miércoles, 22 de diciembre de 2010

CAPITULO II. ELLA.

Me sorprendí al escuchar aquella declaración. Miré con consternación el supuesto dulce de frutas exóticas que estaba a punto de saborear y tras observarlo detenidamente, lo solté en la mesa con una expresión de estupor en mi rostro. Era de cartón. Si aquella solidaria voz no me hubiera avisado, estaría masticando frente a los más importantes personajes de los alrededores un exquisito pedazo de cartón. Muy inteligente por mi parte.

Me giré lentamente hacia el origen de aquella desconocida voz y en el momento en que mis ojos se toparon con la figura femenina de donde provenía, creo que dejé de respirar.
La mujer que tenía ante mi era realmente una diosa. Su rostro angelical tenía una expresión dulce y a la vez divertida, que hacía que sus carnosos labios se entreabrieran y se curvaran en una delicada sonrisa. Su cabello rubio, recogido en un estudiado laberinto de mechones, otorgaba un brillo especial a su rostro.  Su cuerpo esbelto y femenino parecía invitarme a un baile íntimo sin final.  

Sin embargo, no fue todo ese conjunto lo que me llevó a la locura. Fueron sus ojos. Unos ojos de color gris azulado que me observaban con detenimiento. Parecían ver dentro de mí, como si pudiesen adentrarse en todos y cada uno de los rincones más oscuros de mi interior. Me sentí invadido por su intensidad, devorado por su mirada.

Por su aspecto, debería tener mi edad aproximadamente, pero algo en esa mirada contradecía su juventud. Había en ella un conocimiento y sabiduría inapropiada para su edad.
No pude mediar palabra, me quedé totalmente eclipsado por la mujer que tenía en frente de mi y que me miraba con expresión divertida.  Mi rostro debía ser todo un poema, porque al instante, la bella mujer sonrió aun más y me deleitó de nuevo con su seductora voz.

-Disculpe mi intromisión caballero, quizá ese dulce fuese de su agrado- comentó mirándome con un pícaro brillo en sus ojos.

Por todos los dioses, cálmate Erick, me dije a mí mismo. Mi mente funcionaba a marchas forzadas. Tenía que decir algo, y tenía que hacerlo ya. 

-Señora- comencé, a la vez que inclinaba la cabeza –os debo un gran favor. Es la primera vez que acudo a una fiesta en la Casa del Conde Cordell, y estoy realmente nervioso. Disculpe mi torpeza, por favor. 

Al levantar la cabeza, vi como la diosa me observaba ahora, con una curiosidad no disimulada.
-Mi nombre es Saya, Saya Alderson y por favor, no me llames “señora”, creo que debemos de tener la misma edad. Llámame Saya, y yo te llamaré….- inquirió, dejando sin acabar la frase.

-Erick, mi nombre es Erick Theodor Valder, señ…, Saya- rectifiqué.

-Erick… -dijo en voz baja.  No pude evitar estremecerme al oír a la diosa pronunciar el sucio nombre de un torpe mortal como yo.

De repente, se giró hacia la multitud, observándolos con detenimiento. Yo hice lo mismo, colocándome junto a ella delante de las mesas de aperitivos.

Ajenos por completo a mi torpeza y desconocimiento, los invitados se repartían por el salón hablando en pequeños grupos. El eco de las voces y las risas, aun mitigadas por la música, resonaba por toda la estancia, revelando el ambiente festivo y mágico del que todos en Zor habíamos oído hablar.

-Soy la hija del Conde de Higstong, en Livintool – comentó de repente. En realidad, también es mi primera fiesta en la Casa del Barón. La verdad es que no me gustan mucho estas fiestas, pero no tengo más remedio que acudir, dada mi posición. Son… verdaderamente aburridas. Además, mi madre está convencida de que conoceré a mi príncipe azul en una de estas fiestas –terminó, mirándome divertida.

-Oh, estoy seguro de que cualquiera de estos caballeros estarían deseando ser ese príncipe azul, Saya-dije, yo daría mi vida por ello, pensé.

-Gracias Erick, pero la mayoría de estos príncipes azules ni si quiera me mirarían. Verían en mí una buena inversión de futuro, un lazo entre dos grandes familias y la promesa de mayor poder- dijo, dejando pasar a través de su habitual sonrisa un deje melancólico. 

No sabía que decir, lo que comentaba Saya era la realidad. Los jóvenes nobles, sobre todo las mujeres, no tenían la opción de enamorarse. Era una de las caras oscuras del dinero y el poder. De repente, sentí lástima por mi diosa. 

No tuve tiempo para contestar, Saya se giró rápidamente hacia mí, habiendo recuperado totalmente la sonrisa en sus labios y el pícaro brillo en sus ojos. 

-¿te aburres, Erick? - dijo

Al instante y sin dejarme de nuevo responder, me cogió de la mano y tiró de mí para que la siguiera. El sólo roce de su mano hizo que me pusiera a temblar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Hacia dónde me llevaba? Estaba tan nervioso que no acertaba a pronunciar su nombre y hacer estas preguntas en voz alta.

Saya se dirigió hacia la parte trasera del salón, procurando que nuestra huida pasara inadvertida frente a los invitados. Y así parecía, ya que nadie nos prestaba atención. 

La situación era irreal para mí. Me habían invitado a una fiesta en casa de los Cordell, a mí, un simple librero. Acababa de conocer a la mujer más bella que jamás pudiera imaginar. Y esa mujer me llevaba cogido de la mano hacia un destino que aún no podía ni sospechar.

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