martes, 8 de febrero de 2011

Saberse muerto... o creer que lo estás

Adán caminaba despacio. Arrastraba los pies a cada paso que daba. Su cuerpo pesaba excesivamente aquella mañana gris.  Con la vieja y remendada mochila se dirigía a la universidad. No se veía el sol, pero Adán estaba sudando.  Miraba al suelo mientras intentaba ordenar sus pensamientos. 

Dalia no pudo coger el autobús. A pesar de su desesperada carrera para alcanzarle, llegó como siempre, tarde. Suspiró pesarosa, y otorgándose unos segundos para recobrar el aliento, se arregló la desvencijada coleta y compuso una sonrisa en sus labios. Comenzó a caminar veloz, sintiendo cómo la suave brisa de aquella fresca mañana acariciaba su rostro.

Todavía quedaban unos metros para que Adán llegara a la entrada de la Universidad, cuando comenzó a llover. Maldijo en silencio y se paró. Miro hacia el oscuro cielo. Las primeras gotas chocaron indolentes con su rostro, confundiéndose con sus lágrimas.

La lluvia sorprendió a Dalia observando el tentador escaparate de la Librería de la Universidad. Miro hacia el oscuro cielo. Lanzó una exclamación al aire y salió corriendo hacia su destino. Con la mochila sobre la cabeza para resguardarse de la lluvia, entró en la Universidad, aguantando la risa por la sofocante carrera. 

Adán entró en la clase. Llegó temprano, como era habitual en él. Se sentó en uno de los asientos del final y sacó los libros, colocándolos ordenadamente sobre el pupitre.  Poco a poco, la clase fue llenándose de un sonoro y variado conjunto de voces. Los pupitres se fueron llenando, mientras que los alumnos hablaban distendidamente entre ellos, comentando la película de la noche anterior o preguntándose por sus vidas. Nadie le prestó atención. 

Calada hasta los huesos, Dalia entró en clase. Con la agitación del momento, olvidó llamar a la puerta, y al entrar, todas las miradas se posaron sobre ella. Sonreían, divertidos por la usual interrupción de su alegre y hermosa compañera. El profesor había comenzado y dedicó a Dalia una iracunda mirada, indicándole con un gesto que tomara asiento. Eligió uno en la parte delantera de la clase, y mientras se acomodaba, una de sus compañeras le guiñó un ojo, cómplice. Dalia sonrió y le devolvió el gesto. 

Cuando las cases matutinas acabaron, los alumnos comenzaron a salir apresuradamente, hablando animadamente entre ellos. Adán se quedó sentado en su pupitre. Con la mirada perdida en algún punto de la parte delantera de la clase, no fue consciente de que las lágrimas cubrían de nuevo sus mejillas. Parpadeó varias veces para aclarar su visión. Delante de él tenía una inconfundible figura femenina. Dalia.

-¿otra vez llorando?-le dijo

-Sí. Sabes que soy un tío sensible, cariño.

-Ya lo sé… por eso te quiero.

-Te echo de menos Dalia. Vuelve conmigo... Por favor. 

-Sabes que no puedo. Tienes que dejar de hacerte daño. Rehacer tu vida, buscar a otra persona que…

-¡No puedo!-gritó Adán –tu… tu llenabas mi vida. Tu sonrisa, tu forma de ser, tu alegría. Te veo corriendo para coger el autobús mientras yo te hacía señas desde lejos; guareciéndote de la lluvia mientras te burlabas de mi aspecto mojado; embelesada por los libros en la tienda de enfrente; interrumpiendo las clases, haciendo que todos te miraran… Dalia… no me dejes por favor… quiero estar contigo una vez más… sólo una vez más… déjame intentarlo…sin ti estoy… muerto… te quiero…

-Adán, yo... siempre te he querido. Desde la primera vez que coincidimos en el autobús. Tu mirada… me enamoró. Tú me complementabas. Eras esa parte que siempre sentí que me faltaba. Pero… 

El sonido de la puerta al abrirse de golpe sorprendió a Adán. Uno de los bedeles se asomó por ella y miró a su alrededor, como buscando algo. 

-¿Estás bien chico? He oído un grito cuando limpiaba. ¿Estás sólo? –Volvió a mirar recorriendo todo el salón de clases -¿Con quién demonios hablabas?

Adán no le miró. Ni respondió. El silencio recorrió la estancia.

-Bah. Los jóvenes de hoy en día… estáis todos locos… -dijo malhumorado el bedel, mientras cerraba tras de sí la puerta y se marchaba, farfullando sobre lo mucho que habían cambiado los tiempos.

-¿Lo ves? Te van a tomar por loco- continuó Dalia.

-Me da igual. ¿A quién le importa? Sólo quiero estar contigo. 

-Pero no puedes. Déjame ir. 

-Si lo hago no te volveré a ver. 

-Me recordarás... un tiempo. Luego volverás a ser feliz.  

-Nunca. 

-Lo harás-dijo, y con una sonrisa se acercó a él –cierra los ojos- pidió – y le besó en los labios con delicadeza.  

Adán permaneció con los ojos cerrados. Sabía que cuando los abriera descubriría que ella se había marchado. Quizá, esta vez para siempre.

1 comentario:

  1. Es una historia que pone los pelos de punta ,y hace que te emociones.
    ¡ESTA GENIAL!

    ResponderEliminar