miércoles, 29 de diciembre de 2010

Oscuridad

Sé donde te encuentras. Te he visto. No puedes ocultarte de mí. El sitio es oscuro, muy oscuro. Lo sé. No hay más que tinieblas a tu alrededor. Ni un ápice de luz.  

Soledad. Miedo. Ira. Ansiedad.  Dolor. Frustración. Cansancio, Inseguridad. Humillación. Impotencia. Indiferencia. Rabia. Culpa. Desesperación. Vergüenza. Odio.

Oscurecen tu visión. Te ciegan. Se transforman en ti. Te pierdes y caes aun más. Levantas la vista y no ves nada. De nuevo las tinieblas.  De nuevo la oscuridad.

Yo te veo. Te estoy viendo en este momento. Porque en medio de las sombras, emites una potente luz.

¿Cómo puedes estar en la oscuridad cuando emites un resplandor tan brillante?
No puedo comprenderlo, pero te veo. No puedo quitar mi vista de ti. Intento llamarte. No te dejan escucharme. No te dejan verme.  

Lo pienso. Mucho. Te llamo. A voces. Te grito. Te tiendo mi mano. Te hablo. Te cuento cuentos de hadas y sombras. No te dejan escuchar. No te dejan ver. 

Pasa el tiempo. Pienso. Intento comprender.

Ya sé. Ahora lo entiendo. Se lo que veo. Tu luz no se apaga. Aunque no me escuches, aunque no me veas.  Esa luz es más fuerte que la oscuridad. No cae, no cede, no pierde. 

Valentía. Seguridad. Amor. Orgullo. Fuerza. Arrojo. Tenacidad. Ternura. Alegría. Solidaridad. Amistad. Deseo. Pasión. Ilusión. Compasión. Cariño. 

Eres tú. Eres tu quien brilla con tanta intensidad.  Eres tu quien ciega mi visión. No puedo llegar a ti. No puedo hablarte. No puedo tocarte. Debes ser tu quien ilumine las sombras. Debes ser tu quien recuerde quien eres. 

Brilla. Resplandece. Destella hasta que nos deslumbres de nuevo. 

Como siempre lo has hecho.

Como siempre lo harás.

martes, 28 de diciembre de 2010

Tarde

-Dame tiempo- le dije angustiada- seguro que se me ocurre algo. Saldrás de ésta Avi.

Y realmente me dio tiempo. Pero no suficiente para poder ofrecerle una solución.  Un año más, frente a su tumba, le llevaba flores. Rosas amarillas. Si, puede que no sean las más adecuadas, pero eran sus favoritas.

Al fin y al cabo se lo debo. Inclinándome, dejé las rosas junto a la cruz de madera que encumbraba su humilde lugar de descanso. 

Ni si quiera podías descansar a gusto. Siempre pensaste en un gran panteón, igual de grande que tus ilusiones. Igual de grande que tu corazón. 

Pero no pudo ser. 

La vida no te trató bien, Avi. Yo tampoco. Me aproveché de tu espíritu. De tu fuerza y de tu coraje. Y también de tu fragilidad. Pensé que te estaba ayudando, cuando en realidad sólo me ayudaba a mí misma. 

Fuiste tú quien me prestó todo su apoyo. Fuiste tu quien hizo que yo me acercara más y más a mis sueños. Mientras, tú, silenciosa, te quedabas atrás. Cada vez más callada. Cada vez más lejos.

Nunca me pediste ayuda, nunca consejo. Nunca lloraste en mi hombro, ni permitiste que mis ojos vieran tu tristeza. 

Ahora ya es tarde. No pude hacer nada por ti. No pude hacerlo. Ni siquiera me di cuenta de que podía ayudarte. De que debía ayudarte. 

Un año más, Avi, te pido perdón. 

Espero que te gusten las rosas.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Hazlo.

Coge mi mano. Hazlo rápido. Lo necesito. Necesito que estés cerca de mí. Te necesito a mi lado.
No te muevas. Ni un ápice. Cerca. Muy cerca. Junto a mí. Junto a mi cuerpo. Junto a mi mente. Junto a mi espíritu.

Acércate, adéntrate. Me perteneces.  Lo sabes. Lo sé. 

Y ahora estás aquí, ahora estas muy cerca. Íntimamente cerca. Sabes lo que debes hacer. Sabes cómo actuar. Me conoces bien. Sabes dónde mirar. Sabes donde tocar. Sabes donde hacerme sentir. Hazlo. Ya.

No me dejes respirar. No me dejes olvidar. No me dejes dejar de sentir. Dame tu último aliento. Hazlo. Ya.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

CAPITULO II. ELLA.

Me sorprendí al escuchar aquella declaración. Miré con consternación el supuesto dulce de frutas exóticas que estaba a punto de saborear y tras observarlo detenidamente, lo solté en la mesa con una expresión de estupor en mi rostro. Era de cartón. Si aquella solidaria voz no me hubiera avisado, estaría masticando frente a los más importantes personajes de los alrededores un exquisito pedazo de cartón. Muy inteligente por mi parte.

Me giré lentamente hacia el origen de aquella desconocida voz y en el momento en que mis ojos se toparon con la figura femenina de donde provenía, creo que dejé de respirar.
La mujer que tenía ante mi era realmente una diosa. Su rostro angelical tenía una expresión dulce y a la vez divertida, que hacía que sus carnosos labios se entreabrieran y se curvaran en una delicada sonrisa. Su cabello rubio, recogido en un estudiado laberinto de mechones, otorgaba un brillo especial a su rostro.  Su cuerpo esbelto y femenino parecía invitarme a un baile íntimo sin final.  

Sin embargo, no fue todo ese conjunto lo que me llevó a la locura. Fueron sus ojos. Unos ojos de color gris azulado que me observaban con detenimiento. Parecían ver dentro de mí, como si pudiesen adentrarse en todos y cada uno de los rincones más oscuros de mi interior. Me sentí invadido por su intensidad, devorado por su mirada.

Por su aspecto, debería tener mi edad aproximadamente, pero algo en esa mirada contradecía su juventud. Había en ella un conocimiento y sabiduría inapropiada para su edad.
No pude mediar palabra, me quedé totalmente eclipsado por la mujer que tenía en frente de mi y que me miraba con expresión divertida.  Mi rostro debía ser todo un poema, porque al instante, la bella mujer sonrió aun más y me deleitó de nuevo con su seductora voz.

-Disculpe mi intromisión caballero, quizá ese dulce fuese de su agrado- comentó mirándome con un pícaro brillo en sus ojos.

Por todos los dioses, cálmate Erick, me dije a mí mismo. Mi mente funcionaba a marchas forzadas. Tenía que decir algo, y tenía que hacerlo ya. 

-Señora- comencé, a la vez que inclinaba la cabeza –os debo un gran favor. Es la primera vez que acudo a una fiesta en la Casa del Conde Cordell, y estoy realmente nervioso. Disculpe mi torpeza, por favor. 

Al levantar la cabeza, vi como la diosa me observaba ahora, con una curiosidad no disimulada.
-Mi nombre es Saya, Saya Alderson y por favor, no me llames “señora”, creo que debemos de tener la misma edad. Llámame Saya, y yo te llamaré….- inquirió, dejando sin acabar la frase.

-Erick, mi nombre es Erick Theodor Valder, señ…, Saya- rectifiqué.

-Erick… -dijo en voz baja.  No pude evitar estremecerme al oír a la diosa pronunciar el sucio nombre de un torpe mortal como yo.

De repente, se giró hacia la multitud, observándolos con detenimiento. Yo hice lo mismo, colocándome junto a ella delante de las mesas de aperitivos.

Ajenos por completo a mi torpeza y desconocimiento, los invitados se repartían por el salón hablando en pequeños grupos. El eco de las voces y las risas, aun mitigadas por la música, resonaba por toda la estancia, revelando el ambiente festivo y mágico del que todos en Zor habíamos oído hablar.

-Soy la hija del Conde de Higstong, en Livintool – comentó de repente. En realidad, también es mi primera fiesta en la Casa del Barón. La verdad es que no me gustan mucho estas fiestas, pero no tengo más remedio que acudir, dada mi posición. Son… verdaderamente aburridas. Además, mi madre está convencida de que conoceré a mi príncipe azul en una de estas fiestas –terminó, mirándome divertida.

-Oh, estoy seguro de que cualquiera de estos caballeros estarían deseando ser ese príncipe azul, Saya-dije, yo daría mi vida por ello, pensé.

-Gracias Erick, pero la mayoría de estos príncipes azules ni si quiera me mirarían. Verían en mí una buena inversión de futuro, un lazo entre dos grandes familias y la promesa de mayor poder- dijo, dejando pasar a través de su habitual sonrisa un deje melancólico. 

No sabía que decir, lo que comentaba Saya era la realidad. Los jóvenes nobles, sobre todo las mujeres, no tenían la opción de enamorarse. Era una de las caras oscuras del dinero y el poder. De repente, sentí lástima por mi diosa. 

No tuve tiempo para contestar, Saya se giró rápidamente hacia mí, habiendo recuperado totalmente la sonrisa en sus labios y el pícaro brillo en sus ojos. 

-¿te aburres, Erick? - dijo

Al instante y sin dejarme de nuevo responder, me cogió de la mano y tiró de mí para que la siguiera. El sólo roce de su mano hizo que me pusiera a temblar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Hacia dónde me llevaba? Estaba tan nervioso que no acertaba a pronunciar su nombre y hacer estas preguntas en voz alta.

Saya se dirigió hacia la parte trasera del salón, procurando que nuestra huida pasara inadvertida frente a los invitados. Y así parecía, ya que nadie nos prestaba atención. 

La situación era irreal para mí. Me habían invitado a una fiesta en casa de los Cordell, a mí, un simple librero. Acababa de conocer a la mujer más bella que jamás pudiera imaginar. Y esa mujer me llevaba cogido de la mano hacia un destino que aún no podía ni sospechar.

domingo, 19 de diciembre de 2010

CAPITULO I. LA INVITACIÓN.

CAPITULO I. LA INVITACIÓN.

Sentado intranquilo en la parte trasera del lujoso carruaje, me dirigía a la fiesta del Conde. Un simple, joven e inexperto librero como yo, había recibido una invitación del mismísimo amo y señor de todas las tierras circundantes, para acudir a su ya tradicional Fiesta de la Luna.
Cuando el mayordomo personal del Conde se presentó ante mi en la librería, pensaba que tenía que ser algún tipo de error. Pero pronunció mi nombre y apellidos, así como el de parte de mis ancestros con tal claridad que no pude ni siquiera hacerle partícipe de mis dudas. 

Tras su marcha, tarde unos minutos en hacer acopio de valor para abrir el sobre con el sello de la Casa de los Cordell.  Que la Casa Cordell se pusiera en contacto con alguno de los aldeanos, era ya de por si un hecho extraño, pero que lo hiciese a través del mayordomo personal del mismísimo Conde, me producía escalofríos que recorrían mi cuerpo de los pies a la cabeza.

Creo que fueron unos segundos lo que tarde en leer por primera vez el contenido de la misiva. Tuve que sentarme tras el mostrador y volver a leer, y releer aquellas frases sin sentido para mi.

El Conde, personalmente, me estaba invitando a su Fiesta de la Luna. A mi, Erick Theodor Valder. Al recién estrenado como librero tras la muerte de mi padre y antiguo dueño de la Librería de la aldea de Zor. 

Me quedé paralizado. Sentado en la silla que tantos años había dado descanso a mi ya anciano padre, y con la mirada perdida en algún punto lejano de la librería, dejé pasar el tiempo.

Esa mismanoche le enseñe la invitación a mi hermana Maxim y a su marido. Ambos quedaron tan consternados con la noticia como yo. Durante la cena, hablamos sobre la Fiesta de la Luna, sobre lo que los aldeanos conocíamos sobre ella, o más bien, sobre lo que creíamos conocer.

La Fiesta de la Luna, dedicada aparentemente a festejar la victoria de la Diosa Lianna frente al demonio Crefes duraba hasta altas horas de la madrugada. Se rumoreaba que asistían los más altos nobles y dignatarios de las tierras cercanas. Incluso Maxim llegó a comentar que había escuchado que hacía años asistió el propio Rey Thomas III. 

Disfraces y máscaras, bailes, los mejores músicos traídos desde distintos reinos, cocineros de gran renombre, bellas damas y elegantes caballeros… todo aquello iba conformando una ilusión magnética en mi mente que rozaba los límites de la realidad.

De nuevo la pregunta flotaba en el ambiente, misteriosa. ¿Por qué me había invitado el Conde? ¿Con qué motivo? y ¿Qué iba a hacer yo allí?.

Un seco golpe me sacó de mi ensimismamiento. El carruaje había parado frente a la entrada principal de la Casa de los Cordell. Habíamos llegado.  

Un educado y elegante sirviente de la casa abrió la puerta del vehículo y con un grácil ademán, me indicó que bajara del mismo.

Así lo hice, a pesar del temblor en mis piernas y tras un torpe traspié, bajé del carruaje.
Con una enorme sonrisa en los labios, me acompañó hasta la entrada, donde otro sirviente, igual de educado y elegante, incluso, con idéntica sonrisa, pensé, recogió mi abrigo y mi sombrero, y me indicó que entrara en la sala.

No se si fue el ruido de la fiesta, las luces, o mi propio nerviosismo lo que causó que comenzara a sentirme mareado. 

Me adentré en el gran salón, cada vez mas mareado. Tenía miedo de que alguien se diera cuenta de lo que me estaba pasando, pero afortunadamente, nadie se fijaba en mí en aquel momento.  O eso pensé yo. 

 Tuve que apoyarme débilmente en una de las elegantes y decoradas mesas de aperitivos, disimulando mi estado de ansiedad ante la situación. Respiré hondo varias veces y me concentré en admirar la cantidad y variedad de alimentos, la mayoría de ellos desconocidos para mi. Realmente me encontraba perdido ante tal despliegue de belleza culinaria. 

Tras recobrar levemente la compostura y tranquilizarme, decidí probar alguno de los manjares que se exhibían orgullosos ante mí.  Sin embargo, cuando mi mano alcanzó lo que parecía un exquisito dulce de frutas exóticas, una embriagadora voz femenina me devolvió a mi estado inicial de ansiedad.

-Buena elección, caballero- dijo la desconocida voz –si lo que desea es degustar parte de la decoración- continuó, con un deje divertido.

Continuará…