lunes, 22 de noviembre de 2010

La llamada

-Lala, déjame en paz… ¡estoy cansada de tus sermones! –dijo Elva, alzando la voz, enfadada.
-Por lo que más quieras, entra en casa. ¡Está lloviendo a cantaros, idiota!-contestó su hermana Lathala, exasperada.

La situación era ridícula, pensaba Lathala.  Elva, su hermana pequeña, estaba frente a ella, a una distancia mas que prudencial, retándola desde la calle. Llovía mucho, y el viento hacía casi imposible abrir los paraguas. Pero a Elva eso no parecía importarle. De pié, enfurecida y con los puños apretados, no paraba de gritar. Estaba completamente empapada. Su vestido verde se pegaba a su cuerpo con pesadez, y su pelo largo serpenteaba salvaje por su rostro.

Lathala, desde el interior de la casa, trató de calmarse, respiró profundo y volvió a intentarlo, como lo hacía desde que eran niñas:

-Esto no tiene sentido Elva, no vas a conseguir nada. No va a volver. Lo sabes de sobra. Siempre hace lo mismo. Promesas, promesas y más promesas. Elva… por favor… vuelve dentro… -dijo Lathala, con un tono lleno de pesar. –Por favor, sabes que no vendrá. ¿Cuántas veces ha hecho lo mismo? Deja de esperarle… es mejor olvidarse de el… -continuó Lathala.

Elva se había mantenido callada mientras su hermana hablaba, pero sus mandíbulas estaban aun más apretadas, y Lathala pudo intuir que las lágrimas se mezclaban furiosas con la lluvia que corría por su rostro.

Llevaban así más de diez minutos, tiempo fue suficiente para que los vecinos asomaran curiosos por las ventanas, preguntándose qué era lo que esta vez perturbaba su tranquila vida.
De nuevo las hermanas Ozomi. De nuevo esas dos malcriadas”-solían comentar cuando ocurrían estas situaciones. Y, pensaba Lathala, ocurrían muy a menudo.

En ese momento un rítmico sonido irrumpió en el interior de la casa. Al reconocerlo, Elva miró con estupor a su hermana y comenzó una carrera loca hasta llegar a la casa. Empujó a su hermana para poder entrar por la puerta y se dirigió hacia el origen del sonido.

Lathala cerró los ojos. Suspiró con tristeza. –Lo había vuelto a hacer, de nuevo, un cumpleaños más sin él, pensaba Lathala. Una simple llamada y una escusa tonta, y un corazón roto de nuevo.

Cerró la puerta tras de si, y se dispuso a esperar a que su hermana terminara de hablar por teléfono. Pero no tuvo tiempo de hacerlo. El timbre de la puerta la sobresaltó.  Acababa de cerrar la puerta y no había visto a nadie.  Con el corazón aun agitado por el susto, se acercó a la mirilla y al comprobar la identidad de su inesperado visitante, retrocedió confusa.

Durante unos segundos permaneció paralizada frente a la puerta, hasta que el sonido del timbre la sacó de su ensimismamiento.

Abrió la puerta y allí estaba él.  Su padre en verdad había venido al cumpleaños de Elva.
Era la primera vez en 8 años, desde que sus padres se separaron.  Se veían durante las vacaciones, cuando Lathala y Elva viajaban a la fría Rusia, donde residía su padre y pasaban allí un mes visitando año tras año los mismos monumentos, acompañadas de los asistentes personales de su ocupado padre.

Aquello realmente sorprendió a Lathala. Nunca había acudido a ningún cumpleaños, a ninguna fiesta. Jamás. Ni si quiera cuando sus padres estaban juntos. El trabajo. Siempre se escudaba en su trabajo.

En realidad no sabía qué hacer o que decir en ese momento.  Se sentía completamente desorientada. Con la mano aun en el pomo de la puerta, se sorprendió pensando en lo cambiado que estaba su padre. Su aspecto físico siempre había sido arrollador, alto, fuerte y atractivo, con un gesto de prepotencia en su rostro que le diferenciaba de los demás. Pero la persona que tenía delante estaba mucho más delgada, con un tono pálido en la piel y los ojos hundidos. Sin embargo, había algo en su mirada que transmitía poder, un poder que Lathala no llegaba a comprender. 

-¿No vas a dejarme entrar, Lathala?- habló por primera vez su padre. ¿Me permitirás entrar en casa?. Su tono de voz era severo, pero iba acompañado de una ligera sonrisa que hizo estremecer a Lala.
-Ssssi… eh… pasa papá… yo, nosotras… no esperábamos tu vis… -comenzó a decir Lathala.
-Tranquila pequeña –la cortó el hombre, cruzando el umbral de la puerta - ya estoy en casa.

Ese fue el primer error que cometió Lathala. Darle permiso para entrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario