domingo, 31 de octubre de 2010

La guirnalda

La búsqueda se torno frenética. Cada vez quedaba menos tiempo. Y menos esperanzas. La pequeña Lilia no aparecía por ninguna parte. Llevábamos más de un mes buscándola desesperadamente. Y sin ninguna pista. La policía había perdido toda esperanza. 

Nos fiamos de él. Dijo que la encontraría. Era nuestra última esperanza. Quizá me esté haciendo viejo, pero sus ojos parecían decir la verdad. Realmente era nuestra última esperanza. 
Habíamos bajado del coche, y corríamos a toda prisa detrás de el por un camino encharcado y lleno de barro. La maleza salvaje y abandonada poblaba los bordes del camino, añadiendo una nota oscura y deprimente a nuestra carrera contrarreloj.

De repente, nuestro guía paró en seco frente a una extraña cruz de piedra encumbrada con una guirnalda de flores ensangrentada. Los demás también paramos, sin dar crédito a lo que teníamos delante.

Sonrió. La pequeña Lilia sonrió y levantándose del suelo donde estaba tranquilamente sentada se acercó a mí y me tendió una pequeña guirnalda de flores recién cortadas.

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