Me levanté con el pie izquierdo, seguro. No lo recuerdo, en
realidad, pero dadas las circunstancias, podría apostar algo.
Aquella mañana me levanté con sueño, con más sueño del
habitual, cansado y sin energías.
Ya te habías marchado. Tu lado de la cama estaba frío.
¿Acaso era demasiado tarde? ¿O es que tenías demasiada
prisa?.
Tardé unos minutos en ser consciente de mí mismo,
desperezarme y llegar al cuarto de baño.
Allí comprendí que tenías
demasiada prisa.
Es curioso que en lo primero que me fijara aquella mañana
fuera en tu cepillo de dientes. O mejor dicho, en el vacío donde debería estar tú
cepillo de dientes.
Tras darme una ducha aun somnoliento y barajando algunas
teorías sobre la misteriosa desaparición de tu cepillo de dientes, fui a la
cocina con intención de prepararme una buena taza de café.
Allí comprendí que era
demasiado tarde.
“Lo siento, no podemos seguir así. Me voy, no me llames. Se
terminó”.
Un post it sobre mi Nespresso
me anunciaba la noticia.
Un post it.
Me había dejado con un post it. Un arrugado y amarillo post
it.
Y allí, delante de la cafetera y del estúpido post it, me quedé,
petrificado, somnoliento, cansado y sin energías, durante una eternidad.
Definitivamente, aquella mañana, me había levantado con el
pie izquierdo. Podría apostar algo.