sábado, 30 de octubre de 2010

Actos

-¿No lo sientes John? ¿No sientes que a veces podemos ser mejores personas? ¿No crees que deberíamos intentar mejorar?   Estamos estancados en nuestra vida diaria. Paralizados por el miedo a lo desconocido. Temerosos de las intenciones oscuras de los demás. Pero… ¿y nosotros John? ¿Tenemos buenas intenciones en nuestros actos? ¿Son los correctos? O ¿quizá deberíamos pensarlo un poco más?

La vieja Anna hablaba con ternura a su marido, sentada en su butaca favorita, mientras observaba por la ventana cómo el viento acariciaba las ramas de los cerezos. 

Al cabo de unos instantes, Anna se levanto lentamente. Miró con lágrimas en los ojos a John y se dispuso a salir del comedor, pero antes, recogió la bandeja con los restos de la cena de su marido y la llevó a la cocina, como hacía todas las noches desde hacía cincuenta y cinco años.   Una vez allí, soltó la bandeja y se sentó pesarosa en una silla. Su rostro, compungido por el dolor, se reflejaba en el cristal de la alacena.  

Metió una mano temblorosa en el bolsillo derecho de su delantal y sacó un pequeño frasco con la mitad de su contenido.  Durante largo rato lo observó atentamente. Después, lo abrió y sin pensarlo bebió el resto del líquido.

-Tranquilo querido, no temas, pronto estaré contigo – se dijo Anna entre sollozos.

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