domingo, 16 de enero de 2011

CAPITULO IV. EL HÉROE DE LEYENDA


“Se mío”

En algún recóndito rincón de mi mente algo se rompió. Un candado, una cerradura. Algo que estaba bloqueando una parte de mí que ni si quiera yo sabía que existía.

Estaba mirando fijamente a Saya a los ojos, pero en realidad no la veía. Veía mis peores miedos, mis más sombríos deseos y mis más aterradoras pesadillas. Pero a ella no la veía. No veía su bello y delicado rostro, ni su tentador cuerpo.

Tan sólo veía oscuridad. 

No escuché el ruido de la puerta que se abría tras de mí. Tampoco escuché los pasos de alguien que se acercaba.

De repente, todos mis lóbregos pensamientos se esfumaron y mi visión volvió a ser tan nítida como antes. Una enérgica mano se posó sobre mi hombro derecho. 

-Caballero… -dijo una poderosa voz a mis espaladas–Señorita… tal vez ¿interrumpo algo? – continuó, sin dotar a sus palabras de emoción alguna. Sin embargo, la mano que se posaba sobre mi hombro, ejerció aun mayor presión.

Sin aliento, no lograba articular palabra. Seguía mirando a Saya, incapaz de girarme hacia mi interlocutor. Esta vez sí que pude ver el rostro de mi diosa, no había ni un ápice de oscuridad. Su expresión había cambiado por completo, y mostraba un semblante que no me había mostrado hasta el momento. Estaba totalmente seria. Rígida.  Pero fue su mirada lo que me asustó de verdad. Sus bellos ojos, que me habían deleitado con cálidas, intensas y deliciosas miradas, ahora desprendían un frío helador.  

 Y esta vez Saya, no me miraba a mí

El silencio se apoderó de aquel solitario pasillo. Y casi a la vez, apareció aquella sensación. La tensión era palpable; estaba seguro de que si levantaba la mano, podría incluso tocarla.  

Una histriónica risa masculina me sacó de mis pensamientos. La presión sobre mi hombro cedió, y noté como la mano se separaba lentamente. Haciendo caso omiso de la fuerza con la que latía mi ya maltrecho corazón, me di la vuelta y me encontré con el hombre al que Saya dedicaba aquella extraña mirada. 

En aquel momento pensé que si los héroes de leyenda existieran, tendría a uno de ellos delante de mí. 

Era realmente alto. Su cuerpo, esbelto y grácil, estaba dotado de una musculatura que hacía que la visión de conjunto fuera aún más poderosa. El cabello, de un tono negro azabache, estaba recogido a la altura de la nuca, dejando que sus largos mechones cayesen sobre su espalda, hasta llegar a la mitad de la misma.  Su rostro era de una belleza exótica, con unos ojos rasgados del mismo color que su pelo, estaban enmarcados por unas largas pestañas. Y su boca, con unos carnosos labios, se curvaba dejando ver una perturbadora sonrisa.

El hombre volvió a reír, y esta vez acompañó su risa con una elegante reverencia hacia Saya. 

-Señorita Alderson -dijo, mirándola fijamente a los ojos, mientras se incorporaba –este no es el lugar más apropiado para una dama. A solas con un hombre que acaba de conocer… -continuó con un sutil deje perverso– debería volver al salón de fiestas, donde seguramente la espera su acompañante…

Pero ¿quién demonios era ese hombre? ¿Por qué conocía a Saya? y… ¿acompañante? ¿Qué acompañante? Se supone que estaba sola… no… en realidad, nunca me dijo que estuviese sola en la fiesta…  Pero entonces...

-Mi Señor- respondió Saya, inclinando a la vez su cuerpo en lo que yo creí una señal de respeto- lamento ser causante de su preocupación. Pero creo que ha habido una pequeña confusión. Soy tan despistada… -continuó, dedicando a aquel hombre una penetrante mirada –Salí del salón buscando los aseos y me perdí; entonces el caballero se ofreció para acompañarme de vuelta a la fiesta. En verdad lamento esta situación.  -terminó, volviendo a mirarle con un frío semblante.

La frialdad y la cortante distancia con la que Saya trataba a aquella persona me hacían sentir realmente confuso. Estaba claro que se conocían, y el tono que utilizaba él rozaba incluso lo familiar. Sin embargo, ella se mostraba fría e impasible. Había algo que no encajaba en aquella situación. 

En aquel mismo instante, fui consciente que la pieza sobrante en aquel extraño puzle era yo. O eso pensé mientras observaba la escena. 

Sin darme oportunidad a profundizar en mis pensamientos, el sonido de unas rápidas y enérgicas pisadas que se acercaban a nosotros con celeridad, me sacó de mi estupor.

-¡Mi Señor! ¡Por fin le encuentro!– dijo, exaltado el recién llegado, inclinando la cabeza – las señoras se están impacientando en la fiesta, desean verle, Señor. Y… han acabado ya con todo el Nectar dorado… se están empezando a enfadar y yo…

-¡Oh! ¿Qué haría yo sin ti, mi querido Sebastián?- contestó divertido el interpelado –estoy seguro de que serás capaz de reponer el licor, y… bueno, en cuanto a mí, creo que me demoraré un tiempo. Invéntate algo, ya sabes Sebastián… –continuó, a mi entender, complacido con el gesto de angustia de Sebastián al oír esas palabras. 

El “Señor”, hizo una breve pausa, y mirando de nuevo a Saya, esta vez con una mayor intensidad, volvió a hablar.

-Otra cosa, mi querido Sebastián- dijo sin mirarle- acompaña a esta bella dama de vuelta a la fiesta. Asegúrate de que llega sana y salva. No me gustaría que se volviese a perder- continuó, dándole a sus palabras un tono sombrío – los pasillos de está mansión están plagados de misteriosas leyendas y, según dicen, habitan seres fantasmales deseosos de compañía femenina.

En un instante, un resignado y obediente Sebastián se situó al lado de Saya, y tendiéndole elegantemente su brazo, la invitó a acompañarle.

Saya pareció dudar. Me miró indecisa y tras unos segundos, suspiró pesarosa y volviéndose hacia Sebastián, cogió su brazo y comenzó a caminar junto a él en dirección al salón de fiestas. 

La estaba viendo marcharse y no era capaz de hacer nada. Quería gritar, salir corriendo tras ella y rogarle que se quedara conmigo esa noche… y para siempre.  Todavía recordaba su olor, y la suavidad de su piel. La cercanía de sus labios… 

Cuando quise darme cuenta, Saya y Sebastián habían desaparecido tras doblar un recodo del pasillo. Y yo me encontraba a solas con aquel “Señor” que estaba haciendo esperar a sus invitadas…

-Caballero… -comenzó a hablar, mientras me observaba con atención y se acercaba a mí con paso firme- me avergüenza que haya tenido que presenciar esta bochornosa situación… soy consciente de que fue la Señorita Alderson quien… bueno, ya me comprende. Ella… es así. Somos viejos conocidos. 

Pero yo no lo comprendía en absoluto. Era cierto que Saya me había arrastrado hacia aquel lugar, y al mismo tiempo hacia la locura, pero el tono despectivo con el que se refería a mi diosa hacía que me hirviese la sangre de irritación. Para mi sorpresa, estaba dispuesto a hacerle saber cómo me sentía en ese mismo instante; sin embargo, no tuve tiempo de hacerlo.

-Usted debe ser el Señor Theodor, ¿me equivoco?- inquirió, dejándome desconcertado.

-Sssi… ese soy yo… -atiné a responder              
                
-Le esperaba ansioso, Señor Theodor. Al no verle en el salón de fiestas llegué a pensar que había declinado mi invitación. Estaba realmente preocupado. Incluso pensé que se había ofendido por hacerle llegar mi misiva de una manera tan repentina…

Dejé de escucharle. ¿Su invitación? ¿Acaso aquel hombre era…? Imposible. El hombre que me había invitado a su fiesta tenía que rondar los ochenta años… y la persona que tenía delante no alcanzaba los treinta… ¿Qué estaba pasando?... Saya…

-Bien Erick –dijo, pronunciando mi nombre con un siniestro tono que me sacó de mis pensamientos -entonces es hora de que tú y yo tengamos una agradable charla.

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