domingo, 19 de diciembre de 2010

CAPITULO I. LA INVITACIÓN.

CAPITULO I. LA INVITACIÓN.

Sentado intranquilo en la parte trasera del lujoso carruaje, me dirigía a la fiesta del Conde. Un simple, joven e inexperto librero como yo, había recibido una invitación del mismísimo amo y señor de todas las tierras circundantes, para acudir a su ya tradicional Fiesta de la Luna.
Cuando el mayordomo personal del Conde se presentó ante mi en la librería, pensaba que tenía que ser algún tipo de error. Pero pronunció mi nombre y apellidos, así como el de parte de mis ancestros con tal claridad que no pude ni siquiera hacerle partícipe de mis dudas. 

Tras su marcha, tarde unos minutos en hacer acopio de valor para abrir el sobre con el sello de la Casa de los Cordell.  Que la Casa Cordell se pusiera en contacto con alguno de los aldeanos, era ya de por si un hecho extraño, pero que lo hiciese a través del mayordomo personal del mismísimo Conde, me producía escalofríos que recorrían mi cuerpo de los pies a la cabeza.

Creo que fueron unos segundos lo que tarde en leer por primera vez el contenido de la misiva. Tuve que sentarme tras el mostrador y volver a leer, y releer aquellas frases sin sentido para mi.

El Conde, personalmente, me estaba invitando a su Fiesta de la Luna. A mi, Erick Theodor Valder. Al recién estrenado como librero tras la muerte de mi padre y antiguo dueño de la Librería de la aldea de Zor. 

Me quedé paralizado. Sentado en la silla que tantos años había dado descanso a mi ya anciano padre, y con la mirada perdida en algún punto lejano de la librería, dejé pasar el tiempo.

Esa mismanoche le enseñe la invitación a mi hermana Maxim y a su marido. Ambos quedaron tan consternados con la noticia como yo. Durante la cena, hablamos sobre la Fiesta de la Luna, sobre lo que los aldeanos conocíamos sobre ella, o más bien, sobre lo que creíamos conocer.

La Fiesta de la Luna, dedicada aparentemente a festejar la victoria de la Diosa Lianna frente al demonio Crefes duraba hasta altas horas de la madrugada. Se rumoreaba que asistían los más altos nobles y dignatarios de las tierras cercanas. Incluso Maxim llegó a comentar que había escuchado que hacía años asistió el propio Rey Thomas III. 

Disfraces y máscaras, bailes, los mejores músicos traídos desde distintos reinos, cocineros de gran renombre, bellas damas y elegantes caballeros… todo aquello iba conformando una ilusión magnética en mi mente que rozaba los límites de la realidad.

De nuevo la pregunta flotaba en el ambiente, misteriosa. ¿Por qué me había invitado el Conde? ¿Con qué motivo? y ¿Qué iba a hacer yo allí?.

Un seco golpe me sacó de mi ensimismamiento. El carruaje había parado frente a la entrada principal de la Casa de los Cordell. Habíamos llegado.  

Un educado y elegante sirviente de la casa abrió la puerta del vehículo y con un grácil ademán, me indicó que bajara del mismo.

Así lo hice, a pesar del temblor en mis piernas y tras un torpe traspié, bajé del carruaje.
Con una enorme sonrisa en los labios, me acompañó hasta la entrada, donde otro sirviente, igual de educado y elegante, incluso, con idéntica sonrisa, pensé, recogió mi abrigo y mi sombrero, y me indicó que entrara en la sala.

No se si fue el ruido de la fiesta, las luces, o mi propio nerviosismo lo que causó que comenzara a sentirme mareado. 

Me adentré en el gran salón, cada vez mas mareado. Tenía miedo de que alguien se diera cuenta de lo que me estaba pasando, pero afortunadamente, nadie se fijaba en mí en aquel momento.  O eso pensé yo. 

 Tuve que apoyarme débilmente en una de las elegantes y decoradas mesas de aperitivos, disimulando mi estado de ansiedad ante la situación. Respiré hondo varias veces y me concentré en admirar la cantidad y variedad de alimentos, la mayoría de ellos desconocidos para mi. Realmente me encontraba perdido ante tal despliegue de belleza culinaria. 

Tras recobrar levemente la compostura y tranquilizarme, decidí probar alguno de los manjares que se exhibían orgullosos ante mí.  Sin embargo, cuando mi mano alcanzó lo que parecía un exquisito dulce de frutas exóticas, una embriagadora voz femenina me devolvió a mi estado inicial de ansiedad.

-Buena elección, caballero- dijo la desconocida voz –si lo que desea es degustar parte de la decoración- continuó, con un deje divertido.

Continuará…

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