribes, me hago la imagen mental en cada párrafo... ¡Esa criada se las trae! Y me gustó que Erick no aprovechara esas circunstancias que parecían tan favorables jeje... Y me encantó que descubriera el "obsequio"... ¡Quiero más!! Sigue prontito, Nore... ¡Un besote!

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