miércoles, 26 de enero de 2011

CAPITULO VI. UNA ESCENA TERRORÍFICA

Aquellas palabras me dejaron de nuevo paralizado.

¿Conocía a los Theodor? ¿A mi abuelo? ¡A mi bisabuelo!. Eso era… humanamente imposible. Y que quería decir con que no eran simples libreros… Ese hombre… ¿quién demonios era y que quería de mi? Pensaba con temor, mientras todos los músculos de mi cuerpo se tensaban.

-Señor Conde, no comprendo muy bien lo que quiere decir, yo… -dije, intentando buscar una explicación a lo que acababa de escuchar.

-¡Oh! Erick. Por favor, llámame Dermott. Estamos entre amigos.

Ese hombre no paraba de sorprenderme. Acabábamos de conocernos. Él era el noble con más poder y prestigio de todas las tierras de los alrededores. Y yo, el dueño de la librería de una de las aldeas más pequeñas del Reino. Y me hablaba de amistad. La situación no podía ser más irreal para mí. Sin embargo, si mi padre, mi abuelo, y mi bisabuelo habían pasado por esto… yo no podría echarme atrás.

-Lamento si te he asustado, no era mi intención- continuó, con una sonrisa de satisfacción en sus labios que contradecía sus palabras.-A veces puedo ser un poco… desconsiderado.  Me refería a que nuestras familias están ligadas por negocios desde hace años, por eso conozco a tus antepasados. Tu familia y la mía han sido grandes aliadas, Erick. Y pretendo que tu y yo continuemos con su… legado. Y es cierto que no sois simples libreros amigo mío. Para la Casa Cordell sois mucho más que eso. Pero ya lo irás descubriendo Erick. Tenemos mucho tiempo por delante.

Cuando terminó de hablar, se levantó de la butaca y se dirigió hacia la parte oeste de la sala. En aquella zona había poca luz, por lo que apenas podía ver lo que estaba haciendo. 

-Erick, ¿puedes acercarte? Quiero enseñarte algo- dijo desde la penumbra.

-Sí, Señor. 

Me levanté rápidamente y me dirigí hacia donde el Conde –Dermott- se encontraba. Cuando llegué, la zona ya estaba iluminada. Dermott llevaba de la mano un candelabro con varias velas encendidas y se encontraba observando un gigantesco cuadro que abarcaba la mayor parte de la pared oeste. 

Reconocí la obra enseguida. La temática era muy conocida, sin embargo a pesar de haber estudiado y leído mucho sobre arte, no fui capaz de reconocer al autor. Era una obra muy acorde a la fiesta en la que me encontraba. Y muy acorde con mi anfitrión.

La pintura representaba el momento en el que la Diosa Lianna vencía al demonio Crefes. Era una escena terrorífica. Se veía a la Diosa Lianna en pie, con una expresión de victoria en su rostro. Con la mano izquierda en alto, sujetaba la cabeza decapitada del demonio, mientras que con la derecha, blandía orgullosa la daga con la que había cercenado su garganta. La sangre del demonio salpicaba sin piedad la ropa y el rostro de la diosa. El cuerpo del demonio sin cabeza, se hallaba tendido en el suelo, sobre un gran charco de su propia sangre y bajo uno de los pies de la Diosa, que presionaba indolente su pecho.

No sólo la escena era horrible, sino que la ambientación del cuadro, los colores, la pintura, incluso los rostros tanto de la diosa como del demonio… estaban teñidos de tinieblas.  Los pintores de la época utilizaban el óleo, lo que les daba la oportunidad de utilizar un sinfín de colores, pero en esta ocasión las tonalidades eran muy oscuras, lo que no restaba realismo a la escena. De hecho los personajes parecían tan reales que podrían ser retratos en lugar de imágenes de fantasía. Aquella pintura emanaba una violencia brutal, que hacía que la mortal escena pareciese cobrar vida por instantes.

Yo no era un hombre supersticioso. Había estudiado y leído lo suficiente como para aprender a distinguir entre fantasía, realidad y superstición. Sin embargo aquella noche, al contemplar el cuadro, los tres conceptos se entrelazaron en mi mente dando pie a que apareciera en mí por primera vez la duda. Realidad y fantasía parecían mezclarse peligrosamente. 

Y todo comenzó cuando puse por primera vez un pie en la casa de los Cordell.

Al rato, Dermott debió pensar que ya había tenido tiempo suficiente para ver el cuadro, y se fue alejando en silencio, dejándome paulatinamente en la penumbra. Eché un último vistazo al cuadro, y algo me llamó la atención. Quizá fuera producto de las sombras, de la escasa luz o de mi estado de agitación, pero aquellos rostros… me resultaron febrilmente familiares.
La sensación duró un instante. El tiempo que tardé en quedarme completamente a oscuras. 

Dejé el cuadro a mis espaldas y seguí a Dermott de nuevo hasta las butacas. El volvió a servirse una copa de vino, y se sentó, invitándome a hacer lo mismo.

-¿Qué te ha parecido el cuadro?-preguntó

-Es… magnifico- dije, mientras tomaba asiento- debe ser una obra de arte. Apostaría que pertenece a un pintor como el Maestro Van Pieter- comenté

-Si, efectivamente. Es una verdadera rareza. Parece que tienes buen ojo para el arte. Bueno, no es de extrañar… -dijo, mirándome de nuevo con su peculiar y misteriosa sonrisa- sin embargo es de otro autor… uno que no es muy popular por aquí. Algún día le conocerás. 

-Oh.  Eso sería estupendo- dije, mientras rezaba para no tener que encontrarme nunca con el creador de aquella terrorífica obra. 

-Sabes lo que representa ¿no?-dijo, y dando por hecho mi respuesta, continuó, citando una canción popular infantil - “Lianna, Lianna/¡oh! Diosa Lianna / valiente y hermosa/ bella y poderosa/  Lianna, Lianna / oh! Diosa Lianna/ salva a tu reino/ salva a tu gente…”…

-“Crefes el demonio/sale a cazar/niños y niñas/asustados morirán” –continué con la siguiente estrofa- Representa la muerte de Crefes a manos de la Diosa Lianna.

-Sí. Y esta fiesta, año tras año, conmemora ese momento. Pero, dime, amigo mío, ¿conoces la historia de Crefes y Lianna?

-Por supuesto- dije, extrañado- es parte de nuestra cultura religiosa. Gracias a la valentía de la gran Diosa estamos aquí. De otra manera Crefes habría acabado con el mundo que hoy conocemos. Por eso la tierra entera rinde homenaje a la Diosa.

Dermott me miraba en silencio, y arqueando las cejas, me invitó a seguir con mi explicación. 

¿Por qué estaba hablando con el Conde de la historia de nuestra religión? ¿Qué tenía que ver nuestro pasado con los negocios de los Cordell con mi familia?

La noche se volvía más excéntrica a cada minuto que pasaba. Y mi mente seguía pensando en Saya. Aun sabiendo que nuestros destinos estaban tan distanciados, no podía dejar de recordar el olor de su piel, sus labios, sus misteriosos ojos.  Lo que no imaginaba es que pronto volvería a encontrarla, aunque quizá… no de la forma en la que yo hubiera deseado.

lunes, 24 de enero de 2011

Aromas

Se acerca a ti por detrás, no lo escuchas llegar. Está disimulando sus pisadas. Notas su característico aroma a café recién hecho, a seguridad, a rutina. Te abraza con fuerza mientras con ternura, te besa el cuello. Cada mañana sucede el mismo ritual. Después coge su chaqueta, se despide con un beso y se marcha a trabajar con la ilusoria promesa de regresar pronto. Sabes que no será así. El día se hace largo sin su compañía. Le añoras. 

Te duchas y te arreglas. Te cubres con ese perfume que tanto le gusta. Te pones aquel vestido que te regaló por vuestro último aniversario. Maquillas las ojeras y con ellas, la tristeza. Cuando te miras al espejo apenas te reconoces.

Pero no tienes tiempo para volver a ser tu misma, la que eras hace tiempo. El timbre de la puerta te devuelve a la realidad.

Recorres lentamente el pasillo hasta llegar a la puerta. Respiras hondo y grabas inconscientemente una sonrisa en tus labios. 

Al abrir la puerta, un aroma diferente te embriaga, huele a pasión, a peligro, a vida. 

-¿volverá tarde hoy?

-Sí. –contestas.

Tenemos que dejar de hacer esto… -murmuras en tu interior mientras te rindes al febril y apasionado beso del visitante.

domingo, 23 de enero de 2011

CAPITULO V. EL LICOR PROHIBIDO.


¿Una agradable charla? Realmente ya había perdido la cuenta de las veces que esa noche había quedado sin aliento. Al número total, debería sumarle esta última.

-¡Oh! Debo haber olvidado mis modales- dijo de repente aquel hombre, cambiando por completo su expresión –ni si quiera me he presentado. Mi nombre es Dermott Cordell, aunque seguramente me conocerás como “el Conde”. De nuevo te agradezco que estés hoy aquí, Erick.  Es muy importante para nosotros.

-Muchas gracias Señor, pero, soy yo el que debe estar profundamente agradecido… -contesté aun nervioso- nunca imaginé que el humilde dueño de la librería de Zor podría ser invitado a un evento como este. 

El Conde sonrió. Pero no era una sonrisa cálida. Había algo en ese hombre que me helaba el corazón. Y no era simplemente su poderosa y apabullante presencia. Había algo oscuro en el. Algo que me hacía desear salir corriendo de la mansión, de la villa, y casi del país.

- Me gustaría hablar contigo en privado, amigo mío. La noticia de la muerte de tu padre nos dejó a todos conmocionados. Era un gran hombre. Desde que hace años comenzamos a hacer negocios, tu padre siempre ha servido a nuestra casa con diligencia y profesionalidad. Jamás un retraso, jamás una queja… 

¿Negocios? ¿De qué está hablando este hombre? ¿Desde cuándo mi padre tenía negocios con la Casa Cordell? Pensaba, aturdido, mientras trataba de mantener la calma.
Mis tribulaciones internas debieron traicionarme, porque el Conde paró de hablar y me miró con curiosidad.

-¿puede ser que tu padre no te haya hablado de nuestra relación?- inquirió –por tu cara, veo que es la primera vez que escuchas que hemos trabajado juntos…

-Sí, Señor. Mi padre no me había hablado nunca de… su trabajo en la Casa Cordell. 

El Conde se quedó pensativo, aun con esa extraña sonrisa en sus labios. Yo cada vez estaba más nervioso. Descubrir que mi padre y aquel hombre se conocían realmente me había sorprendido. 

Mi padre era un hombre previsor. Solía decir que había llegado su hora de descansar y disfrutar de los años que le quedaban junto a mi madre. Pero no pudo hacerlo. Unos meses antes de morir, me había ido enseñando a manejar el negocio de la librería, todo lo relacionado con los libros y manuscritos que él tanto adoraba. Incluso desde que yo era un niño, me había enseñado varios idiomas, para poder traducir obras que llegaban desde el extranjero. Y lo más importante, me había hablado y explicado detenidamente todas y cada una de las relaciones mercantiles que mantenía nuestra librería. 

Y en ningún momento mencionó la Casa de los Cordell. 

-Quizá- dijo el Conde, sacándome de mis pensamientos- eras demasiado joven para entender nuestra… relación laboral.

-Supongo, Señor- contesté, nada convencido de aquello.

 -Ven conmigo, Erick, deseo hablar contigo más detenidamente.-dijo, mientras me hacía señas para que lo siguiera- Me gustaría continuar con el negocio que tenía con tu padre. Espero que lo encuentres… atractivo.

-Si Señor- dije, mientras comenzaba a caminar tras él. –Espero poder cumplir sus expectativas.

-¡Ah!- exclamó, sin mirarme- lo harás, Erick. Lo harás. 

Aquellas palabras destinadas a tranquilizarme, no hicieron otra cosa que ponerme aún más nervioso. 

Sonaban a amenaza.

Mientras seguía al Conde por aquel pasillo, recordé a Saya. Mi diosa. ¿Dónde estaría? ¿En el gran salón bailando con algún posible príncipe azul? ¿Con el acompañante, que según el Conde, la esperaba ansioso? A lo mejor había elegido a otro idiota como yo para divertirse un rato… ¡no! Que estaba pensando… Mi Diosa… una poderosa sensación de opresión en el pecho me invadió. La reunión con el Conde era muy importante. No solían conseguirse contratos o negocios con la nobleza así como así. Pero… necesitaba volver y encontrar a Saya. Antes de que terminase la fiesta, la encontraría y entonces…     entonces, ¿qué? 

Esa pregunta me hizo ser consciente de la situación. Todo había sido un efímero sueño. Saya pertenecía a un mundo inalcanzable para mí. Y mi mundo… no estaba hecho para los dioses. 

-Hemos llegado, Erick.-dijo de repente el Conde, mientras abría una puerta- adelante.


Antes de cruzar el umbral de la puerta, miré hacia atrás. El pasillo estaba vacío. Una estúpida idea había pasado por mi mente. Saya, venía a buscarme. Sacudí la cabeza para deshacerme de mis pensamientos y me adentre en la desconocida habitación.

El Conde entró tras de mí, y una vez dentro, cerró la puerta. Una enorme chimenea presidía la sala; a ambos lados de la misma, dos elegantes y barrocas butacas se enfrentaban con una mesita de té entre ellas. Tanto la decoración de la estancia como los muebles parecían sacados de una época ya olvidada. Sin embargo, la sensación de que ese estilo concordaba con el joven Conde que tenía delante, me hizo sentir escalofríos.

El Conde hizo un ademán para que me sentara en una de las butacas, mientras él se dirigía a uno de los muebles de la estancia. Una vez allí, cogió un par de estilizadas copas y una elegante botella de cristal que mostraba su rojizo contenido. ¿Vino? En la época en la que me había tocado vivir, encontrar aquella exótica bebida que nuestros antepasados habían idolatrado era un lujo. Un peligroso lujo, si se tenía en cuenta que tan sólo se podía conseguir de contrabando.

Se acercó a mí y, sirviéndome en una de las copas el extraño licor, me la ofreció, acompañándola por supuesto de su condenada sonrisa. No podía rechazarla, a si que la acepté, agradeciendo la amabilidad de mi anfitrión. Pero por el momento, no me atreví a probarla.

Él se sirvió en su copa, y se sentó despreocupadamente. Bebió un largo sorbo, mientras me miraba con firmeza. ¿Estaba esperando que yo bebiese?

-¿No habías probado el vino, Erick?- dijo, respondiendo a mis vacilaciones internas. Ante mi silencio, continuó. –Es lógico. El vino es difícil de conseguir… pero un hombre como yo tiene que tener amigos en todo el mundo- hizo una pausa- y de todo tipo. Incluso en el infierno.

-¿infierno…? –cuando me di cuenta de que había pronunciado mis dudas en voz alta, ya era demasiado tarde.

Al oírme, el Conde comenzó a reír escandalosamente. Ese hombre me producía dolor de estómago. ¿Cómo habría podido aguantar mi padre?
 
-Efectivamente, hijo, en el infierno. Pero no te preocupes, casi todos los hombres tienen su propio infierno personal.-dijo, conteniendo a duras penas la risa.

-Sí, Señor. – dije. En realidad no sabía qué contestar. Me sentía tan estúpido ante aquel poderoso hombre, que no encontraba las palabras adecuadas. 

Dio otro largo sorbo al ansiado líquido y dejó la copa encima de la mesita. Parecía más calmado. Se recostó en su butaca y durante unos instantes, se dedicó a mirarme con aquella extraña y desconcertante sonrisa dibujada en su rostro.

Parecieron horas hasta que por fin rompió el silencio.

-Erick, conozco a los Theodor desde hace mucho tiempo. Tu padre no fue un simple librero. Como tampoco lo fue tu abuelo. Ni tu bisabuelo. Y, créeme- dijo, curvando aun más los límites de su sonrisa –tu tampoco lo serás.

domingo, 16 de enero de 2011

CAPITULO IV. EL HÉROE DE LEYENDA


“Se mío”

En algún recóndito rincón de mi mente algo se rompió. Un candado, una cerradura. Algo que estaba bloqueando una parte de mí que ni si quiera yo sabía que existía.

Estaba mirando fijamente a Saya a los ojos, pero en realidad no la veía. Veía mis peores miedos, mis más sombríos deseos y mis más aterradoras pesadillas. Pero a ella no la veía. No veía su bello y delicado rostro, ni su tentador cuerpo.

Tan sólo veía oscuridad. 

No escuché el ruido de la puerta que se abría tras de mí. Tampoco escuché los pasos de alguien que se acercaba.

De repente, todos mis lóbregos pensamientos se esfumaron y mi visión volvió a ser tan nítida como antes. Una enérgica mano se posó sobre mi hombro derecho. 

-Caballero… -dijo una poderosa voz a mis espaladas–Señorita… tal vez ¿interrumpo algo? – continuó, sin dotar a sus palabras de emoción alguna. Sin embargo, la mano que se posaba sobre mi hombro, ejerció aun mayor presión.

Sin aliento, no lograba articular palabra. Seguía mirando a Saya, incapaz de girarme hacia mi interlocutor. Esta vez sí que pude ver el rostro de mi diosa, no había ni un ápice de oscuridad. Su expresión había cambiado por completo, y mostraba un semblante que no me había mostrado hasta el momento. Estaba totalmente seria. Rígida.  Pero fue su mirada lo que me asustó de verdad. Sus bellos ojos, que me habían deleitado con cálidas, intensas y deliciosas miradas, ahora desprendían un frío helador.  

 Y esta vez Saya, no me miraba a mí

El silencio se apoderó de aquel solitario pasillo. Y casi a la vez, apareció aquella sensación. La tensión era palpable; estaba seguro de que si levantaba la mano, podría incluso tocarla.  

Una histriónica risa masculina me sacó de mis pensamientos. La presión sobre mi hombro cedió, y noté como la mano se separaba lentamente. Haciendo caso omiso de la fuerza con la que latía mi ya maltrecho corazón, me di la vuelta y me encontré con el hombre al que Saya dedicaba aquella extraña mirada. 

En aquel momento pensé que si los héroes de leyenda existieran, tendría a uno de ellos delante de mí. 

Era realmente alto. Su cuerpo, esbelto y grácil, estaba dotado de una musculatura que hacía que la visión de conjunto fuera aún más poderosa. El cabello, de un tono negro azabache, estaba recogido a la altura de la nuca, dejando que sus largos mechones cayesen sobre su espalda, hasta llegar a la mitad de la misma.  Su rostro era de una belleza exótica, con unos ojos rasgados del mismo color que su pelo, estaban enmarcados por unas largas pestañas. Y su boca, con unos carnosos labios, se curvaba dejando ver una perturbadora sonrisa.

El hombre volvió a reír, y esta vez acompañó su risa con una elegante reverencia hacia Saya. 

-Señorita Alderson -dijo, mirándola fijamente a los ojos, mientras se incorporaba –este no es el lugar más apropiado para una dama. A solas con un hombre que acaba de conocer… -continuó con un sutil deje perverso– debería volver al salón de fiestas, donde seguramente la espera su acompañante…

Pero ¿quién demonios era ese hombre? ¿Por qué conocía a Saya? y… ¿acompañante? ¿Qué acompañante? Se supone que estaba sola… no… en realidad, nunca me dijo que estuviese sola en la fiesta…  Pero entonces...

-Mi Señor- respondió Saya, inclinando a la vez su cuerpo en lo que yo creí una señal de respeto- lamento ser causante de su preocupación. Pero creo que ha habido una pequeña confusión. Soy tan despistada… -continuó, dedicando a aquel hombre una penetrante mirada –Salí del salón buscando los aseos y me perdí; entonces el caballero se ofreció para acompañarme de vuelta a la fiesta. En verdad lamento esta situación.  -terminó, volviendo a mirarle con un frío semblante.

La frialdad y la cortante distancia con la que Saya trataba a aquella persona me hacían sentir realmente confuso. Estaba claro que se conocían, y el tono que utilizaba él rozaba incluso lo familiar. Sin embargo, ella se mostraba fría e impasible. Había algo que no encajaba en aquella situación. 

En aquel mismo instante, fui consciente que la pieza sobrante en aquel extraño puzle era yo. O eso pensé mientras observaba la escena. 

Sin darme oportunidad a profundizar en mis pensamientos, el sonido de unas rápidas y enérgicas pisadas que se acercaban a nosotros con celeridad, me sacó de mi estupor.

-¡Mi Señor! ¡Por fin le encuentro!– dijo, exaltado el recién llegado, inclinando la cabeza – las señoras se están impacientando en la fiesta, desean verle, Señor. Y… han acabado ya con todo el Nectar dorado… se están empezando a enfadar y yo…

-¡Oh! ¿Qué haría yo sin ti, mi querido Sebastián?- contestó divertido el interpelado –estoy seguro de que serás capaz de reponer el licor, y… bueno, en cuanto a mí, creo que me demoraré un tiempo. Invéntate algo, ya sabes Sebastián… –continuó, a mi entender, complacido con el gesto de angustia de Sebastián al oír esas palabras. 

El “Señor”, hizo una breve pausa, y mirando de nuevo a Saya, esta vez con una mayor intensidad, volvió a hablar.

-Otra cosa, mi querido Sebastián- dijo sin mirarle- acompaña a esta bella dama de vuelta a la fiesta. Asegúrate de que llega sana y salva. No me gustaría que se volviese a perder- continuó, dándole a sus palabras un tono sombrío – los pasillos de está mansión están plagados de misteriosas leyendas y, según dicen, habitan seres fantasmales deseosos de compañía femenina.

En un instante, un resignado y obediente Sebastián se situó al lado de Saya, y tendiéndole elegantemente su brazo, la invitó a acompañarle.

Saya pareció dudar. Me miró indecisa y tras unos segundos, suspiró pesarosa y volviéndose hacia Sebastián, cogió su brazo y comenzó a caminar junto a él en dirección al salón de fiestas. 

La estaba viendo marcharse y no era capaz de hacer nada. Quería gritar, salir corriendo tras ella y rogarle que se quedara conmigo esa noche… y para siempre.  Todavía recordaba su olor, y la suavidad de su piel. La cercanía de sus labios… 

Cuando quise darme cuenta, Saya y Sebastián habían desaparecido tras doblar un recodo del pasillo. Y yo me encontraba a solas con aquel “Señor” que estaba haciendo esperar a sus invitadas…

-Caballero… -comenzó a hablar, mientras me observaba con atención y se acercaba a mí con paso firme- me avergüenza que haya tenido que presenciar esta bochornosa situación… soy consciente de que fue la Señorita Alderson quien… bueno, ya me comprende. Ella… es así. Somos viejos conocidos. 

Pero yo no lo comprendía en absoluto. Era cierto que Saya me había arrastrado hacia aquel lugar, y al mismo tiempo hacia la locura, pero el tono despectivo con el que se refería a mi diosa hacía que me hirviese la sangre de irritación. Para mi sorpresa, estaba dispuesto a hacerle saber cómo me sentía en ese mismo instante; sin embargo, no tuve tiempo de hacerlo.

-Usted debe ser el Señor Theodor, ¿me equivoco?- inquirió, dejándome desconcertado.

-Sssi… ese soy yo… -atiné a responder              
                
-Le esperaba ansioso, Señor Theodor. Al no verle en el salón de fiestas llegué a pensar que había declinado mi invitación. Estaba realmente preocupado. Incluso pensé que se había ofendido por hacerle llegar mi misiva de una manera tan repentina…

Dejé de escucharle. ¿Su invitación? ¿Acaso aquel hombre era…? Imposible. El hombre que me había invitado a su fiesta tenía que rondar los ochenta años… y la persona que tenía delante no alcanzaba los treinta… ¿Qué estaba pasando?... Saya…

-Bien Erick –dijo, pronunciando mi nombre con un siniestro tono que me sacó de mis pensamientos -entonces es hora de que tú y yo tengamos una agradable charla.

miércoles, 12 de enero de 2011

CAPÍTULO III. EL OLOR DE SU PIEL


Parecía que nuestra carrera no iba a terminar nunca, y yo cada vez estaba más nervioso y excitado. Mi corazón no podía aguantar más. Latía con una furia inusitada, haciéndome pensar que podía estar al borde de la muerte. 

Perdido en mis propias sensaciones, no tuve tiempo de reaccionar cuando Saya paró en seco. Fue tan repentino que choqué violentamente contra su espalda y los dos caímos al suelo por la fuerza del impacto.

Cerré los ojos. Y sentí el dolor.

Al principio sólo pude ser consciente de su olor. El aroma delicioso y estimulante que provenía de su piel. Poco a poco fui notando el peso liviano de su cuerpo sobre el mío. Mechones rebeldes de su cabello acariciaban tímidos mi rostro.  En ese momento creí estar en el cielo.  Y en ese cielo sólo estábamos mi diosa y yo.

Una leve risa y un ligero movimiento de su cuerpo, hicieron que saliera de repente de mi preciado paraíso. Imágenes de lo que acababa de ocurrir llegaron violentas a mi mente, haciéndome contener el aliento.  Abrí los ojos asustado y confuso y dirigí mi mirada hacia Saya, que, aún encima de mí, me observaba divertida.

Sus labios estaban realmente cerca de los míos. Tenían que ser realmente suaves. Dulces. Peligrosos.  Por su mirada, Saya parecía saber que estaba pasando por mi mente en esos momentos. De nuevo, mi inteligente cuerpo se puso a trabajar por su cuenta, y debí de ponerme tan rojo que Saya volvió a reír y comenzó lentamente a incorporarse, mientras hablaba.

-Por todos los dioses, Erick, estás haciendo que esta fiesta sea realmente entretenida- comentó, con una traviesa sonrisa curvando sus labios.

Sin levantarse del todo, sentada a horcajadas sobre mí, comenzó a arreglarse el cabello, mientras me miraba con tal intensidad que comencé a temblar bajo su cuerpo. Mi cabeza iba a estallar. La situación se me estaba yendo de las manos en ese mismo instante. Tengo que hacer algo. Dioses, tengo que levantarme de aquí rápido o sino… pensé, mientras trataba de sentarme, con ella aún sobre mí.

-¿Estás bien –empecé a hablar, para tratar de disimular mi turbación- Lo… lo siento mucho Saya. Yo, soy tan torpe… Lo siento de veras. Yo…

-¿Torpe? Ibas a caer encima de mí, y de repente me abrazaste, giraste, y caíste sobre tu espalda. Y yo, caí encima –terminó, acompañando la última frase de una sonrisa aún mayor.

Al sentarme, la distancia entre nuestros labios se había recortado de nuevo. Aquella intensa mirada me tenía cautivado. Adelante. Bésala. ¿A qué demonios esperas? Pensé de repente. ¿Qué… qué estoy pensando? Esto es una locura. Tengo que… tengo que irme. Tengo que salir de aquí… voy a volverme loco si… No puedo… Yo…

Una vez más fue su voz la que me sacó de mis propias fantasías. 

-Creo que será mejor que nos marchemos rápido de aquí- dijo, y dirigió su mirada hacia su izquierda- pronto llegará alguien. 

-¿qué…?- pregunté, mientras miraba hacia donde ella había dirigido sus ojos. No terminé la frase. A nuestro lado, se repartían caprichosamente los restos de lo que debió haber sido un antiguo y valioso jarrón. Saya tenía razón. El ruido habría alertado a algún sirviente. 

-Vamos, Erick- dijo, mirando hacia los lados del pasillo- creo que estamos cerca. 

Muy a mi pesar, sentí como su cuerpo se apartaba de mí, y se incorporaba. Una vez de pie, comenzó a alisar su vestido, a la vez que continuaba con la vigilancia del pasillo. 

Aun confundido con la situación, me levanté, y tras comprobar que el traje de mi cuñado no había sufrido daños irreversibles, miré a Saya interrogante.

-¿Cerca? ¿De dónde?- pregunté.

Sin mediar palabra, Saya cogió de nuevo mi mano y tiró de mí, indicándome silenciosamente que la siguiera. No podía estar pasando de nuevo. Otra vez no.

Esta vez tuve el valor para no ceder a mis impulsos. Al notar mi resistencia, Saya se acercó a mí y me susurro unas palabras al oído. Todo mi cuerpo se estremeció. 

¿Cuánto tiempo hacía que la conocía? Si en menos de un mes mi vida había dado un vuelco al recibir la invitación del Conde a su fiesta, en menos de una hora mi existencia se había convertido en un tornado de sentimientos, pasiones y miedos. Y en menos de unos minutos, iba a descubrir que el destino me tenía deparadas sorpresas y sobresaltos mayores.

-Se mío- había dicho Saya, rozando mi oído con sus tentadores labios.

martes, 4 de enero de 2011

Héroe

-¡No pienso dejar que lo hagas! ¡Esto es una locura! ¡Cuántas veces tengo que decirte que no eres dios, ni un héroe!  ¡Mírate! ni si quiera puedes cuidar de ti mismo, vives de ocupa en mi casa desde hace dos años.  Si crees que puedes seguir enfrentándote a papá así es que estás completamente loco. Al final te matará. 

Enfadado. Estaba muy pero que muy enfadado. A mí me daba igual. Podía pasarse la vida insultándome. Y luego, por supuesto, me diría que todo era por mi bien. ¡Ja! Estúpido. Por supuesto que se que no soy un dios. Pero un héroe… 

Claro está que él no podía saber cuál era mi segundo trabajo. Vale. Mi primer trabajo, porque en realidad no tengo otro. Ahora que lo pienso, no me vendría mal sacar algo de partido a mi carrera de psicología.  Pero eso sería realmente aburrido. Escuchar a todas esas personas, una tras otra, contándome sus problemas, llorando sin parar… No. Eso no es lo mío. Pero lo de héroe…

Cuando me quise dar cuenta Carl había salido de mi habitación dando un portazo. Yo seguía tumbado sobre la cama pensando en mis cosas. Todavía quedaban unas cuantas horas para ponerme serio.

Esa noche tenía un trabajo especial. De esos que Lura llamaba “jodidamente interesantes”. Yo, con que fuera “interesante sin más” me conformaba. Me había citado a la una de la mañana en la oficina para darme más detalles de la operación. Parecía que se trataba de un caso de soborno o extorsión. Pero de los gordos. Algún personaje público implicado, seguro. Esos eran los trabajos mejor pagados. En fin, salvaríamos al “inocente” y limpiaríamos literalmente los restos del villano. 

Ahora que lo pienso, los héroes no cobran ¿no? Vaya.  Al final no voy a ser un héroe. Tendré que conformarme con lo que hay.

El sonido de mi móvil me sacó de mis pensamientos. Lura.  ¿Qué querrá ahora? Pensé. Habíamos hablado hacía poco y no era propio de la Agencia contactar con nosotros fuera de los horarios establecidos.

Me levanté rápido de la cama y me aseguré de que la puerta estuviera bien cerrada. Por si acaso, pensé. Carl puede volver a darme otro de sus sermones proféticos.
Cogí el teléfono. Según las reglas, cuando un miembro de la Agencia llamaba fuera de horario, debía seguirse un riguroso protocolo. Escuchar, memorizar la información y asentir verbalmente una vez si se había comprendido lo escuchado. Me preparé para ello al escuchar la voz de Lura.

-Liam, mañana no vengas a clase. El profesor está enfermo. Dicen que hay un virus suelto por ahí. Nos dejará sus apuntes en la biblioteca, en su taquilla. Puedes ir mañana mismo. Pídeselos al conserje. Estará esperándote.  

Esperé unos segundos y termine la breve conversación. 

-De acuerdo.

Algo iba mal. Muy mal. El código de Lura me decía que no fuera esa noche al punto de encuentro, y que pasara por la oficina al día siguiente para recibir órdenes de nuestro Supervisor. Realmente era un código estúpido, pero asombrosamente funcionaba.
Lo del virus era lo que realmente me preocupaba. Se trataba de traición. Alguien de dentro había dado un soplo y el asunto había tenido que cancelarse.

Aún con el teléfono de la mano, y sentado en el borde de la cama confuso por la información que acababa de recibir, escuche unos pasos que se acercaba a mi habitación.

-Liam… -dijo Carl con voz seria, mientras golpeaba la puerta ligeramente –Liam, por favor, sal. Hay unos hombres…- continuó, esta vez bajando el tono de voz y con un deje temeroso- unos hombres bastante raros en la puerta que preguntan por ti… 

Me quedé petrificado. Seguro que estaba relacionado con la llamada de Lura. Pero… no me había dicho nada de esconderme, ni huir, ni…

-¡Liam! ¡Sal de una vez!- gritó mi hermano, sacándome de mi ensimismamiento –¡esos tíos están subiendo hacia aquí! ¡Joder! –voceó de nuevo Carl, esta vez asustado y tembloroso, golpeando con fuerza la puerta.

Abrí rápido, y cogiendo a Carl del jersey le metí de un tirón en la habitación. Cerré de nuevo la puerta y le indiqué que se quedara muy quieto y en silencio. Normalmente Carl no me haría caso, pero esta vez no tuvo otra opción. Sus ojos estaban fijos en mi pistola.  La expresión de su cara no tenía precio. En otra situación incluso me hubiera gustado sacarle una foto. Se la enseñaría siempre que me molestase. Si. Si estuviéramos en otra situación, claro.

Me coloqué al lado de la puerta con el arma preparada, esperando a que los intrusos llegaran. Pasaron unos segundos interminables.  La espera era realmente angustiosa. Sin embargo, al otro lado de la puerta sólo se escuchaba el silencio. 

Extraño. Muy extraño. Ya deberían estar allí. Algo no iba bien. Pero ya era tarde.

Al notar el frío cañón de la pistola en mi sien, me di cuenta de que había sido un completo idiota.  Durante mucho tiempo.

-Liam, Liam… ya te dije que no eras un héroe –dijo Carl, con una perversa sonrisa en su rostro, mientras se disponía a apretar el gatillo.