-¡No pienso dejar que lo hagas! ¡Esto es una locura! ¡Cuántas veces tengo que decirte que no eres dios, ni un héroe! ¡Mírate! ni si quiera puedes cuidar de ti mismo, vives de ocupa en mi casa desde hace dos años. Si crees que puedes seguir enfrentándote a papá así es que estás completamente loco. Al final te matará.
Enfadado. Estaba muy pero que muy enfadado. A mí me daba igual. Podía pasarse la vida insultándome. Y luego, por supuesto, me diría que todo era por mi bien. ¡Ja! Estúpido. Por supuesto que se que no soy un dios. Pero un héroe…
Claro está que él no podía saber cuál era mi segundo trabajo. Vale. Mi primer trabajo, porque en realidad no tengo otro. Ahora que lo pienso, no me vendría mal sacar algo de partido a mi carrera de psicología. Pero eso sería realmente aburrido. Escuchar a todas esas personas, una tras otra, contándome sus problemas, llorando sin parar… No. Eso no es lo mío. Pero lo de héroe…
Cuando me quise dar cuenta Carl había salido de mi habitación dando un portazo. Yo seguía tumbado sobre la cama pensando en mis cosas. Todavía quedaban unas cuantas horas para ponerme serio.
Esa noche tenía un trabajo especial. De esos que Lura llamaba “jodidamente interesantes”. Yo, con que fuera “interesante sin más” me conformaba. Me había citado a la una de la mañana en la oficina para darme más detalles de la operación. Parecía que se trataba de un caso de soborno o extorsión. Pero de los gordos. Algún personaje público implicado, seguro. Esos eran los trabajos mejor pagados. En fin, salvaríamos al “inocente” y limpiaríamos literalmente los restos del villano.
Ahora que lo pienso, los héroes no cobran ¿no? Vaya. Al final no voy a ser un héroe. Tendré que conformarme con lo que hay.
El sonido de mi móvil me sacó de mis pensamientos. Lura. ¿Qué querrá ahora? Pensé. Habíamos hablado hacía poco y no era propio de la Agencia contactar con nosotros fuera de los horarios establecidos.
Me levanté rápido de la cama y me aseguré de que la puerta estuviera bien cerrada. Por si acaso, pensé. Carl puede volver a darme otro de sus sermones proféticos.
Cogí el teléfono. Según las reglas, cuando un miembro de la Agencia llamaba fuera de horario, debía seguirse un riguroso protocolo. Escuchar, memorizar la información y asentir verbalmente una vez si se había comprendido lo escuchado. Me preparé para ello al escuchar la voz de Lura.
-Liam, mañana no vengas a clase. El profesor está enfermo. Dicen que hay un virus suelto por ahí. Nos dejará sus apuntes en la biblioteca, en su taquilla. Puedes ir mañana mismo. Pídeselos al conserje. Estará esperándote.
Esperé unos segundos y termine la breve conversación.
-De acuerdo.
Algo iba mal. Muy mal. El código de Lura me decía que no fuera esa noche al punto de encuentro, y que pasara por la oficina al día siguiente para recibir órdenes de nuestro Supervisor. Realmente era un código estúpido, pero asombrosamente funcionaba.
Lo del virus era lo que realmente me preocupaba. Se trataba de traición. Alguien de dentro había dado un soplo y el asunto había tenido que cancelarse.
Aún con el teléfono de la mano, y sentado en el borde de la cama confuso por la información que acababa de recibir, escuche unos pasos que se acercaba a mi habitación.
-Liam… -dijo Carl con voz seria, mientras golpeaba la puerta ligeramente –Liam, por favor, sal. Hay unos hombres…- continuó, esta vez bajando el tono de voz y con un deje temeroso- unos hombres bastante raros en la puerta que preguntan por ti…
Me quedé petrificado. Seguro que estaba relacionado con la llamada de Lura. Pero… no me había dicho nada de esconderme, ni huir, ni…
-¡Liam! ¡Sal de una vez!- gritó mi hermano, sacándome de mi ensimismamiento –¡esos tíos están subiendo hacia aquí! ¡Joder! –voceó de nuevo Carl, esta vez asustado y tembloroso, golpeando con fuerza la puerta.
Abrí rápido, y cogiendo a Carl del jersey le metí de un tirón en la habitación. Cerré de nuevo la puerta y le indiqué que se quedara muy quieto y en silencio. Normalmente Carl no me haría caso, pero esta vez no tuvo otra opción. Sus ojos estaban fijos en mi pistola. La expresión de su cara no tenía precio. En otra situación incluso me hubiera gustado sacarle una foto. Se la enseñaría siempre que me molestase. Si. Si estuviéramos en otra situación, claro.
Me coloqué al lado de la puerta con el arma preparada, esperando a que los intrusos llegaran. Pasaron unos segundos interminables. La espera era realmente angustiosa. Sin embargo, al otro lado de la puerta sólo se escuchaba el silencio.
Extraño. Muy extraño. Ya deberían estar allí. Algo no iba bien. Pero ya era tarde.
Al notar el frío cañón de la pistola en mi sien, me di cuenta de que había sido un completo idiota. Durante mucho tiempo.
-Liam, Liam… ya te dije que no eras un héroe –dijo Carl, con una perversa sonrisa en su rostro, mientras se disponía a apretar el gatillo.
:O porfi, dime que vas a hacer una continuación, jeje. ay, pobre Liam, qué fuerte lo de su hermano!!
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