viernes, 12 de noviembre de 2010

Azul

Afuera, el viento soplaba fuerte. Las ramas de los árboles golpeaban con furia la ventana de mi habitación. Tumbado en mi cama, intentaba concentrarme en leer el último libro que nos habían recomendado en clase. Sin embargo, el color de su tapa me estaba haciendo estremecer. Su tacto era agradable. Pero su color… cada vez que desviaba la vista de la página que estaba leyendo, me encontraba de golpe con el color de la tapa… azul. 

Después de varios intentos de centrar mi vista e intención en las palabras que debían dar vida a una historia apasionante, decidí abandonar.  Me quité las gafas y las coloqué en la mesilla, junto a la foto de Mia. Y de nuevo me encontré con el maldito color… el azul de sus ojos parecía gritarme desde el otro confín del mundo.

Me asusté cuando escuché el sonido de mi móvil. Debían ser las dos y media de la madrugada ¿Quién me llamaría a estas horas? Me levanté de la cama y me acerqué al escritorio donde había dejado el móvil. Al acercar la mano para cogerlo, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y me detuve en seco. Sin saber por qué comencé a sudar y un sentimiento de profundo terror comenzó a embargarme. Estaba totalmente paralizado junto al escritorio. 

El móvil siguió sonando un par de segundos más. Después paró. Me tomó un tiempo poder tranquilizarme y con una mano aun temblorosa recogí el móvil del escritorio. Una llamada perdida parpadeaba en la pantalla al levantar la tapa. “Ver llamada perdida”, pulsé.
No sé cuánto tiempo contuve la respiración, ni en qué momento caí al suelo inconsciente. Ni si quiera recuerdo haberme golpeado con la esquina de la mesilla en la cabeza.  

Cuando desperté, estaba en el hospital. Mi hermana mayor, Liss, estaba recostada en una silla frente a mi cama, y al verme despertar, corrió hacia mí, me abrazó y comenzó a besarme.
-Liss. Liss. Por favor- me duele mucho la cabeza… ¿qué ha pasado? – dije con voz trémula. Ella se apartó con una sonrisa compasiva en los labios y me miró con ternura.

-Anoche te caíste en tu habitación y te golpeaste la cabeza con la mesilla- comenzó mi hermana- no se qué pasó, pero te han tenido que dar unos cuantos puntos en esa cabezota tuya… -su voz comenzó a bajar de intensidad, haciéndose casi inaudible -tienes que descansar más Thom, tienes que dormir… ya ha pasado mucho tiempo desde que Mia… -Liss paró de hablar, y me miró con temor.

En ese momento lo recordé. El libro que estaba leyendo, las tapas de color azul endiablado. La foto de Mia observándome desde la mesilla. El sonido del móvil. Una llamada perdida.
La expresión con la que miré a mi hermana debió ser aterradora, ya que ésta, asustada, se retiró un poco de la cama.
-Thom… ¿qué…?- comenzó
-Mi móvil, Liss. ¿Tienes mi móvil?
-Eh… si, le tengo- respondió confusa-espera, está en mi bolso. Volvió hacia la silla donde había pasado media noche y revolvió nerviosa en su bolso hasta que, con una expresión triunfante, lo cogió apresurada y me lo tendió. Comenzó a hacerme preguntas, pero yo dejé de escucharla, absorto en la pantalla del móvil.

Tenía mi móvil. Le tenía en mi mano. Levanté su tapa.

Me incorporé un poco en la cama y miré las últimas llamadas perdidas. Mi corazón latía con fuerza, rápido, muy rápido. Tanto que comenzaba a notar una presión en mi pecho.
Allí estaba. Exactamente a las dos y media de la mañana. Era ella, Mia. No lo había soñado. No era una pesadilla. Era real. Mia me había llamado a las dos y media de la mañana. De eso hacía apenas unas horas.

El sonido brusco de la puerta de la habitación al abrirse me sacó de mi ensimismamiento.  El doctor Jacob, al que conozco desde niño, entró apresurado con unos documentos de la mano. Su rostro, severo y marcado por las arrugas, mostraban su intención de contener el enfado.
-No paras de darme problemas Thomas. Sigues siendo un crio mimado. En dos horas te quiero ver fuera de aquí – comenzó tendiéndome los papeles del alta. No estaba gritando, pero su voz firme y segura no daba lugar a reproches. -¿sabes qué hora es? ¿Sabes qué día es hoy? No deberías estar aquí. Deberías estar junto a su familia en este momento. Date prisa, cámbiate de ropa y ve.

De nuevo un escalofrío recorrió mi cuerpo. De nuevo esa misma sensación de terror. Eso es. Sabía perfectamente que día era hoy, era el aniversario de la muerte de Mia. De la misma Mia que me había llamado esa madrugada, con un móvil que se hundió con ella en el mar mientras viajaba hacia su nueva vida.





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