Tenía que continuar con la historia. No sabía el tiempo que había pasado desde que el Conde me condujo hasta aquella estancia, pero intuía que era más del que yo calculaba.
Dermott seguía mirándome desde su trono. Sí, su trono. Porque la elegante y magnifica apariencia de aquel hombre hacía que cualquier destartalado taburete en el que se sentara, se transformara inmediatamente en un lugar digno de un Rey.
Tras darme cuenta de que llevaba unos segundos mirándolo embobado, aclaré mi garganta, y dándole otro largo trago a la copa de vino, la devolví vacía a la mesa y continué con la historia.
-Se dice que los hombres del Rey Uthor quedaron sorprendidos al ver la apariencia del Emisario del gran Demonio. Tenían ante ellos a un humano. O por lo menos eso parecía. Iba ataviado con una armadura metálica que cubría prácticamente todo su cuerpo, pero se había quitado el yelmo y dejaba ver un joven rostro humano. Completamente humano. Sin embargo, aquello no apaciguó sus temores; parecía que aquel personaje podía atravesarles el corazón tan solo con su iracunda mirada, sin necesidad de utilizar la gran espada que llevaba sujeta a la cadera.
-¿tan fiero parecía? –preguntó de repente Dermott
-ehh… bueno, eso dicen los Manuscritos; le describen como un hombre cruel y sanguinario. Cada luna llena, los hombres del Rey Uthor llevaban a tres aterrorizadas muchachas al puente sobre el río Joun. Las jóvenes, con los ojos vendados y atadas de pies y manos, viajaban sobre una carreta tirada por caballos, cuya parte superior se había transformado en una jaula con barrotes de hierro. La huída era impensable para ellas. Se dice también que sus desesperados gritos se escuchaban en todas las aldeas y pueblos de los alrededores. Una vez en el puente, los hombres de Uthor, esperaban a que apareciera el Emisario. Cuando le veían llegar, cogían los caballos de la carreta y se alejaban a una distancia prudencial. El Emisario enganchaba la carreta a su enorme y poderoso caballo y se perdía entre las sombras.
-Así que.. ¿Un humano a las órdenes de los demonios? –me interrumpió Dermott –que curioso…- dijo, acompañando sus palabras con una indescifrable mirada.
-Sí, eso se dice, Dermott-comenté- aunque hay varias versiones sobre el tema. Hay quienes dicen que no era un humano, sino un demonio. Y hay quienes aseguran que era tan humano como tú o como yo.
-como tú o como yo… –repitió Dermott en un susurro. Comenzó a reír. Lo que antes me había parecido una maquiavélica y escandalosa risa, ahora llegaba a mis oídos como un agradable y encantador sonido.
Para aquel entonces, me sentía totalmente tranquilo y relajado en presencia del Conde. Ya no era “El Conde”, era mi amigo Dermott. Estaba contento, deseando agradar a aquella persona que tenía frente a mí. En realidad nunca me había sentido de esa manera. Estaba eufórico, feliz. Y cada vez más mareado. Pero eso, era lo de menos.
Mi copa estaba de nuevo a rebosar. No había visto a Dermott llenármela, pero teniendo en cuenta que me encontraba bastante confuso, no me pareció extraño. Bebí un sorbo antes de continuar.
-Fue pasando el tiempo y los humanos comenzaban a impacientarse ante la pasividad de sus líderes. Todas las lunas llenas debían despedir a tres de sus hijas, nietas, sobrinas, hermanas o amigas. Llegó un momento en que muchos de los habitantes comenzaron a huir hacia las montañas, o incluso hacer pasar a sus familiares por varones. Pero nada funcionaba. Se había dispuesto una estructurada y detallada lista de todas las ciudades, pueblos y aldeas; estableciendo a su vez un calendario de fechas en las que cada uno de estos lugares debía “aportar” su ofrenda particular a Xar. El modo en el que eligieran a la joven, era indiferente, pero tenían que cumplir con la fecha prevista.
De nuevo hice una pausa, tenía la boca reseca. Supuse que otro trago más de aquel maravilloso licor me ayudaría a seguir con mi relato.
-Entonces, cuando parecía que ya estaba todo perdido, apareció la gran Diosa Lianna. Apenada por el sufrimiento de los humanos y haciéndose pasar por uno de ellos, se internó en el Inframundo acompañada de sus fieles y poderosas sacerdotisas, con el objetivo de acabar con los demonios. Se… se… -¿estaba empezando a tartamudear?- dice que tardó años en… en encontrar a alguno de los líderes demoniacos, y en…en su camino, derrotó a miles de demonios. –hice una pausa, y traté de respirar hondo. Me estaba constando continuar con la historia. -Esta última parte de la historia, es la menos detallada, ya que se basa en las cartas que las sacerdotisas de… de… la diosa enviaron a los líderes humanos, de donde provienen los Manuscritos. Al parecer, la Diosa encontró por fin a una de sus presas. El Emisario.
Dermott se levantó de repente de la butaca, y se dirigió hacia la zona oeste de la estancia, donde habíamos estado observando el cuadro. Sin penetrar en la oscuridad, se quedó mirando hacia aquella terrorífica obra, de espaldas a mí, como si su mirada pudiera atravesar las sombras.
En aquel momento volví a sentir el aura oscura de mi anfitrión. Por un momento, volví a ver “al Conde”, en lugar de aquel a quien, apenas unos instantes antes, había considerado un amigo.
-Continua, Erick –dijo Dermott- no te he pedido que parases ahora.
-Si...
Estaba mareado. Muy mareado. Miré la copa de vino y vi que de nuevo estaba llena. ¿Me había emborrachado el Conde? No… simplemente estaba actuando como un buen anfitrión… no paraba de pensar en aquel momento. Como si me hubiera despertado de una ilusión, descubrí que mi cuerpo no respondía de la forma que yo deseaba. Tenía mucho sueño. Mi visión se volvía borrosa por momentos, y mi lengua, como si fuera de trapo, me complicaba la tarea de seguir con la historia. Quería acabar cuanto antes y marcharme de allí. La euforia desapareció, dejando paso a un renovado y poderoso sentimiento de temor.
-Según los… Manuscritos, la batalla fue atroz. Sanguinaria y cruel. Ninguno de los dos cedía terreno. Aquel Emisario no podía ser humano, ya que poseía una fuerza, inteligencia y poder descomunales-mi voz sonaba cada vez más extraña en mis oídos- Pero al final, tal y como dicen las cartas, la Diosa venció al Emisario cortándole la cabeza. Al Emisario le llamaron Crefes, ya que se desconocía su verdadera identidad… y bueno, Xar, el gran señor dejó en paz a la Tierra al perder a su emisario… no… - la cabeza me daba vueltas- no recuerdo bien… que…pasó…
La oscuridad comenzó a envolverme, tentadora. Observé con dificultad que el Conde se acercaba a mí, sin mostrar emoción alguna en su rostro. Inexpresivo. Frío. Letal. Tras una breve pero intensa lucha conmigo mismo, cerré los ojos, y me abandoné al sueño.
Tan sólo unas palabras resonaron en mi mente.
-Ahora descansa mi querido Erick. Tenemos mucho trabajo que hacer.
¡Guauuu! Me encantó encantó... Creo que empiezo a ver cosas... No puedo esperar el siguiente capítulo. La narración de la historia ha estado genial! Me sigues dejando intrigada...
ResponderEliminarBien ingenuo Erick, "simplemente estaba actuando como un buen anfitrión" jaja... Como sea, lo adoro! Es refrescante ver la visión de un chico...
¡Un beso enorme y sigue pronto!
teee deje un premio en mi blog! (http://ennemidusommeil.blogspot.com)
ResponderEliminarbesito!