martes, 29 de marzo de 2011

CAPÍTULO XI. REFLEJOS



El espejo parecía enseñarme una parte desconocida de mi mismo. Allí de pie, con la camisa del pijama abierta, y una expresión de sorpresa en mi rostro, observaba confuso la prueba de que la apasionada noche con Saya había sido real.

De pronto, las rodillas comenzaron a temblarme. Apenas podía mantenerme en pie. Era imposible. Saya y yo... Si aquello era cierto, había muchas cuestiones que responder. La primera era ¿por qué? ¿Acaso Saya se sentía atraída por mí?  Imposible –pensaba- yo era un simple librero; y era la primera vez que nos veíamos… de nuevo imposible. Entonces debía existir otra razón para que Saya… ¿otra razón?. Me estaba volviendo loco delante de mi propio reflejo. Saya… necesitaba verla. Escuchar de sus labios el por qué. Y el cómo. ¿Cómo había llegado Saya a aquella habitación? No parecía tener una buena relación con el Conde; y siendo tan grande la Mansión de los Cordell, necesitaría saber exactamente donde me encontraba…  Y que la permitieran entrar… Saya…

-Señor… ¿se encuentra bien? –dijo una femenina voz a mi espalda, sacándome de mi ensimismamiento.

-Ohh.. A..Alina, no te preocupes, estoy bien. Un poco cansado…

-Debe apresurarse, Señor. Le prepararé la tina para que pueda bañarse; mientras, puede irse desnudando. 

-Si, ahora mismo, Alina. Gracias –dije, girándome para observarla. Alina seguía en la parte más alejada de la habitación. Tras comprobar que yo comenzaba a despojarme de la camisa, se dirigió hacia el cuarto de baño que se encontraba en la misma habitación. Al instante, escuché el ruido del agua que llenaba la tina. 

Yo seguía delante del espejo. Terminé de quitarme la camisa, e hice lo mismo con los pantalones del pijama. Para mi sorpresa, no llevaba ropa interior. Inconscientemente, me quedé observando durante unos instantes mi imagen reflejada en el espejo. Totalmente desnudo; no había lugar para engaños. ¿Era aquel cuerpo el que deseaba Saya?. Nunca había pensado demasiado en mujeres; había pasado la mayor parte del tiempo dedicado a estudiar y a ayudar a mi padre en la Librería. Mis dos mejores amigos, Jonah y “Zote” siempre andaban persiguiendo a las chicas de la aldea y, sobre todo Jonah, con muy buenos resultados. Pero yo nunca había tenido un interés especial por ninguna. Ninguna podía compararse con Saya. Ni de lejos. Además, tampoco ellas habían demostrado interés por mi; sin embargo, Kara, la única mujer a la que yo podía considerar como una de mis mejores amigas, no paraba de decirme que podría conseguir a cualquier chica que me propusiera, siempre y cuando saliera de la librería y dejara unos minutos de estudiar . Sonreí divertido, al recordar a Kara mientras me decía que tenía que salir más de casa. Por un momento volví a ser Erick, el librero, en la Aldea de Zor, en un día cualquiera, en un momento ordinario de mi anónima vida.  

La imagen que me devolvía el espejo representaba a un joven alto y delgado, con una complexión media, músculos fibrosos y marcados, pero sin desarrollar. Un cuerpo “intelectual”, como solía decir Kara, para diferenciar mi aspecto del de Zote, que trabajaba desde niño en la herrería con su padre.  Mi cabello, corto y ligeramente ondulado, era de un color castaño claro, que combinaba casualmente con el color miel de mis ojos. Al prestar atención a mis facciones, pensé que me parecía mucho a mi madre. Rasgos delicados y unas largas pestañas; labios no muy grandes y una nariz pequeña y recta.  De pequeño, solían decirme que parecía un ángel. ¿De verdad aquel cuerpo, aquel rostro, habían cautivado a Saya? ¿Hasta el punto de pasar la noche conmigo?...¿nada más conocernos? Aun no podía creerlo.

Un leve y casi imperceptible movimiento tras de mí, se reflejó en el espejo. Mis pensamientos se congelaron, dejando a Saya y a mis dudas en un segundo plano. Alina.  Noté su extrema cercanía en mi espalda. Sonreía. Pero su sonrisa no era del todo agradable. Me miraba con intensidad, recorría con sus rasgados ojos cada parte de mi anatomía. Sentí en ese momento un escalofrío que hizo que mi vello se erizara. A través del reflejo del espejo, nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos. Su mirada era fría. Siniestra. Aterradora. Y… el color de sus pupilas… había cambiado. Rojo… rojo sangre. Sin dejar de mirarme, abrió levemente sus labios y dejando salir su lengua… se relamió. 

Aquella mirada me dejó petrificado.  Más aún que aquel gesto aterrador. 

Me giré en redondo y me quedé paralizado frente a ella. No había rastro de su inquietante gesto, y sus labios se curvaban, esta vez en una pícara sonrisa. Sus ojos volvían a tener su color original. Estaba realmente confuso. Aquella mujer parecía tener dos caras, dos personalidades.  

-Señor-dijo, con su sensual tono de voz- ya puede bañarse. Todo está listo. 

Alina me observó divertida, dirigiendo deliberadamente su mirada hacia mis partes más intimas. Al darme cuenta de ello, traté desesperadamente de taparme con las manos, encogiendo inconscientemente mi cuerpo. Qué ridículo –pensaba, mientras intentaba mantener una pizca de dignidad, a pesar de la postura y de la situación. Por un instante olvidé el terror que había invadido mi cuerpo hacía unos segundos.

-Señor –volvió a hablar Alina, ésta vez, haciendo un gesto con la mano, indicándome que entrara en el cuarto de baño-por favor, si es tan amable de pasar al baño…

No pude contestar. Aun tenía en la mente la imagen de Alina lamiendo provocativamente sus labios. Su mirada. Su terrorífica mirada. El color sangriento de sus ojos. Con la mayor rapidez posible teniendo en cuenta que aún intentaba ocultar mínimamente mi cuerpo, o por lo menos, aquella parte que yo creía más importante, me dirigí al cuarto de baño. 

Apenas era consciente de la situación.  Hacía unos minutos me había dado cuenta de que el sueño del que no hubiera querido despertar jamás, se había convertido en un hecho real; algo tangible; y tenía una prueba de ello en mi propio cuerpo. Sin embargo, aquel descubrimiento y todo lo que me había hecho sentir se había esfumado gracias a aquel gesto de Alina. Y a su mirada. A su aterradora mirada. No podía sacármela de la cabeza. Mientras me adentraba en el cuarto de baño, miraba de reojo hacia atrás, esperando encontrarme de nuevo con aquellos ojos. Aquello no ocurrió. Estaba completamente solo. Me giré hacia la puerta y pude ver que, a lo lejos, en la habitación, Alina se dedicaba a retirar la ropa de cama. No me estaba prestando atención.

Cerré la puerta del cuarto de baño y tuve que apoyar mi espalda en ella. El corazón me latía tan deprisa que tuve miedo de perder el conocimiento. Las piernas me temblaban. Por segunda vez aquella mañana creí que mis piernas cederían ante la presión y caería al suelo sin remedio.  Traté de calmarme y respirar hondo. Necesitaba tranquilizarme y pensar con claridad. Aquello tenía que ser… mentira. Como todo lo que estaba viviendo desde la noche anterior. Parecía que habían pasado meses desde que entré en la Casa del Conde. Y sin embargo, hacía apenas unas horas que había pisado por primera vez la Casa de los Cordell.
Intenté concentrarme en mi respiración. Tengo que respirar más despacio… más despacio… Poco a poco lo fui consiguiendo. Con ello, mi corazón también frenó su desbocado latir. Mi mente comenzaba a aclararse.  Tengo que centrarme. Estaba en el cuarto de baño. Alina me esperaba fuera, para ayudarme a vestirme. Después tendría una reunión con Dermott.  Los ojos de Alina volvieron a mi mente. Su gesto. En esa ocasión me sentí como… una presa a punto de ser devorada. Sacudí la cabeza. No podía permitirme perder el control de nuevo. No conseguiría nada con ello. La única salida posible era olvidar lo ocurrido, al menos por el momento, darme un baño y hablar lo más tranquilo posible con el Conde. Escuchar su propuesta de negocio y poder dar una respuesta lógica y argumentada. 

Volví a coger aire y me retiré de la puerta. Me acerqué a la tina llena de agua y con cuidado, me sumergí en el cálido y transparente líquido. La sensación del agua caliente resbalando por mi piel me relajó aún más. Apoyé mi cabeza en el borde y cerré los ojos, dejando que el agua me cubriera el cuerpo por completo. Intenté abandonarme a la agradable sensación que recorría mi cuerpo, mientras luchaba por desterrar los pensamientos que llegaban violentos a mi mente. Al cabo de un rato, conseguí dejar de pensar. Al menos, en los ojos de Alina.  Sólo me concentraba en sentir. Cada centímetro de mi cuerpo se estaba comenzando a relajar. Mis músculos, desde los pies a la cabeza se destensaban, regalándome una sensación realmente placentera. El silencio llenaba la habitación. 

No sabría calcular el tiempo que pasó; pero fue el suficiente para hacerme recobrar el control de mi cuerpo y de mi mente. Suspiré. Ya más calmado, inicié el ritual de limpieza que desde niño mi madre me había inculcado. Me incorporé, apoyando mi espalda en el borde de la tina, dejando mis manos libres para lavarme el pelo y el resto del cuerpo. Pero no abrí los ojos. Me sentía a gusto en aquella oscuridad, que me alejaba de la visión de la realidad que tenía frente a mí; de la locura en la que estaba inmerso.

Incluso con aquel silencio sepulcral no la escuché entrar. No escuché cómo abría la puerta del cuarto de baño. Tampoco escuché sus pasos mientras se acercaba por detrás hacia mí.
Sólo cuando noté el contacto de su suave piel en mi espalda, me di cuenta de que estaba allí. Abrí los ojos de golpe. Alina me estaba abrazando desde atrás, apretando su pecho contra mi espalda. Estaba desnuda. Podía notar perfectamente el contorno de sus pechos en mi espalda. Notaba su aliento en mi cuello, y el cosquilleo de sus mechones de pelo en mis hombros. Sus manos recorrían mi pecho, con una sensualidad que rápidamente se transformó en una pasión opresiva y desgarradora. Casi literalmente. Sus uñas se clavaban en mi piel, haciendo que de mi boca salieran gemidos de dolor ¿de dolor?.  Mi mente me gritaba sin cesar, me alertaba de la situación, me instigaba a reaccionar ante aquella situación. Pero había algo que me lo estaba impidiendo. Algo mucho más poderoso que yo. Algo que minaba mi espíritu y todo mi ser. Alina despedía un aroma indescriptible. Un aroma tan seductor y provocativo que me extasiaba. Me conminaba a mantenerme quieto, sumiso. Desvié mi mirada hacia ella y allí estaba de nuevo. 

Aquella sangrienta y aterradora mirada. La diferencia era que, lejos de horrorizarme, en esta ocasión me estaba hechizando. Quizá, literalmente.

4 comentarios:

  1. Noooo... ¡Qué miedo esa Alina! Espeluznante, espeluznante
    Me encantó encantó... Debería estar durmiendo porque mañana hay que madrugar, pero no podía dejar de leer tu historia... y me has dejado intrigadísima. Me encanta como habla Erick, adoro su línea de pensamiento y adoro su candidez. Mándale un besito para que se ponga más coloradito jejeje
    ¡Un besote y continúa prontito!

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  2. hola Nore!
    sólo quería decirte que muchas gracias por el comentario que me has dejado en la última entrada, me ha hecho muchísima ilusión, de verdad, jeje
    igual te parece una tontería, pero cuando lo hice tenía ganas de que lo leyeras a ver qué te parecía, aprecio mucho tus comentarios! xD
    así que nada, que un besazo ^_^

    pd. algún día me pondré al día con esta historia, que llevas ya muchos capítulos. en cuanto pueda me la leo del tirón!

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  3. por cierto, ahora que me fijo, has borrado el relato de la pantera?

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  4. Espero que esta historia continué mucho tiempo porque me tiene totalmente intrigado ,y no me deja ni un solo segundo para respirar .
    Por cierto los personajes son cada vez mas intrigantes , y alina da escalofríos.

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