jueves, 3 de febrero de 2011

A tiempo


¡Corre!. ¡Sal de aquí! ¡No hay tiempo!

La única ventana de la habitación está atrancada. No hay más opción. Coges la silla del escritorio donde tantas veces te habías desvelado trabajado en los códices, y la lanzas con furia hacia el cristal.

Miles de diamantinos trozos de cristal vuelan a tu alrededor. Te rasgan la piel. Tu sangre tiene un sabor amargo. Quizá sea por la situación, piensas inconscientemente.

Escuchas ruidos que provienen del otro lado de la puerta. Ya está aquí. Contienes un segundo el aliento y tu cerebro pone en movimiento todos los músculos de tu cuerpo. Con todas tus fuerzas te diriges hacia la destrozada ventana. 

La puerta se abre, violenta. 

Él entra y se dirige vertiginosamente hacia ti. Pero tú ya estás en el marco de la ventana, a un instante de saltar. Te gustaría rezar tus últimas oraciones. Pero no tienes tiempo.
Saltas. 

Al vacio.

Vuestras miradas se cruzan mientras te dejas llevar por la ingrávida sensación de caída. Él sonríe, sintiéndose vencedor.  

El corazón te late con tanta fuerza que parece desear salirse de tu pecho. Le comprendes. Tú también querrías estar fuera de tu cuerpo en ese momento.

Te rindes. La velocidad de la caída y el viento juegan con tu cuerpo como si fuera un muñeco de trapo en manos de un resentido niño. 

Cierras los ojos y miles de imágenes de tu vida pasan por tu cabeza. Como si estuvieras viendo una película.  

En un instante, el violento viaje hacia el final se detiene de manera abrupta. Aun estás consciente. Vivo. Abres los ojos sorprendido y dejas escapar una exclamación. 

¡Qué…!

Los musculosos brazos que te sostienen pertenecen a una figura masculina de belleza descomunal. Su cabello rubio cae sobre unos desnudos y esculturales hombros. 

El viento que desprenden las asombrosas alas que sobresalen a su espalda, te alborota el cabello.

-¿Llego a tiempo?- le escuchas decir antes de perder el conocimiento. 

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